No ayudes a un desconocido.

78 8 3
                                    

Escrito por Nerd Face con base en una leyenda urbana muy famosa.

     . . .

Yamanaka Ino

La cuarta guerra ninja había acabado, pero el daño que los enemigos habían causado durante la ocupación había dejado a la aldea de Kanoha en la más absoluta miseria. Los suministros habían casi cesado y, comer se había vuelto un privilegio al que solo unos pocos podían aspirar.

En medio de este caos, acceder a un trozo de carne o un pan era casi imposible, y solo se podía conseguir alimento fresco que llevarse a la boca en el mercado negro. Por supuesto, sus desmesurados precios eran controlados por un grupo de gente sin escrúpulos capaces de ver morir de hambre al pueblo con tal de aumentar su fortuna. No es, por eso, extraño que se pagaran relojes de oro, joyas heredadas generación tras generación u obras de arte por un simple mendrugo de pan.

La Yamanaka no era ajena a la situación. Durante la ocupación, se había visto obligada a «ofrecer» sus encantos femeninos a los ninjas para poder comer. Por este motivo, entre una multitud de gente casi famélica por un hambre prolongada durante meses (sino años), la rubia destacaba por su escultural cuerpo y por tener algún kilo de más, viéndose más atractiva que la mayoría de las mujeres de su edad. Ella sabía que esa era su mejor arma para seguir consiguiendo comida, pero la situación se había vuelto tan tensa que ya nadie parecía requerir sus «servicios»; preferían comer que tener su compañía.

Un poco angustiada por el hambre, que por primera vez empezaba a sufrir desde que comenzó el conflicto, recorría el mercado buscando a alguien a quien pudiera «convencer» para que le diera una pieza de fruta o un trozo de pan. Algo de carne era impensable, ya que el único puesto que aún la despachaba tenía unos precios prohibitivos y sus distribuidores parecían ser inmunes a sus encantos.

En una mañana nublada, mientras miraba —con la boca hecha agua— cómo fileteaban un trozo de carne para un señor que había ofrecido un collar de oro a manera de pago, un viejecito cayó casi a sus pies. La turba de gente que se agolpaba junto al puesto de carne había empujado al anciano, quien había recibido un fuerte golpe en la cadera y parecía no poder levantarse. Tal vez la moral de la rubia no era la más adecuada, pero la chica tenía sin duda tenía un gran corazón. Se agachó junto al pobre hombre para ayudarlo a levantarse.

El viejecito, con un dolor inmenso, le dijo:

—Muchacha, ¡sácame de aquí antes de que me pisoteen!

Ella guio al hombre hasta unas escaleras que habían cerca, en la entrada de un edificio.

—Muchas gracias por tu ayuda, jovencita. Parece que el hambre le hace olvidar a la gente el respeto por sus mayores —se quejó mirando con arrogancia al montón de gente reunida en la carnicería.

—Esto es un verdadero caos —dijo Ella—. No debería acercarse a ese puesto de carne, las personas se vuelven como animales cuando empiezan las pujas.

—Pero si no me hubiera acercado, no hubiera conseguido esto.

El anciano mostró un paquete envuelto en papel de cocina y atado con un trozo de hilo de alpillera. Olía a carne. El anciano lo abrió un poco y se pudo apreciar que era carne molida, aproximadamente un kilo. Los ojos de la Yamanaka se abrieron como platos, no había visto carne tan de cerca en semanas.

—¿Cómo te llamas, jovencita?

La rubia miraba con recelo ese paquete, hasta podría perforar el grueso papel con sus ojos.

—Ino—dijo sin apartar su mirada de la carne.

—Hagamos un trato, Ino. Si me ayudas a llevar este trozo de carne a mis hijos que viven cerca de aquí, te prometo un filete para ti sola. Al fin y al cabo, un favor se paga con otro, y yo casi no puedo caminar con el dolor que tengo en la cadera.

Konohagure de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora