Miro por la ventana y estamos en la época del año que más me gusta, siendo el viento filtrarse por las rendijas de la puerta principal de mi hogar, puedo oler la tierra húmeda gracias a las primeras gotas de lluvia que caen sobre el antejardín. Pero no es lo mismo de hace 10 años atrás. Estamos encerrados en casa, nadie puede salir de sus hogares por miedo al contagio o a lo que sea que está pasando. Tengo ansias de saber qué sucede allá afuera, tengo deseos de saber cómo habría sido mi vida si todo esto no hubiera pasado.
Recuerdo ese día como si fuera hoy, el ruido fue tan terrible que creo haber perdido los cinco sentidos, estaba por empezar mi rutina diaria un día jueves por la mañana, tomando un desayuno rápido, de haber sabido que sería el último desayuno en familia, habría despertado más temprano y podríamos habernos despedido. Pero así pasan las cosas, el día menos pensado la vida te arrebata lo que más quieres, sea una mascota, un familiar, un amor... Se va, todo acaba algún día y espero de corazón que esto termine.
Me despedí de mi madre y mi hermana quienes decidieron partir temprano a la capital, por los problemas de salud casi sanados de mi hermana mayor. Nos despedimos como era habitual, siempre fui muy apegada a mi madre y ese día no fue casualidad que nos costara tanto despegarnos de esos exquisitos abrazos que nos llenaban de buenos sentimientos. Tomé mi bolso y apuré a Mateo para que dejara de arreglarse y saliéramos juntos rumbo a la rutina. Mateo es mi sobrino y gracias a esos cinco minutos de tardanza, el estruendo nos encontró juntos antes de salir de casa. No podíamos entender qué estaba pasando, caimos al suelo como si algo nos estuviera aplastando, nos arrastramos como pudimos hasta estar tomados de las manos y fue ahí cuando perdimos todo tipo de sentido. No tuve tiempo para sentir miedo o para pensar en mi familia que no estaba con nosotros. Mi segunda hermana había decidido pasar la noche en casa de unas amigas, por lo tanto, estábamos solos.
Cuando desperté pude ver que todo seguía igual, por un momento no supe qué estaba haciendo en el suelo, fue como haber despertado por la mañana un día normal. Cuando empecé a reaccionar y vi que tenía a mi sobrino inmóvil frente a mi, comencé a recordar lo poco y nada que había pasado. No supe cuánto tiempo estuve inconsciente. Intenté despertarlo pero no fue posible, no podía escuchar mi voz, o quizás no podía hablar. Voltée su cabeza hacia arriba, su mejilla en ese entonces estaba tocando el piso. Lo moví con todas mis fuerzas, la desesperación me estaba matando, abrí mi boca tan grande como pude pero no oía nada, y él seguía sin reaccionar.
Mateo!!!! Mi mente grita, intento levantarme pero tengo el cuerpo muy pesado, apenas puedo mis piernas, siento como si estuviera drogada, y es primera vez que me siento así. Entonces me arrastro, quiero ver qué ha pasado, y quiero sentirme acompañada, quiero a mi sobrino de vuelta conmigo ahora. Recuerdo que hace años atrás me despertaron de un desmayo con un pañuelo con alcohol, así es que se me ocurre buscar algo similar para poder sacarlo de ese sueño.
No logro encontrar nada, cojo una manta y una almohada, estoy preocupada por él, si bien, es casi mayor de edad, me siento como su madre y es mi deber cuidarle. Sigo gateando hasta llegar a la cocina, el camino es más largo de lo habitual. Llego a la cocina y él no está ahí, lo que siento ahora es una angustia que no recuerdo haber sentido antes, mi pecho se contrae, mi respiración se corta y las lágrimas amenazan con salir, mi visión se pone borrosa. Me arrastro por el resto de la parte delantera de la casa y no lo encuentro, tomo una olla y una cuchara y comienzo a emitir algún ruido, ya que no sé si puedo hablar, no escucho mi voz. Él no aparece, estoy tan angustiada, no sé qué haría sin él. Es lo único que tengo en este momento, no sé si volveré a ver a alguien, no sé cuánto tiempo me queda de vida. Lo que ha sucedido me ha dejado completamente vacía, no puedo pensar, solo quiero llorar y gritar... Recuerdo que soy la mayor en esta situación e intento dejar de lado mi sensibilidad. Intento alcanzar la perilla de la puerta que da al patio trasero y me cuesta tanto, luego de varios intentos, por fin abro la puerta, pero es para peor, el calor que hace provoca que me sofoque, pareciera haber un incendio invisible fuera. Mi corazón se acelera, las esperanzas de encontrarlo dentro de la casa aumentan, no creo que haya podido salir de aquí con tanta facilidad. Intento pararme, pero es imposible mi cuerpo debe pesar el triple y mis piernas no lo soportan. Necesito hidratarme, estoy en shock.
Me afirmo del lavalpatos y abro la llave para humedecer un poco mi boca, y no cae nada, por Dios, qué está pasando, caigo rendida al suelo, en este momento quiero morir, soy tan debil, siempre he sido la más debil de la familia, física y sicológicamente. Cuando estoy en el piso, veo a Mateo. Está debajo de la mesa pero acostado sobre las sillas, muy acurrucado, cómo ha llegado hasta allí, intento hablarle pero obviamente no me escucha. Le hago señas y no reacciona, esto le ha afectado más de lo que imaginé. Trato de bajarlo y termina rodando y cayendo al suelo, me siento culpable por eso, me acerco a él y lo abrazo lo más fuerte posible. Quiero despertar de esta pesadilla, pero no puedo. Abro y cierro mis ojos muchas veces esperando que todo esto haya terminado. Lo miro y no veo luz en sus ojos, están oscuros y siento tristeza, no puede oirme y creo que tampoco puede verme.
La temperatura está subiendo tanto que me cuesta respirar, la cerámica ya no está fría. El calor se ha filtrado por todos lados. De las pocas cosas que recuerdo, se que estamos en verano pero este calor es infernal. No puedo descifrar la hora, llevamos un par de horas en el piso y no sé cuántas horas estuvimos inconscientes. Arrastro a Mateo hasta el sillón, me cuesta resistir mi peso, es peor con el de él también. Saco fuerzas que no tenía idea que existían y subo la mitad de su cuerpo al sillón. Estamos sudando demasiado, y no tenemos nada que hacer, mil cosas pasan en este momento por mi mente, recién aquí semi apoyada de una silla me pongo a pensar en mi familia y la angustia vuelve a mí. ¿Estará pasando esto en todas partes? ¿Sólo somos nosotros? Busco mi teléfono en la cartera que afortunadamente quedó sobre el sillón. Una pequeña felicidad invade mi rostro al encontrarlo, está encendido, pero sin señal. Tampoco puedo conectarme a internet. Es lo único que me podría haber salvado si no puedo hablar.
Esto es frustante, la hora y la fecha de mi móvil están desconfigurados. Quiero saber qué hora es, qué día es, quién sabe, quizás no estuvimos horas inconscientes ¿Y si fueron días? ¿Meses? Me estoy volciendo paranóica, nada es concreto. Espero confiada que empiece a bajar la luz para comprender que serían las 20:00 horas aproximadamente. Eso tarda en pasar. Cuando por fin llega el momento esperado, nada pasa. Y aquí estoy nuevamente, mojando mi rostro con lágrimas, derramando energía. Cierro mis ojos nuevamente, pero esta vez es para no despertar más, quiero morir aquí mismo, podría morir de tristeza y desesperación en este momento. Y el sueño me tumba, el cansancio me derrota y logro no abrir los ojos.
Mateo. Lo único que mi mente me permite soñar.
Despierto y siento que he dormido un día completo, abro los ojos y todo sigue igual, pero no comprendo si pasó efectivamente un día, o solo pasaron unos minutos, porque me siento realmente descansada. ¿Habré dormido todo un día? Creo que si porque mi estómago empieza a anunciar su presencia. Estoy hambrienta, sedienta, y mi vegija ya no aguanta más.