Capítulo 1

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El rayo de sol que entraba por la ventana, me recorría delicadamente la cara. Su calor y su luz hicieron que me despertara  y me sentara encima de mi cama, que era la parte de arriba de una de las literas. Me restregué los ojos hasta poder ver con claridad y contemplé las marcas de humedad del techo. Luego, miré por la pequeña ventana situada a mi izquierda, y no pude evitar ver, el mismo paisaje que siempre observo. Una escena tranquila que estaba abundada por algunos árboles, que solo eran el principio de un extenso bosque partido en dos por una larga carretera.

Al cabo de unos segundos, me percaté de que mis compañeras de habitación, algunas eran de mi clase, se habían despertado. Cuando ya se habían desvelado del todo, una de ellas me dirigió una mirada ofensiva.

-¿Kyle, Por qué siempre te despiertas antes de las ocho? ¡Necesitamos dormir! – La chica se llamaba Elisabeth, era la más popular del internado, quizás, por sus cabellos rubios que resaltaban su belleza que parecía salida de alguna portada de la revista Cosmopolitan. En cualquier caso, sus palabras no me ofendieron. Es más, estaba tan acostumbrada a oírlas, que lo único que hice fue levantar el pulgar en signo de afirmación y sonreírle irónicamente. Ella, se enfadó mucho más y continúo-  ¿Y has pensado que podrías ponerle una simple cortina a tu ventana? Nos harías un gran favor, ¿sabes?, ¡entran rayos de sol y siempre me despiertan!- Su voz sonaba ahogada, como si estuviera a punto de llorar, yo sabía que fingía, seguramente, para dar pena. Al ver que yo la ignoraba, susurro un “Eres patética” en mi dirección.

El timbre de las ocho sonó unos pocos segundos después. La voz de la directora sonó por el megáfono, avisando a todos los alumnos que debíamos prepararnos para desayunar y luego, nos deseó un día productivo. Los trece años que estuve en ese internado, la directora, la Sra. Mcanister, siempre ha dicho lo mismo. O al menos, eso recuerdo.

Me bajé de la litera con cuidado de no caerme y fui directa al armario, donde se encontraban todos los uniformes. Cogí el mío, que se diferencia de los demás porque tiene mi nombre en la etiqueta del chaleco.

Fui directa al baño, me metí dentro de una de las cinco duchas, me desvestí dejando el pijama gris colgando de un gancho y dejé que el agua caliente recorriera cada parte seca de mi cuerpo. Cuando terminé de ducharme me vestí con el uniforme azul y salí del baño contemplando como todas las chicas se peleaban por la ducha que acababa de dejar. Sonreí y me dije a mi misma, “Las ventajas de levantarse temprano”.

Dejé el pijama en el armario y me peiné rápidamente mi cabello castaño oscuro con algunas horquillas para que el pelo no me molestara en la cara.

 Antes de salir, me puse los zapatos y vi a Elisabeth y a sus amigas maquillarse. Las normas dicen que los menores de dieciocho no se pueden maquillar. A no ser, que fuera un día festivo. No era un día festivo, pero puede que se estuvieran maquillando porque al parecer más mayores podían pasar desapercibidas. Además, no creo que la directora jamás se enfadara con Elisabeth. Su padre es abogado, y cuando el internado se fundó, él, proporcionó grandes ingresos y se podría decir, que la Sra.Mcanister  le tiene un cariño especial.

Al salir, me tropecé con Edgar. Mi único amigo desde siempre. Mis padres eran muy amigos de los suyos. Y, cuando murieron los míos, en un accidente de coche, yo, al tener tres años, los padres de Edgar se vieron obligados a encargarse de mí y me instalaron a este internado. Si me hacía falta algún material, ellos me lo pagaban. Por lo que, como ellos desean, los intento tratar como si fueran mis padres. Aunque realmente nunca lo serán ni de lejos.

No todos los alumnos eran huérfanos, es más, casi nadie era huérfano. La mayoría se instalaba porque sus padres tenían viajes de trabajo importantes, y no se podían ocupar de sus hijos. Ese era el caso de Edgar. Sus padres viajaban constantemente.

Dark DreamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora