Una cita con Hilda Berg

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Lo único que atraían ese par de tazas eran problemas y más problemas. Desde el día que se habían parado frente a él habían sido un problema, es verdad que lo liberaron de la deuda del diablo, pero eso no les quitaba el hecho de que siempre venían a molestarlo en su zona de confort, donde solo existe paz y tranquilidad, rota las innumerables veces que ese par llegaba solo para molestar un rato, pasar el tiempo y cortar sus más que amadas flores.
El estaba feliz solo, en su casa con jardín amplio donde podía cuidar a su gran variedad de flores, siempre solitario sin que nadie lo visitará o acudiera a el, bueno, exceptuando al dúo de tazones.
Él estaba en armonía así, nunca había sido bueno socializando, siempre acompañado de sus amigas las flores y su amor por la jardineria. No era muy bueno hablando con la gente, siempre tendía a ser cortante y de pocas palabras. No era por ser descortés, el joven de cabellos alborotados era muy nervioso con sus palabras, siempre tenía que elegirlas bien antes de dictarlas, teme a equivocarse en ese aspecto. Es por eso que no se le facilita hablar con los demás.

Pero ese par de tazas se habían pasado esta vez.

Resulta que al amante de la jardineria le interesaba cierta chica que era amante a la aviación.
Hilda Berg fue una de las deudoras que se enfrentaron el par de hermanos y a su vez la liberaron del mal que tenía encima causa de la deuda con el diablo. Después de ello Hilda era muy atenta con todos los de su zona, siempre dispuesta a ayudar a las tacitas en sus viajes en avioneta y no se veía tan mala como lo era antes. A Cagney le llamaba mucho la atención su manera de actuar, tan confiada y cálida con los demás. Los hermanos Cuphead y Mugman se habían dado cuenta de el cariño que le tenía el hombre flor a la joven de cabellos oscuros, entonces se les hizo buena idea arreglar una cita para que ambos se pudieran conocer mejor y estuvieran juntos.

Cagney estaba que no podía con el mismo, si pudiera el mismo trataría de hacerles daño a las tazas entrometidas, pero la reunión ya estaba dada, Hilda había aceptado con mucho gusto y a él no le quedó más que decir que si. Habían quedado en encontrarse cerca de el arrollo para dar un paseo, Cagney sudaba como loco mientras iba camino al muelle, sus manos parecían regaderas, de no haber traído sus guantes la maceta que traía en manos se hubiera resbalado. El jardinero le llevaba a la chica una flor bien cuidada como obsequio, un tipo de flor rara de color rosado, perfecta para Hilda.
Cuando llegó al punto de encuentro empezó a dudar si ella vendría o no, sus manos empezaron a sudar más junto con su frente, le temblaba las piernas y de vez en cuando jalaba su moño para que le entrará aire por el cuello que ya lo sentía húmedo por el sudor. Poco a poco se intensificó más el nerviosismo, llegando a pensar que la joven de vestido rojo no se presentaría a esa reunión. Cagney estaba a punto de irse muy triste hasta que la vio llegar con pasó apresurado, de su frente corrían pequeñas gotas de sudor y sus mejillas estaban un tanto rosada por el esfuerzo que había dado.
El jardinero rápidamente empezó a temblar ahora de nerviosismo, parecía más una gelatina que una planta firme.
-Oh Cagney... Lamento haber llegado tan tarde, tuve... un inconveniente de camino hacia acá...-decia una ajetreada Hilda respirando con dificultad.- De verdad... lo lamento, por haberte hecho esperar tanto...-
Cagney dejo de temblar un poco, acercó su mano al hombro de la chica sientendo su pulso acelerado.
-¡O-Oye, no te preocupes! Dime, ¿tu estás bien?- pregunto preocupado, se dio cuenta de que no había tartamudeado.
-Si... Solo... Estoy cansada... Necesito aire...- dio un gran respiro y trato de normalizarse mientras Cagney la veía con cierta preocupación.
-Tranquila, tómate tu tiempo...-aun tenía su mano en el hombro de la chica, dándole apoyo para que está no fuera a desvanecerse por causa del cansancio. Por fin pareció que Hilda normalizó su respiración y pudo tomar una posición menos encorvada.
-Ahh.... Creo que ya estoy mejor, enserio perdón por llegar tarde, no mereces que te haya hecho eso- Hilda se disculpaba tomando la mano que el otro tenía en su hombro. Ante esto Cagney se sonrojo violentamente y le dio rápidamente la flor que le traía de regalo.
-T-Te t-traje est-to, esp-pero que t-te gust-te...- decia más trabado que nunca, las palabras estaban atoradas en su garganta y solo salían sílaba a la vez, esto aumento la tenblorina de Cagney y su nerviosismo.
Hilda miro atenta el regalo que le había hecho el jardinero, era la flor más preciosa que había visto en su vida, agradecía que la haya considerado para obsequiarle tan bella flor.
-Oh muchas gracias Cagney, es demasiado hermosa.- la tomo entre sus manos y la miro con detalle, olfateo su dulce aroma y si que olía precioso y síntio sus delicados petalos rosados. -Es una flor preciosa...- concluyó Hilda observándola detenidamente.
-S-Si, es que me recordó a ti...- Al escuchar eso Hilda centro la vista en el muchacho de traje verde y sus mejillas volvieron a tornarse de carmín. Cagney al analizar lo que había dicho quiso que de verdad se lo tragara la tierra, ocultó su rostro en sus manos y enserio quería desaparecer en esos momentos. Una pequeña risa le saco de sus pensamientos avergonzados, Hilda estaba riendo muy tenuemente mientras lo observaba.
-Oh Cagney, tu también me pareces muy guapo.- Era oficial que el jardinero parecía un semáforo en ese momento, estaba tan rojo como los pantalones de Cuphead.

Hilda tomo su mano lentamente y entrelazó sus dedos de manera delicada, Cagney dirigio su mirada a ella aún muy sonrojado y empezaron a caminar. Hilda de vez en cuando sonreía y esto hacía que Cagney se sonrojara mas, esto producía que Hilda apretara el agarre de su mano y hacia más feliz a Cagney. Pasearon toda la tarde y hablaron de tantas cosas que el jardinero había soltado sus palabras como nunca antes, realmente se había divertido ese dia.
Al caer el sol Cagney acompaño a Hilda a hasta su casa, se despidió de ella y quedaron en salir otro día, no si antes que lo despidieran con un beso en la mejilla por parte de Hilda. 

Cagney iba rumbo a su casa con una sonrisa torcida, sus mejillas calientes por el sonrojo que tenía y caminando apresuradamente para llegar lo antes posible. Ya en la comodidad de su casa se sentó en una silla, tocó su mejilla donde había recibido anteriormente un beso de la chica, agradecio de manera indirecta el que los hermanos fastidiosos hubieran arreglado esa cita con la joven aviadora, Hilda Berg.

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