Sola en la vida

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Desperté. Desperté de ningún sueño. Por fin finalizó lo que nunca empezó. No estaba dormida, simplemente desperté. Un escalofrío me invadió el cuerpo. Abrí los ojos. El suelo estaba grasiento y lasventanas rotas, las paredes descuidadas y la puerta con polvo. Y allí estaba yo. Sentada en una esquina de aquella habitación, esa habitación tan enorme. Sola, sin poder moverme. Apartada del mundo exterior. Nada me rodeaba a la misma vez que todo. Era extraño. Nadie me miraba, nadie me hablaba, nadie me tocaba... Sentía la brisa fresca de invierno rozar mi rostro. Veía a la gente pasear, reír, jugar, correr, pasarlo bien... Todas aquellas emociones que me gustaría sentir ahora mismo. Me gustaría salir de aquí, tomar aire fresco, sentir que soy libre. Pero esas ilusiones se desvanecieron aquel día de otoño. Desaparecieron de mi alcance tras ver aquella luz tan reluciente y brillante que se acercaba cada vez más deprisa hacia mí. Cuando ya la tenía casi en la palma de mi mano, me invadió la sensación más fuerte y más horrible que nunca antes en mi vida había sentido. Chocó. Chocó contra mí con todas sus fuerzas. En aquel momento sentí que había perdido todo. Que toda mi vida había muerto. Que estaba sola. Sola en aquel lugar desconocido. Empecé a notar como un pitido, una voz llamándome. Era una voz tan dulce y agradable al oído, que no quería que acabase nunca de llamarme. Pero como todo lo bueno, aquel sentimiento maravilloso se perdió para siempre. Nunca más volví a escuchar aquella melodía, aquella voz tan dulce, a aquel niño llamarme. Desde aquella noche nada volvió a ser lo mismo. Mi vida cambió para siempre. Los días que pasan estoy en esta habitación. Sin levantarme de la cama. Rodeada de tubos transparentes que me cuelgan del cuerpo. Mirando a los niños jugar en la calle. Mi vida no volvió a ser la misma, y nunca lo volverá a ser.

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