SHINee oneshots

Egoísta

No entiendo cómo es que pasó todo ésto. Nunca me imaginé que algo así sucedería.

Pero ocurrió, y creo que eres la persona más egoísta que he conocido.

Me dejaste aquí, solo, rodeado de todos tus familiares y amigos con sus sonrisas y saludos hipócritas, porque ambos sabemos muy bien que ellos nunca me aceptaron.

Mucho menos tus padres, que ahora cuando me abrazan me hacen sentir una especie de acidez. Es demasiado incómodo, solo quiero que se alejen y me dejen en paz porque no quiero hablar con nadie en éste momento.

Pero cuando estoy a punto de salir de ahí para dirigirme a mi habitación, siento cómo alguien me toma del brazo y me pega a su cuerpo en un supuesto abrazo que yo sé que es algo más porque, ¿Recuerdas a tu tío? Bueno, nunca te lo dije, pero varias me acosó e intentó tocarme, por suerte tú siempre aparecías en el momento indicado, pero... ¿Ahora quién podrá impedir que me haga algo?

-Eres muy bonito, incluso cuando lloras, Taemin -le escucho decir, sintiendo su mano deslizarse por mi espalda.

Puto cerdo asqueroso.

No sé de dónde pude sacar la fuerza suficiente para empujarlo y poder liberarme de sus sebosas manos y así poder irme escaleras arriba, dedicándole antes una mirada de asco a ese cerdo.

Una vez en el segundo piso, camino por el pasillo a nuestra habitación, sintiendo mis ojos demasiado pesados. Quisiera acostarme y despertar al día siguiente, pensando que todo ha salido simplemente una horrible pesadilla.

Egoísta.

Sin embargo, estando a un solo paso de la puerta que tantas veces abriste por mi, me detengo y siento una punzada en mi pecho.

No.

No puedo entrar ahí.

No puedo entrar sin evitar recordar la primera vez que me llevaste ahí. La primera vez que me tomaste entre tus brazos y me hiciste tuyo. La primera vez que me dijiste que me amabas.
La primera vez que desperté a tu lado y me di cuenta de que quería que todos los días de mi vida fueran así.

¿Recuerdas que cuando cumplimos nuestro tercer aniversario me invitaste a cenar a aquel hermoso palacio?

Un enorme candelabro de cristal colgaba del techo. Me tomaste de la mano y nos dirigimos hacia un elevador.

Nos besamos durante todo el trayecto hasta que alguien entró e interrumpió nuestra burbuja de amor.
Reímos como si fuéramos tan solo unos niños enamorados.

Y es que lo éramos.

Realmente fue una noche grandiosa. Los enormes ventanales dejaban que la luz de la luna entrara e iluminara tu rostro. Por Dios, tu bello rostro.

Tu piel morena parecía brillar esa noche.

Después de cenar, salimos al balcón y me cargaste para que me pudiera sentar en la pequeña barda y así lograr quedar a tu altura, porque siempre fuiste más alto que yo.

Esa era una de las cosas que amaba de ti. Una de las millones de cosas que amaba de ti.

Me rodeaste con tus brazos cuando miré hacia atrás y me di cuenta de lo alto que era.

-Nunca te dejaré caer -me dijiste con ese tono de voz grave que tanto me encantaba.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo. Y si caes tú, caigo yo contigo -susurraste y entendí perfectamente tus palabras.

Rodee tu nuca con mis brazos, y me acerqué a besar aquellos gorditos labios de manera sonora.