Capítulo 1

29 2 0
                                    

Había una vez en un reino muy lejano un rey y una reina, cuyo mayor deseo era tener un bebé. Después de muchos años su sueño se hizo realidad y tuvieron una hija. La llamaron Sol ya que era la luz de sus ojos y les parecía la niña más preciosa del mundo.

Como era su única hija, el rey y la reina la daban todo lo que quería y la princesa creció como una niña muy caprichosa. Era muy mandona con los sirvientes y nunca decía gracias ni por favor. En una ocasión, entró en la cocina cuando la cocinera estaba preparando la comida.

-Prepárame un pastel -le ordenó la princesa

-Te haré uno para la hora del té -le contestó la cocinera.

- ¡No, dije que quiero uno ahora! -repuso la princesa.

Así que la cocinera tuvo que dejar lo que estaba haciendo para prepararle un pastel a la princesa.

Como es natural, ese día la comida se retrasó y la pobre cocinera se metió en un lío. Muy injusto, por cierto.

La princesa era exactamente igual con sus amigos. Cuando iban a jugar al palacio, Sol era siempre la que elegía los juegos y se ponía a mandonear como toda una pequeña tirana, hasta que dejaron de ir a jugar con ella.

Un día, Sol estaba en el jardín y vio a un niño que la miraba desde la reja de la entrada del palacio. Se llamaba Roberto y sentía pena al ver a la princesa jugando sola. Roberto era huérfano y no tenía hermanos ni amigos, por eso sabía muy bien lo que era sentirse solo. Pero Sol lo miró por encima del hombro y ni tan siquiera le saludó.

Lo mejor de Sol era su pelo castaño: sus mechones rojizos eran tan brillantes como las hojas del otoño. Las niñeras intentaban peinar sus rizos todos los días, pero ella nunca se dejaba y montaba un gran pancho. Simplemente porque a Su Alteza Real no le gustaba que le tocaran el pelo. ¡Ni se imaginan los escándalos que armaba! Gritaba y pegaba a las niñeras como una loca.

A la hora del cepillado, la reina intentaba por todos los medios que su preciosa niña se dejara peinar. Le compraba los vestidos más bonitos, los zapatos más preciosos y chocolates de los que hacen agua la boca. Pero nada era suficiente. La princesa se retorcía, se revolvía y daba patadas en el suelo. Como ves, tenía un genio terrible.

Una mañana, cuando las niñeras intentaban peinar su cabello real, la reina le trajo a Sol una muñeca preciosa. La princesa, que como siempre estaba gritando malhumorada, agarró la muñeca y la arrojó por la ventana. Justo en ese mismo momento, una abuelita pasaba junto al palacio y la muñeca cayó a sus pies. La abuelita (que en realidad era un hada disfrazada) se inclinó para recogerla.

- ¡Devuélveme mi muñeca! -gritó Sol desde la ventana.

- Pero antes debes prométeme que vas a ser una niña buena -contestó el hada.

- ¡No! No pienso ni tengo porque prometerte nada -gritó la princesa.

-Muy bien, entonces me quedaré la muñeca y a ti te lanzaré un maleficio.

Sol estaba a punto de decir una grosería cuando de repente la abuelita se transformó en hada. La princesa se sobresaltó. Sabía que se trataba de un hada de verdad, con sus alas y su varita mágica.

La princesa estaba a punto de preguntar al hada qué tipo de hechizo había arrojado sobre ella cuando, como suelen hacer las hadas, desapareció.

Al principio, Sol hizo caso omiso como si no le importara lo que había sucedido.

-Hada tonta -pensó. - Seguro que ni siquiera sabe hacer magia.

A la hora del desayuno todo seguía igual. En la comida no había nada diferente. Pero a la hora del té, cuando la princesa se estaba devorando un plato de pasteles de crema. su pelo comenzó a crecer. En cuestión de segundos, le cayeron sobre la cama un montón de largos y gruesos mechones rizados y no pudo seguir comiendo los deliciosos pastelitos.

La Princesa CaprichosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora