La bruma.

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La bruma se alza a girones sobre el mar en calma y se espesa mientras el inspector Mateo Navas avanza por el pantalán abandonado, apenas iluminado por una luna espectral. Levanta el cuello de su chaqueta, protegiéndose de la humedad. A su espalda, lindando con la playa, queda la desmantelada termoeléctrica que espera el inminente derribo. Al frente, el muelle se adentra hasta la punta donde antaño amarraban los buques cisterna que surtían de combustible a la central obsoleta. Allí se adivinan las siluetas de media docena de policías, desleídas entre el manto nebuloso. Uno de ellos desanda la pasarela al verlo llegar y sus rasgos se van tornando nítidos a medida que emerge de la neblina.

El hallazgo lo ha hecho un pescador, explica, aunque Navas ya lo sabe: se lo dijo la voz que, al teléfono y muy avanzada la madrugada, le hizo concluir el sueño abruptamente. Ha visto al pobre hombre hace un minuto, tembloroso, arropado en una manta; afirmado contra el coche patrulla junto al que el inspector ha aparcado; deseando que le dejen marchar.

El policía que ha surgido de la niebla acompaña a Navas hasta el final del pantalán. El inspector advierte la caña que el pescador ha olvidado y también su canastillo y su farol, aún encendido. Una escalera herrumbrosa cae a un lado. Descienden una docena de herrumbrosos peldaños empapados, agarrados con precaución a la insegura barandilla, hasta una estrecha plataforma suspendida sobre el agua. Aquí amarraba el bote del práctico que guiaba el atraque, le dice el agente, al parecer informado en artes marineras. Antes de pisarla han de sortear el pequeño cuerpo, tendido sobre los últimos escalones.

***

Tras una semana sin noticias de él, la señora que le limpiaba el piso se creyó en la obligación de dar parte a la policía. Oscar Andrade, cuarenta y seis años, inspector de Hacienda. Un hombre muy eficaz, esas fueron las referencias del jefe de la Delegación. A veces demasiado intransigente, valoró otro de sus colegas. Y algo vivales, insinuó una compañera de trabajo. Soltero y sin familia que se le conociera. Propietario de un Lexus de los caros, asiduo de un selecto bar de copas. Picaba aquí y allá, rememoró el barman ante las preguntas del inspector Navas.

El hombre se ganaba bien la vida, a juzgar por cómo tenía el piso. La mujer del servicio fue mostrando cada una de las estancias y no quedó un armario por abrir ni un resquicio donde mirar. Ningún indicio sospechoso, nada que indicara qué podía haber sido de él.

–Sí, salía mucho –le informó la portera–. Llevo empleada en esta portería desde que se levantó el edificio, y aquí nunca hubo un escándalo, señor policía. Cada vecino en su casa y Dios en la de todos. Pero esa mujer tiene la cabeza a pájaros, se lo digo yo. ¿Qué hace soltera una señora de su edad?, dígame usted. Traer a malmeter a todos los hombres de esta comunidad: eso es lo que hace.

Mateo Navas visitó a todos los vecinos puerta por puerta, empezando por el joven Tomás Santiago.

–Sí, Marisa es mi mejor amiga, ¿sabe, inspector? No sé si ya la conoce, es la chica que vive un par de plantas por encima de mi piso. [...] Lleva usted razón, me tiene enganchado. Me fijé en ella el mismo día en que aterrizó por aquí, justo antes de la Navidad. Es... ¿cómo le diría yo? Es... especial. Sí, esa es la palabra: especial. [...] No, inspector, no somos novios. En realidad –casi me avergüenza decirlo– no creo que ella sepa hasta qué punto me tiene colgado. Pero yo la dejo que se tome su tiempo. [...] Claro que yo conocía a Oscar Andrade, ¿qué quiere saber de él?

***

–Le han informado bien, inspector: Oscar y una servidora nos vemos, aunque tampoco se crea que somos asiduos. Y no es sólo que nos crucemos en la escalera: a veces salimos a cenar y a bailar, aunque sin nada fijo. [...] No, yo no tengo pareja, ¿para qué la quiero? Los hombres sólo sirven para lo que sirven, supongo que ya me entiende. [...] Sí, Oscar ha pasado algunas noches aquí, y yo también he dormido en su casa, ¿es algo malo? [...] ¿Que cómo es Oscar? Déjeme pensar... Oscar es... es un tío que vive la vida sin complicársela. Igual que yo. [...] No, no tenía idea de que Oscar trabajara en Hacienda, nunca lo mencionó. Oiga, inspector, ¿puedo hacerle una pregunta? Dígame: ¿quién le ha hablado de lo mío con Oscar?

La brumaWhere stories live. Discover now