Carretera

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La oscuridad de la carretera es lo único que me rodea. La radio vieja ya no suena, la estática inunda mi mente, resonando incansable en cada rincón. Los faros del auto iluminan el camino abierto, el pavimento oscuro que se extiende en una distancia desconocida para mí. No hay estrellas en el cielo, la luna solitaria es mi única acompañante esta noche. Entre ratos miro el asiento al lado mío: el copiloto. Ese lugar ocupabas tú, con la radio vieja poniendo tu estación favorita y sonriendo, mirando el camino de vuelta a casa. Este asiento está ahora vacío, pero es como si siguiera viendo tu figura allí, con tu mirada curiosa viendo la senda como si no la conocieras, a pesar de haberla recorrido a mi lado incontables veces.

No puedo evitar sonreír al recordarte adormecerte, agotado del largo día en la ciudad. Tu sueño interrumpido ante tu negativa a dejar de ver el camino, pendiente de la ruta. Siempre eras cuidadoso con ello. Revivir en mi memoria tu preocupación me enternece, pero la amargura me embarga de inmediato, a sabiendas de que ese asiento vacío que veo entre ratos no será ocupado de nuevo. Rememorarte ahora es mi peor martirio. Cargar tu recuerdo a cuestas me pesa, me hiere.

Es este sendero el que separó nuestros caminos. ¿O fue este auto? ¿O fui yo?

Aquella noche hermosa, donde la luna era igual nuestra acompañante, la cena que compartimos por mero capricho era la excusa para volver tarde a casa. Nunca tuvimos contrariedad en recorrer la carretera en horas altas, pues la tranquilidad de su silencio nos permitía compartir un rato más de nuestras presencias. Amaba tu compañía como a ninguna otra. El sólo sentirte allí, con miradas furtivas para divisar tu hermoso perfil, jugueteando con tu paciencia mediante palabras coquetas para ver ese sonrojo único que me enamoraba cada noche más. Esa hora de carretera nunca era pesada, era una de las cosas que colmaban mi vida a tu lado.

Sin embargo, hoy, en esta noche, estoy solo. La oscuridad de la madrugada entrante consume en penumbras el camino. Aunque sé debo mirar al frente, mi vista se desvía a donde deberías de estar y aquel dolor que trato de enterrar vuelve, aferrándose a mí, impidiéndome conducir.

Esa misma noche hermosa nuestro ritual de camino a casa era desempeñado como tantas veces. Esa noche especialmente te veías precioso, con la luz de la luna colándose por tu ventana, escuchándote tararear tu canción favorita en vista de que la radio vieja no dio más de sí. Tu sonrisa amplia, contento de la noche, me satisfacía. Sabía que eras feliz, y yo en igual forma lo era, con sólo verte allí conmigo.

Durante el viaje no pude evitar mi jugueteo: con miradas y palabras coquetas ahondaba en tu rostro coloreado. Tenía ganas de molestarte un poco y, sabiendo tu debilidad, colaba mi mano para hacer cosquillas en tu costado y ver tu reacción entre molesta y divertida. Tus risas eran un deleite que llenaba el silencio del auto, tus suspiros dificultosos entre ratos, cuando te dejaba un respiro, para luego continuar tu tortura con travieso ahínco. El amor me perdía, viéndote ahí, regañándome por no prestar atención al camino. Sabía que te inquietaba siempre la carretera en su aparente soledad, jamás confiaste en su forma curvilínea, nuestra ruta siempre zigzagueando entre verde follaje consumido en sombra nocturna, ni de demás conductores que pudieramos encontrar.

Siempre lo llamé paranoia, hoy sé que tenías razón. Debí escucharte, ¿es muy estúpido pedir disculpas ahora?

Ese jugueteo con tu adorable persona, removiendo tus prendas coloridas que iluminaban mi mirada, me llevó a la falta de atención. Una luz delante de nosotros me hizo voltear. Te juro que no pensé que ese auto estuviera fuera de camino, ni que un grito de aviso fuera lo último que escucharía de ti.

Todo fue confuso y repentino. Cuando me di cuenta de lo desecho que estaba el frente del auto, varado a un lado del camino con humo desprendiendo del motor, inundando mis fosas nasales, giré mi mirada hacia a ti.

Tu sonrisa no estaba más.

El pánico llenó cada milímetro de mi ser, aún con el dolor de mi cuerpo busqué la forma de sacarte de allí. Con alaridos saliendo de mi boca entre la punzante movilidad de mis articulaciones, estiré mi mano hacia a ti. Sin embargo, antes de siquiera rozarte, unos brazos me sacaron del auto: los paramédicos habían llegado. Mientras era subido a aquel vehículo de emergencia, ensordecido por las sirenas estruendosas que aturdían mis deficientes sentidos, sólo podía gritar: "¡Sálvenlo! ¡Sálvenlo a él!". Tú fuiste subido después, al otro lado. Tan cerca, pero tan lejos. Tus cuencas cerradas me impedían ver la belleza de tus ojos, brillantes y llenos de vida.

¿Dónde está ese brillo ahora?

Mi consciencia se vio nublada por analgésicos, cuando desperté de nuevo mi desesperación precipitada por encontrarte obligó a nueva dosis. Semi-drogado, busqué tu presencia. No estabas ahí, pregunté al primer sujeto que vi. Su silencio me carcomía, necesitaba una respuesta. Rogué, supliqué porque estuvieras en otra habitación.

No pudiste resistir, en eso se resumía la explicación del doctor.

Han pasado meses después de eso. Y, a pesar de saber que no sigues aquí, seguí pasando frente a tu trabajo a buscarte, seguí frecuentando nuestro restaurante predilecto pidiendo tu postre favorito, seguí encendiendo la calefacción de nuestra casa para aliviar tu frío, seguí conduciendo nuestra misma ruta en la carretera, con la radio vieja puesta en tu estación.

Miro de nuevo tu asiento vacío, imaginándote allí. Ahora este camino es pesado y tedioso, con impresión de interminables horas de silencio. ¿Por qué conduzco de nuevo esta ruta oscura, solitaria? No lo sé, no tengo idea. Es el instinto el que me guía por este mismo sendero que tantas veces recorrimos.

Siempre fuiste tú mi camino, si no estás: ¿a dónde debo ir?

Mis manos tambalean en el volante, entre los ratos que me pierdo mirando mi costado: tu asiento, donde deberías estar. Mi vista se nubla, no es buena idea conducir bajo los efectos del alcohol. Una repentina luz me hace mirar al frente, como aquella vez.

No sé si me escuches, pero... lo siento.

Te amo.

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1035 palabras.

Publicado - 11 de octubre 2017.

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1040 Palabras.

Última edición - 26 de junio 2018.

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