Soledad.

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Volvemos a Octubre del 2017. Ataque de ansiedad. Pasillo de estación del metro. Mi reloj de muñeca marcaba 8:17 PM.

Bang. De vuelta al presente. Mi mente volvió a aclararse. Pude controlar mi respiración y poco a poco combatí con el vacío en el pecho que sentía que me arrebataba la vida, como un dulce a un niño.

Poco a poco me levante del suelo. Incline mi tronco hacia el frente para que mis dos manos tocaran el suelo, no podía coordinar correctamente mis movimientos, parecía como si un bebe intentara gatear. Tire la espalda hacia atrás, mis piernas ganaron fuerza, se extendieron lentamente y así mi cabeza quedo a la altura correcta. Me di cuenta que había estado sentado en una posición ridícula, como si estuviera haciendo yoga. ¿Cuánto tiempo? ¿30 segundos o 30 minutos?. La corriente no pudo llevarse la pesada roca. Me había tumbado en medio del pasillo rumbo a la otra estación por eso ningún policía se percato que una persona se tumbo en el suelo haciendo mas lento el transito. 

Hacia meses que no me daba un ataque. Una mujer usaba la misma loción que Elena o, ¿habría sido ella en persona?. No pude distinguir a aquella mujer que había pasado a lado mío noqueándome con su fragancia.

¿Qué cuál era el olor de aquel perfume? Flores de Durazno.

Camine con languidez y una extrañeza en el corazón hasta llegar al vagón que me llevaría hasta casa. Baje en la estación Portales  y recorrí 500 metros entre calles, que en ese momento parecían un laberinto. Llegue a la puerta de mi edificio aproximadamente 10 minutos después de salir del metro. Vivía en el departamento 312, era un edificio de 5 pisos con algunos años encima, con fachada azul y puerta blanca que hacia semejanza a la de un castillo, de esas que se abrían de par en par pero a la inversa. No se cuanto tiempo tarde en subir las escaleras hasta el tercer piso, eran 71 escalones y 14 pasos hacia el lado derecho para llegar a la puerta color hueso del modesto departamento, los había contado con anterioridad, me gusta saber la cantidad exacta de las cosas, así siento que las tengo bajo control. Obsesivo compulsivo predican los psicólogos de cabecera.

PERTURBADO COMPULSIVO diría yo.

¿Cuántos trastornos psicológicos llevamos?. Si que estoy jodido.

Busque mis llaves en la parte izquierda de mi saco, tenían un llavero de un libro en miniatura con la portada de 1Q84 de Haruki Murakami, a veces sentía que yo también me había adentrado en una dimensión alterna donde tu te habías esfumado. Extendí la tercer llave, la introduje en la cerradura  y gire la manija hacia la izquierda. Por fin me sentí seguro después de 13 horas de no estar en mi refugio. 

Los dos sillones blancos de tacto piel estaban en su lugar, el tronco de madera que encima tenia un cristal adherido que hacia de mesa en el living no había crecido. El mueble color chocolate con varios espacios tenia encima el teléfono con ese jodido tono que tanto me irritaba, la televisión de 42 pulgadas, las dos pequeñas bocinas que había comprado en un tianguis cerca del departamento, el router y el Xbox One X también estaban en su lugar, cada cosa en su respectivo espacio. El librero que abarcaba toda una pared de la sala, con mas de 500 títulos también estaba en su lugar. Acaparador se les llaman. 

Todo estaba en el lugar correcto. Menos tú. 

En el fondo estaba la puerta color chocolate de mi habitación, me dirigí hacia allá con pasos firmes. La abrí y por un momento pensé que estarías dormida en el tálamo, cubierta con las sabanas hasta el cuello, como acostumbrabas.

Nada. No estabas tú. Las sabanas color azul rey estaban desordenadas como las había dejado en la mañana antes de ir a trabajar. Estaba solo. Me quite el saco y lo avente sobre la cómoda que estaba a lado de la cama, me desabroche la camisa blanca y fue a dar al mismo lugar. Los mocasines negros acabaron al pie de la puerta entre abierta, ¿los calcetines? al diablo los calcetines, hacia frio, era otoño.

Me acosté en la cama, mas bien, me deje caer en ella, derrotado. Uní mi hueso parietal y occipital con la almohada. Volví a replantearme si habría sido ella la mujer del metro. Era estúpido pensar de esa manera.

-Los muertos no huelen a flores de durazno, Héctor- Me dije en voz baja, como si temiese que alguno me escuchara. 

Una sensación desagradable hizo nudos mi garganta, di media vuelta en la cama y llore. Llore como una presa rota, como un rio después de un huracán. La sabana contra la que estaba presionando mi cara tratando de ahogar mis sentimientos quedo empapado con los vestigios de mi ser. Ni la prostituta mas famosa de la historia le lloro tanto a su amante mientras estaba empotrado en una cruz. Esa noche no hubo New York Steak ni una copa de Blue Label.

Esa noche solo tuve tu recuerdo marinado con lagrimas de soledad.







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