Kim Jongin se preguntaba todos los días por qué su vecino era tan hiperactivo por las mañanas.
Do Kyungsoo se preguntaba por qué Kim Jongin lo esperaba apoyado en el marco de su propia puerta todas las mañanas para fastidiarlo. Eso y por qué diablos las malditas llaves parecían siempre esconderse de él.
— ¿Dónde diablos están? ¡Maldición, siempre pasa lo mismo!
Aquel día, Do Kyungsoo estaba saliendo más tarde de lo normal. Por regla general, él jamás se permitió salir de su departamento menos de veinte minutos antes de que comenzaran las clases en la universidad. Pero ese día parecía ser la excepción, puesto a que las clases, de hecho, estaban a cinco minutos de comenzar y él estaba hermosamente atrapado en su casa.
Estaba haciendo un escándalo, lo sabía. Realmente no le importaba mucho si despertaba a alguien con el ruido del ropero (que recién había arrojado, por cierto) chocando contra el suelo o con los incesantes gritos que pegaba al cielo. Lo único que quería era poder salir de allí y llegar a tiempo a clase (cosa que, a esas alturas, era imposible) aunque tuviera que tirar todo el edificio abajo.
— Juro que, cuando encuentre esas condenadas llaves, ¡las voy a lanzar al retrete luego de usarlas!
— ¿Y si mejor sales a quitármelas de las manos?
Kyungsoo (que estaba en proceso de tirar la televisión también) se detuvo a medio camino y frunció el ceño, confundido. ¿Ahora resultaba que escuchaba cosas? ¿Estaba delirando ya por el estrés?
— Kyungsoo, abre la puerta. Mi mano se está acalambrando de tanto sostener estas llaves.
"¡No había sido mi imaginación!"
Corriendo hacia la puerta a una velocidad que no era muy normal en él, el pequeño se detuvo frente a ésta con expresión de odio.
— Maldito Jongin. ¡Tenía que haber sabido que habías sido tú!
— Yo no hice nada. Tus llaves llegaron a mi departamento por sí solas.
— Claro, y ahora resulta que las llaves tienen pies.
— Al parecer las tuyas sí. ¿Podrías abrir la puerta para que podamos conversar como gente normal? —hubo silencio durante dos segundos y, luego, una risita—. Ah, claro. No puedes.