¿Cómo deseas acabar con la tanta hipocresía existente en el mundo si hasta el redondo espejo que todos admiran y anhelan es poseedor de dos caras? Aquél bello astro al que le lloran los lobos enamorados, que prometen los jóvenes apasionados, que desean los más puros e inocuos corazones. Ese vasto disco de plata, que acompaña al solitario en su melancolía y al funesto en su fatídico tormento. Ese satélite que adorna el más lucido cielo nocturno, que refleja y refracta el intenso brillo de la estrella más grandiosa.
Sí, la luna también teme mostrarse plenamente, se espanta ante la idea del descubrimiento de su lado más terrible. Sí, ella oculta en las penumbras su segunda cara, por deseo de mantenerse siempre hermosa e inalcanzable.
¿Pero acaso juzgamos a la luna?