IELLA LO NECESITABA. Y NADIE LO ENCONTRABA.
No había nadie más en quien pudiera confiar. Nadie como su hermano. Nadie más en
absoluto, ahora que la Nueva República estaba al borde de una implosión, de la
destrucción, de un colapso total.
Habían creído que, con la caída del Imperio, todo sería sencillo. Que las personas
tendrían paciencia, que entenderían que se necesitaba tiempo para reconstruir lo que el
Imperio se había llevado. Ciudades, comunicaciones, comercio; todo eso estaba en
proceso de restaurarse por completo. Era lo intangible lo que resultaba más difícil de
restablecer en la sociedad galáctica.
Por ejemplo, la libertad. La libertad de expresarse, de oponerse, de discutir. Leia
suspiró. Quienes lideraron la rebelión subestimaron el deseo profundamente enraizado de
una gran parte de la población que simplemente prefería que le dijeran qué hacer. Era
mucho más fácil seguir órdenes que pensar por uno mismo. Así que todo mundo
argumentó, debatió y discutió, hasta que fue demasiado tarde.
Al caminar por la recámara alcanzó a verse a sí misma reflejada en un pedazo de
metal pulido. Sabía que se veía cansada. A veces deseaba haber sido una persona normal,
una ciudadana común, en lugar de formar parte de la realeza planetaria. Esos
pensamientos le recordaban inevitablemente a Alderaan. Su planeta natal, destruido hacía
muchos años.
Su propio padre había sido parte de ello. Era un legado del que no podía escapar. No
podía dejar que algo así pasara otra vez con ningún otro planeta, con ninguna otra
persona. Era su responsabilidad y una muy pesada. ¿Demasiado?
Sería más fácil si tuviera ayuda. El tipo de ayuda que sólo su hermano podía brindar.
Si es que no estaba muerto.
No, seguramente no. Donde sea que estuviera, si hubiera muerto, ella lo habría
sentido. Estaba segura. Tenía que estar segura.
Se había hallado un indicio, una pista. No era muy prometedora, pero sí mejor que las
que se habían encontrado antes. Ella la habría seguido personalmente. ¿Quién mejor que
ella para buscar pistas sobre la ubicación de su hermano? Pero cuando propuso la idea, la
conmoción que provocó en el resto de sus compañeros, líderes de la Resistencia, pudo
haberse escuchado por toda la galaxia. De mala gana, les dio la razón. Alguien tendría
que ir en su lugar.
Se sugirió el nombre de un piloto en particular. Su expediente era no menos que
extraordinario, y ella no podía rebatir que un piloto solitario llamaría menos la atención
que una princesa, así que accedió.—A fin de cuentas, encontrar a un hombre no debe ser tan difícil —insistió uno de
sus colegas—. Incluso en todos los planetas conocidos, no puede haber tantos lugares
para esconderse.
—A un hombre ordinario no —respondió ella—; pero no estamos intentando
encontrar a un hombre común y corriente, estamos buscando a Luke Skywalker.
Después hubo una discusión, iniciada, sobre todo, por los líderes que estaban
convencidos de que el piloto que se había elegido era demasiado joven para una tarea tan
importante. Al final, triunfó la armonía.
Una vez más, ella miró su reflejo en el metal. Había pasado mucho tiempo desde la
última vez que no se había salido con la suya en una de esas discusiones.
Una delgada sonrisa apareció en su rostro. No había duda de que su autoridad en esos
temas venía de su naturaleza tímida y reservada. La sonrisa desapareció. Se dijo a sí
misma que no tenía tiempo para reflexiones sarcásticas. No había tiempo para una
extensa discusión. Eran tiempos desesperados. La despiadada Primera Orden estaba en
camino, amenazando con abrumar la inestable, débil, vulnerable y aún incipiente Nueva
República.
¿Dónde estaba su hermano?
El Destructor Estelar Finalizer era enorme y nuevo. Había sido construido en la lejana
fábrica orbital de la Primera Orden, en secreto y a salvo del virus que era la Nueva
República. Sus devotos y fanáticos constructores lo habían diseñado para ser más
poderoso, más avanzado tecnológicamente que cualquier cosa inventada anteriormente.
No había nada en posesión de la Resistencia que pudiera combatir esa nave.
Cuatro transportes de tropas salieron del Destructor Estelar clase Resurgent; eran casi
invisibles cuando despegaron. Su función era tan simple que no requería mejoras
radicales como las que había sufrido su nave madre. Los transportes podían cumplir su
rol con la eficiencia de una bestia de trabajo.
Debajo, en la superficie del brillante planeta conocido como Jakku, los habitantes
realizaban sus mundanas tareas sin la menor idea de que estaban a punto de recibir una
visita de cuatro escuadrones élite de soldados de asalto de la Primera Orden.
A bordo del cuarteto de transportes, los ochenta soldados de armadura blanca se
preparaban para el aterrizaje de la misma manera que todos los soldados: con ocurrencias
y nerviosas especulaciones sobre lo que les esperaba. La adrenalina y la camaradería
provocaban empujones y algún codazo en el brazo del soldado vecino. Se conocían bien
entre ellos, confiaban en el equipo y estaban seguros de que podrían lidiar con lo que les
aguardara en el planeta al que estaban descendiendo.
Los líderes del escuadrón gritaron órdenes. Las armas se cargaron, revisaron, se
volvieron a revisar. Los soldados lanzallamas se aseguraron de que sus armas especiales
estuvieran cargadas a toda capacidad. Cada soldado inspeccionó la armadura de su