Era una chica solitaria, o alomejor no tan solitaria. Amaba imaginarme estar en otros mundos. Por eso, me gustaba estar en la biblioteca, para mí era un lugar distinto que para otras personas. Solo los libros sabían maquillarme el alma con letras cuando realmente necesitaba que alguien lo hiciese.
Abrí la puerta que me impedía el paso entre los libros y yo. Tal y como esperaba, no había nadie. La bibliotecaria no había llegado todavía y estaba totalmente agradecida de ello.
Rápidamente cogí el primer libro que casualmente fue el que me había leído el día anterior, Alicia en el país de las maravillas. Me senté a la esquina de una de las últimas estanterías y con las lágrimas en los ojos empecé a leer. Me costaba leer. Notaba que veía borroso y las lágrimas me empapaban las mejillas. Pero aún así, seguí leyendo e imaginé que estaba dentro de mi única salvación que desafortunadamente, no era real.
Me tranquilicé rápido y me sentía muy bien después de haberme desahogado del todo. Pero un sentimiento seguía ahí, en mi cabeza, me sentía el ser más inútil del mundo.
Dejé el libro a un lado y empecé a pensar en lo que me había hecho Edgar, en lo que le habría dicho Elisabeth y en lo sola que estaría a partir de ese momento. No quería ir a clase, no podía. Con suerte podría convencer a la bibliotecaria de quedarme allí, aunque un segundo después me pareció totalmente estúpido. Una idea absurda. Aunque no más absurda que mi personalidad. Así, que decidí que cuando viniera la bibliotecaria, la señora Julie, no dudaría en intentarlo.
Miré a través de las ventanas que estaban justo en frente mío. Los pájaros volaban de árbol en árbol, pero yo como siempre, no me fijaba en los pájaros que iban en grupo. Me fijé en el único pájaro que estaba solo en el borde de una rama. El podía vivir solo, sin ayuda de nadie. Libre e independiente. Lo admiré demasiado. Tanto, que me pude ver reflejada en él. Si él podía vivir solo, ¿Por qué yo no?
Desde aquel día, ese pájaro fue únicamente mi primer ídolo y para mí, un símbolo de libertad y alegría.
El timbré que avisaba que empezaban las clases sonó, y los pájaros, asustados, salieron volando.
Cogí el libro, y antes de empezar a leerlo otra vez lo olí. Olía a humedad y algo muy especial que solo los libros tienen. Empecé a leer la primera página, amarilla, porque el libro tenía que tener sus años. Inmediatamente, me llevó a un lugar, lejos de este y estaba muy feliz. Cuando Alicia estaba cayendo por la madriguera algo me impidió leer más, y no eran mis estúpidos pensamientos. Era el pájaro solitario, estaba en frente de la ventana, por un momento, parecía observarme.
Me levanté del frío suelo en el que estaba sentada, marqué con el dedo la página que estaba leyendo y me dirigí a la ventana para observarlo. El pájaro tenía una manchita marrón en la cabeza y el resto de su suave cuerpo era gris.
En ese momento entró por la vieja puerta de la biblioteca la señora Julie, tan animada como siempre. Y el pájaro, ya no estaba.
-¡Hola Kyle! ¿Qué estás haciendo aquí?- Me decía dejando los libros que tenía en su mano en la mesa donde ella solía trabajar. Se había recogido su melena pelirroja en una coleta.
-¿De verdad te parece raro que este aquí?- Dije yo sonriéndola.
-La verdad es que no. Pero a esta hora sí. ¿Por qué no estás en clase? Hace cinco minutos que todos los alumnos están dentro de sus aulas.
-No quiero ir a clase. Quiero estar aquí- Fue lo único que podía decir. Quería contarle la razón, pero no podía. No podía hacerla cargar con mis problemas.