Abril había estado empacando sus cosas desde muy temprano. Hank seguía sin decir ninguna palabra. Y ella lucía terrible. La noche anterior no pudo dormir del todo sabiendo que esa sería su última noche ahí. No quería preguntarle a Hank la ubicación de la nueva escuela —aunque dudaba que él fuera a responder—, pero no podía evitar sentir curiosidad.
Cuando comenzó a amanecer, Abril se había despertado sobresaltada. Tan solo había conseguido tres horas de sueño. Se levantó y fue hasta su espejo de cuerpo completo para echar un vistazo a su reflejo. Suspiró ante verlo. Trató de sonreír, pero más bien parecía un mueca. Luego de un baño y vestirse, sacó una gran maleta que había dejado bajo su cama, depositándola en el suelo, y comenzó a sacar la ropa que quedaba en el armario.
Por el poco tiempo que llevaba ahí, no podía decir que extrañaría esa casa como para llorar, pero ya había empezado a acostumbrarse. Una parte de Abril no quería irse y, para hundirse más, sus pensamientos divagaron hasta recordar la casa en la que creció y tuvo que dejar. Quizá allí era el único lugar donde aún podría sentir la presencia de su madre, pero Hank la hizo subir a un auto, alejarse de la ciudad y no volver atrás. ¿Por qué no podía ser sincero con ella y decirle que él estaba escapando de su recuerdo porque era doloroso vivir con lo que fue y que ya no será? Tal vez ella lo habría entendido; al fin y al cabo, compartían el mismo dolor.
Se había rehusado a empacar los días anteriores ya que pensaba que su padre cambiaria de idea y la haría quedarse... algo que no hizo. La puerta de su habitación fue tocada dos veces para luego abrirse, pero ella no quería verlo, tan solo quería... terminar con todo de una vez.
—¿Ya tienes todas tus cosas listas?
Le dolió escucharlo tan tranquilo.
—Ya casi termino.
No fue hasta que escuchó la puerta cerrarse que se permitió dejar salir un par de lágrimas. ¿Seguiría fingiendo que no le importaba? Abril sentía que era la única sufriendo, que de los dos era ella quien echaría de menos la nueva casa y la nueva promesa de un comienzo.
Tomó su maleta para llevarla a la puerta, lista para salir, pero antes de irse se acercó a la mesita que tenía al lado de su cama y abrió el primer cajón. Había guardado una foto de su madre la primera noche. Fue tomada años atrás, mucho antes de que Abril naciera. La foto, según su padre, había sido tomada en una fiesta familiar. Antes de que su madre perdiera contacto con su familia.
Ambas tenían el mismo color rojo de cabello, pero el verde de sus ojos lo había heredado de su abuela. Nunca la conoció, pero su madre le contó historias sobre ella hasta que un dia dejó de hacerlo. Para ese entonces Abril ya no era una niña, pero ahora, con sus dieciséis años, desearía seguir escuchando sus historias. Puso la foto sobre la ropa en la maleta y continúo sacando varias cosas que no quería dejar allí. Rebuscó entre los cajones hasta encontrar lo que buscaba. Era un collar que su madre siempre llevó puesto. Un simple sol. Su madre decía que era un símbolo de poder cósmico. Era como una broma entre ellas, por el propio poder que ambas compartían. Por unos segundos lo contempló antes de ponérselo.
Abril no se permitió llorar cuando movió sus cosas, ni siquiera cuando observó por última vez su habitación, o cuando descendió por las escaleras y descubrió el salón de estar vacío. No miró a su padre cuando se dirigió al auto, así como tampoco inició una conversación cuando él ocupó el asiento del conductor. Sin embargo, no pudo evitar no mirar la casa mientras se alejaban. Y luego no quedó nada para recordar.
Nubes grises se habían amontonado en el cielo. Pocos minutos después, las primera gotas comenzaron a chocar con el vidrio del auto.
—No tenemos que hablar durante todo el camino —dijo su padre por primera vez—, pero tampoco hay que estar tan callados.