Episodio I: Senderos de Luna

26 2 2
                                    



La blanca luna brillaba en el cenit del oscuro cielo a mitad de la noche, acompañada por la ausencia del tintineo de las estrellas mientras vertía su luz sobre las vastas praderas de verdes y danzantes pastos, en las afueras de la pequeña villa de Lirio. Acompañada por la nacarada sombra de la luna, la oscura y delineada silueta de un hombre envuelto en una negra y vieja capa, marchaba con paso lento y una espada envainada apegada a su espalda llevaba. Sin prisa y con la soledad impregnada a él mientras pisaba las secas y crujientes hojas de cálidos colores, que la suave brisa del viento había arrancado de las largas hileras de imponentes robles y posados sobre el ancho sendero de piedra labrada sombreado atravesó el tenebroso sendero a través de los robles hasta llegar a las puertas del pequeño pueblo donde cruzó el umbral de un gran arco de piedra, recibía a nuestro viajero errante visitaba aquel pueblo que lucía completamente apagado y envuelto por el sonido del silencio. Las calles y avenidas adoquinadas con pequeños bloques de granito eran recorridas únicamente por el viento que soplaba el polvo de las calles y por los lentos pasos del misterioso hombre. Los tejados de arcilla y barro de las casas y tiendas que ya hacían inundadas por la oscuridad a excepción de unas cuantas ventanas que despedían la amarillenta y débil luz de una vela encendida. El hombre que llevaba el gorro de la capa puesto y el cual le cubría el rostro paseaba su mirada lentamente por los solitarios callejones que dejaba atrás y de cuando en cuando levantaba su cabeza hacia la luna que iluminaba su camino, cómo si buscara ahuyentar las sombras que acechan su rostro. De repente el hombre se paró en seco a mitad del manto de granito como si algo le hubiese detenido. A lo lejos el rechino de las ruedas de una carreta y el sonido de las herraduras de los caballos golpeando la calle a su galope rebotaban en las paredes de adobe y piedra hasta llegar a oídos del hombre, quien ni lento ni perezoso se ocultó con sutileza y sigilo a la sombra de unos toneles de roble apilados junto al costado de una posada en un callejón sin salida. El hombre con paciencia y estoicismo espero de cuclillas y recostado a la húmeda y mugrienta pared de la posada mientras escuchaba venir el carromato. Aquel momento se hacía eterno para nuestro héroe hasta que finalmente el carromato estuvo frente a él. Cauteloso asomó su vista a través de una rendija que dejaban los toneles. El carromato que tenía en cada costado un estandarte azul colgando de un pequeño manto que forraba una parte de este, llevaba a bordo a una docena de taciturnos caballeros con sus plateadas armaduras afilando sus largas e imponentes espadas de hierro blanco. Guiando a los caballos, al frente del carruaje y concentrado en el camino, iba un soldado más, sentado sobre una tabla de madera que hacia las de banco. Ninguno de los caballeros daba indicios de sentir la presencia del hombre que ya hacía oculto detrás de los toneles de roble y que ansiaba ver el carruaje seguir el camino hasta escapar de su vista. Y así fue.

El carromato se había alejado bastante ya, tanto que hasta se había perdido en las sombras de la noche, las líneas del horizonte y los senderos de la luna. El hombre seguro de que el carromato se había alejado decidió por fin salir de su escondite, claro asegurándose primero de no tener compañías no deseadas que le esperasen en la calle para seguir su caminata a través del pueblo. El paisaje continuaba sereno e inmutado, todo estaba en su lugar. Pero cuando ya se hallaba dispuesto a marchar nuestro héroe percibió un olor similar al de la madera ardiendo en llamas, así que levanto la cabeza y miró por encima de los tejados del pueblo en búsqueda de alguna chimenea que liberara fumarolas de humo, pero no observó nada parecido. Aquello lo frustró, sabía que debía evitar ser visto por alguien a esas horas de la noche de lo contrario levantaría sospechas y no quería verse envuelto en problema alguno, pero tampoco podía demorarse mucho cruzando Cirio, así que caviló por un momento hasta que al fin decidió seguir su camino, pero de pronto y como si el destino estuviese jugando con él, el sonido de una puerta abriéndose y dos voces que parecían venir de alguna de las casas de alrededor le tomaron por sorpresa. El hombre que no se había alejado mucho de los toneles rápidamente corrió a esconderse tras ellos de nuevo.

La Sombra del Fuego: Crónica del Rey de PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora