-Serena... - El muchacho sonrió tímidamente y se acercó a ella mientras esta se levantaba-
Serena era una muchacha bella y joven. Cabellos oscuros y brillantes que resaltaban con sus ojos azules, más azules que el cielo. Su sonrisa era cálida y dulce y sus mejillas sonrojadas. Lucía un hermoso vestido blanco con bellos detalles como los botones y el cosido que le llegaba hasta el cuello. La cubría una chaqueta fina de color crema que resaltaba más su figura junto a unos zapatos del mismo color. La muchacha resplendía bondad y alegría a simple vista.
-Buenos días tengas, Ezequiel. Me alegra verte de buena mañana. - Dijo Serena alegremente-
-Hoy tenía ganas de madrugar. - El muchacho hizo un pequeño silencio- ¿Estás libre?
-¿Perdón?
- Que si tienes algo que hacer, había pensado ir a tomar algo, si quieres venir conmigo...-El muchacho se sonrojó un poco-
-Ah, ¡por supuesto que si! La verdad es que hoy acabé pronto las tareas de la iglesia, será un honor acompañarte.
Los dos jóvenes salieron de la iglesia hablando y riendo.
La mañana en aquel lugar era preciosa, la iglesia estaba algo apartada de la ciudad y estaba envuelta por un pequeño campo verde. Cuando llegaron a la ciudad, nada tenía que ver, las calles estaban llenas de gente yendo de un lado para otro, gente ocupada hablando por teléfono, tiendas llenas...
Serena no parecía muy contenta.
-Serena, ¿te encuentras bien?
Parecía como si al oír su voz hubiese despertado de algún trance.
- Oh, perdóname Ezequiel, estaba pensando...-
-¿En que?
-Es que aún no acabo de acostumbrarme a la ciudad, es tan diferente del orfanato...-
-No te preocupes Serena, te acabarás acostumbrando, y yo puedo ayudarte. Sabes que estoy para lo que haga falta.
Los dos entraron en un pequeño café, era un sitio realmente acogedor. Estaba decorado con flores por todos lados y las mesas eran como las de un jardín. No tenía nada que ver con la ciudad, era un mundo aparte. La gente solía ir para olvidarse de todo y disfrutar del ambiente y la música relajante que ofrecían. Realmente te sentías como en una casa real.
Mientras, Serena y Ezequiel hablaban tranquilamente a la vez que se tomaban un té verde con menta.
-Serena, deverías empezar a olvidarte del orfanato- -El joven la miró un tanto serio-
-Lo se... Pero no me veo capaz, cada vez que intento olvidar algo, me viene a la mente cuando menos quiero, tengo tantos recuerdos de ese lugar...-
Des de que Serena era un bebé había sido criada en un orfanato a lo lejos de la ciudad. Sus padres murieron en incendio en su casa. Nadie sabe por que ella sobrevivió, simplemente le dijeron que Diós cuidó de ella. Durante su infáncia en el orfanato pasó por momentos muy duros, ella era diferente y muchos de los niños se metían con ella. ¿En que era diferente? Era de las pocas niñas que estaban allí des de recién nacidas, peró fué la única que aprendió a amar y respetar aquello que la rodeaba, solo sabía ser bondadosa mientras que algunos no hacían más que desafíar a los profesores o intentar escaparse del lugar.
El orfanato no era muy acogedor que digamos, llevaba mucho tiempo allí, pero era lo bastante grande como para perderse. Lo que más le gustaba a Serena era coger un libro, sentarse debajo de un árbol en el patio exterior y dejar que el tiempo pasase.
-Quiero ayudarte pero no se como.- -El muchacho se entristeció-
-Ezequiel...- -La muchacha le cojió las manos y le miró a los ojos- - Que sigas a mi lado es la mejor ayuda que puedo tener, gracias- - Le dedicó una sonrisa tan hermosa que Ezequiel empezó a sonreír con ella-