17 de agosto de 1385
Desde muy entrada la mañana me encuentro paseando por las calles, siento que mi alma vuela al ritmo del viento, por un momento mi corazón se libera, y sé que soy feliz desligado de las ataduras que siempre me mantienen cativo. ¡Ah! los placeres de la vida que inundan mi conciencia, paso a paso relego mis penas hacia otro rumbo y me abro a la infinidad de posibilidades, aquellas que me podrían ayudar a escapar de una familia que trunca mi futuro con sus arrebatos altruistas.
Mientras estaba sumido en mis meditaciones algo paso, todo a mi alrededor fue iluminado por una esplendorosa luz, mi paso desconcierto me había llevado hacia la casa cuyos nuevos dueños estaban en pleno proceso de mudanza, mis pies presurosos y mi mente curiosa tardaron poco en acercarme hacía donde descansaban los miembros de aquella familia.
De manera sobria me di a conocer por mi nombre completo “Luis Fernando Aguilar y Cevallos”, desde un inicio la familia De Santa Cruz se mostró muy atenta y amable, pero a su vez muy culta y refinada… ¡Oh mi Dios! Entre tanta formalidad no vislumbre aquella pequeña figura, mis ojos no pudieron hacer más que abrirse de una manera tal que parecían desorbitados al darme cuenta de una hermosa joven, mis pensamientos solo formaban una palaba “ángel”, si ¡un ángel! eso debía ser, jamás en estos últimos 23 años había visto a una mujer tan hermosa, sus movimientos eran suaves y armoniosos, justamente en ese momento mi padre mandole a uno de sus empleados con el fin de llevarme a casa.
Ante tal acaecimiento no tuve más opción que despedirme, tras las últimas palabras de parte y parte, di una mirada final a aquella joven que en un solo instante había cautivado mi corazón y me marche de ese lugar.
Desde aquel momento no hice nada más que pensar en ella, y con tan solo ver el cielo estrellado por las noches mi alma se encuentra con aquel adorable ángel en un sinfín de tiernos razonamientos.
