Única parte

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Halloween.
¡Odio este día! Es tan... Espantoso. Las personas se disfrazan de manera mediocre de personajes ficticios y van a pedir caramelos.
A Sebastián le encanta este día porque corre tras los niños y estos le tiran algunos dulces.
¡Pero para mi no hay día del año más pesado que este!
Al contrario de que todo el mundo cree ¡Este es el peor día para hacer hechizos!
-Iván, deja de quejarte.- un gato negro está sentado al lado de mis pies mirándome desde allí abajo, sonriendo mientras muestra esos dientes filosos.
Cualquier persona gritaría ante la visión de un gato hablándole.
Yo ya estoy acostumbrado a este gato.
-Sebastián, no estoy de humor. Vete por favor.- le pido dándome vuelta y caminando hacia mi caldero que está en el medio de la habitación.
¡La maldita poción está verde! ¡Debería ser azul!
Escucho una pequeña risa a mis espaldas y tiro furioso el contenido del caldero al suelo, no tardo en oír la ventana abrirse y el sonido de alguien corriendo en el pasto.
Sebastián se ha ido a seguir persiguiendo niños. Genial. Sé que le pedí que se fuera pero no hablaba en serio.
Agarro mi varita y la muevo agitándola tratando de hacer desaparecer el desastre que está sobre mi suelo pero solo logro que la maldita poción cambie de color.
¡Como odio este día!
Es tan difícil ser hechicero en Halloween.
El maldito día es un hembrista de lo peor. La magia de las brujas se ve favorecida pero la de los hechiceros es disminuida.
¡Maldito patriarcado!
Seguramente la hermana de Sebastián se la está pasando muy bien volando allá afuera pero yo no me atrevería a sacar mi escoba.
Quiero vivir, muchas gracias.
Termino por limpiar mi suelo con un trapo, a mano, como que si fuera un simple y tedioso humano común y corriente.
Mi mal humor no deja de aumentar así que salgo de mi hogar, solo veo pastizales secos y árboles a la lejanía.
Voy a ir a buscar a ese desgraciado y dulce gato.
Al llegar al pueblo más cercano me encuentro con que todo está apagado y todo está muy silencioso, no se ve gente caminando a pesar de que ya es de noche. Aprieto los labios sin sentir temor y camino por las calles tratando de encontrar señales de vida.
-Sebastián- llamo ya que no hay nadie pero solo se escucha el sonido del viento, abro una de las puertas de una casa al azar y noto el ambiente frío al entrar -¿Sebastián?- vuelvo a llamar sosteniendo mi varita, siento un ligero olor a hierro pero lo dejo pasar empezando a subir las escaleras.
De pronto mi pie pisa un charco rojo y me detengo, alzo mi vista siguiendo ese pequeño camino de sangre y noto que hay un joven tirado en el suelo.
Mi corazón da un vuelco.
Me acerco rápidamente para ver su rostro pero mi expresión cambia de susto a decepción al notar un rostro desconocido, corro al cadáver con mi pie haciendo una mueca de asco cuando el pantalón se me ensucia con ese líquido rojizo.
Entro a la habitación y noto que todo está salpicado son sangre. Frunzo el ceño y me acerco a la cama, inclinándome para ver debajo de esta.
-¿Has visto a Sebastián?- pregunto, escucho un gruñido y veo una sonrisa formándose en la oscuridad, con dientes que estarían perfectamente blancos si no estuvieran manchados con carmín.
-No- responde con voz profunda y haciendo eco, suspiro con fuerza y me paro erguido de nuevo antes de darme vuelta para salir de esa habitación. No me detengo a dar gracias pero no creo que al monstruo de debajo de la cama le importe.
Salgo de la casa pero al abrir la puerta me encuentro que la calle ya no está tan vacía, en todas las veredas hay gente descuartizada.
La sangre fluye de los pedazos de cuerpos haciendo pequeños ríos que llegan a la calle, además que el pasto de los jardines se ve salpicado con ese líquido.
¡Que maldito asco!
Corro hacia una de las casas que no tienen la puerta manchada y entro en ella, todo parece normal a excepción de la persona sin cabeza que cuelga de un pie del candelabro.
-¡Sebastián!- ese maldito gato ya me está impacientando.
Siento una mano en mi hombro aunque parecen más ser garras y algo viscoso caer sobre mi cabeza, mientras una respiración pesada choca contra mi cuello.
-¡Mi cabello, Sebastián!- grito furioso y me doy vuelta pero ya no quedan rastros de la bestia que estaba tras mío o del gato, solo hay un joven de cabello castaño y facciones dulces, con ojos negros y una sonrisa divertida.
Todo sería normal en él si no fuera porque su abrigo está salpicado con rojo.
-La policía ya viene.- murmura agarrando mi mano y dándome un beso en la frente.
-¿Y los niños?- pregunto alejándome al notar que me ha manchado de rojo al darme un beso ahí ¡Ya le dije mil veces que se limpie antes de andar de mañoso! ¡Odio el olor a sangre!
-Mi hermana ya los tiene.- sonrió dulcemente mientras se limpiaba las manos en su abrigo de lana.
Sonreí sin poder evitarlo.
¡Habría más brujas y hechiceros para el próximo Halloween!
Salimos rápidamente de la casa sin prestarle demasiada atención a la obra de arte de los monstruos que habían sido liberados esa noche, a lo lejos se escuchaba el sonido de la policía.
Pobres, pobres humanos.
Nunca van a poder explicar este caso.
¿Raptar niños? Eso ya no funciona. Ahora está de moda matar a todo el pueblo y llevárselos, quitarles la memoria y hacerlos brujas o hechiceros.
Aunque, no te preocupes.
Disfruta de este cuento de manera tranquila.
No le prestes atención al monstruo de debajo de tu cama ni le hagas caso a las dos siluetas que están atrás tuyo observándote.

HalloweenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora