Retumbaban el cielo en el horizonte. Los destellos de los relámpagos que cegaban a las grises nubes en el infinito eran imperceptibles para los transeúntes que, transitaban la plaza donde todos los caminos se encuentran y el viento dobla. Tumultos de gente que habían dejado sus tareas caminaban de un lado para otro sin cesar. Agitados por el festival anual que se celebraba en aquel pueblo de personas que esperaban la llegada de aquel hombre.
De repente, un hombre se alzó sobre el gentío y lanzó un aviso a los cuatro vientos anunciando la llegada de aquel hombre.
Entonces los pasos de la gente esparcida por la plaza y el bullicio cesaron de golpe como si el tiempo se hubiese congelado. Bajo el silencio sepulcral que inundó la plaza, poco a poco las personas caminaban hacia lo orilla de la calzada, donde se dibujaban las ventanas y puertas de las cabañas que yacían al margen de la amplia avenida principal a la expectativa y dejando una ancha brecha que recibía a cinco personas. Cuatro de ellas con capuchas que cubrían toda cualidad desde sus rostros hasta sus pies, y delante de ellos un viejo fornido con cabello del mismo color que las sombras y lo suficientemente largo para cubrir su mirada, que se mantenía fija en su camino. Caminaba con determinación, pero sin prisa. Sus anchos hombros vestidos con una capa negra cargaban con el odio del mundo y la única verdad. El gentío permanecía en absoluto silencio. No había lugar para murmullos ni miradas perdidas, pues toda la atención recaía sobre aquel hombre que con majestuosidad se movía por la calzada bajo los últimos rayos de sol de aquella mañana de primavera.
El hombre marchó hasta encontrarse con una esfera tallada en piedra que llegaba a la altura de su cintura. Entonces se detuvo frente a ella, la contempló por un breve momento y se sentó sobre ella con las piernas entrecruzadas. El hombre permaneció quieto y preso del silencio. El viento y los relámpagos llegaron juntos como buenos y viejos amigos. Las primeras gotas de lluvia levantaron el polvo que cubría las interminables losas de piedra labrada. Luego el hombre junto con dos encapuchados a cada lado, sacaron una botella de vidrio de sus capas, con coloridos líquidos. Entonces el hombre en un gesto de brindis levantó su botella al cielo con su mirada sobre el horizonte, y dijo:
"El mundo llamó demonios a quienes pelearon contra una mentira. La mentira que encierra la verdad que los sabios callan y condena la voluntad de los tontos que la revelan. Pero el pasado ha guardado este misterio por tanto tiempo que algún día el viento se enterará y susurrará al oído de los hombres la verdad. Entonces los pilares del mundo se derrumbarán y la voluntad de los caídos ascenderá"
Entonces los gritos de alegría y felicidad del único rincón del mundo donde el nombre de T. Cooper no era aborrecido, derrumbaron el silencio. El mismo silencio que invadió el cuerpo y apagó la mirada de aquel hombre en cuyos labios se dibujó la última firma de su voluntad. La sonrisa de un demonio.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra del Fuego: Crónica del Rey de Piedra
FantasyTras casi dos décadas de guerra, esta parece no ver su fin. Un infame hombre regresa para intentar revivir la paz, sin embargo, un encuentro inesperado despertará la esperanza de librarse de una maldición eterna. Esto lo tentará a desentrañar secret...