El Ritual

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Bruno contemplaba las gotas que resbalaban a través del cristal empañado de la ventana. Se había obligado a sí mismo a concentrarse en ellas con la inútil esperanza de poder despejar su mente para olvidar, al menos por unos instantes el cansancio de los últimos días; Sin embargo, el reiterado murmullo dentro de la habitación de Cornelia terminaba siempre por devolverlo a la realidad.

Un grupo de sacerdotes se había congregado para orar y pedir salud para la joven, aunque sus plegarias parecían no dar resultado pues la chica perdía fuerzas con cada día que pasaba y el agotamiento finalmente la había dejado en un estado de total inconsciencia.

Afuera, la luz del día cedía al crepúsculo con rapidez mientras la llovizna arreciaba golpeando las ventanas con heladas ráfagas de aire que cobraban fuerza poco a poco. El resplandor de un rayo logró espabilar a Bruno, que notó con un fuerte estremecimiento un leve cambio en la monótona letanía de los sacerdotes. Una variación en la entonación del canto y la declamación de nuevas palabras flotaron desde el interior de la habitación y se clavaron como flechas en su pecho.

El estruendo vino a continuación y con él comprendió que aquello que acababa de escuchar no eran sus propios fantasmas, era la verdad; una verdad que había descartado durante días y que al final logró materializarse en aquellas palabras, simples, pero con el poder suficiente para extinguir el calor de su pecho a la misma velocidad que el sol desaparecía en el horizonte.

La puerta de la habitación fue abierta y cinco personas enfilaron por el corredor hasta las escaleras. Ninguna le dirigió la palabra a Bruno, simplemente se limitaron a acomodarse las capas carmesíes y colocarse las capuchas para la lluvia.

El último en salir fue el líder de los sacerdotes que, a diferencia de sus compañeros, portaba una capa negra (el color distintivo para los hermanos consagrados en el conocimiento médico) y entre sus manos portaba un ejemplar de las sagradas escrituras abierto en el capítulo dedicado a los ritos fúnebres.

Bruno miraba el texto mientras el sacerdote se acercaba para darle un par de palmadas en el hombro y expresarle su apoyo. Le estrechó las manos antes de unirse a sus compañeros y salir hacia la tempestad en la que se había tornado el pequeño chubasco vespertino.

El chico era presa del pánico y la frustración. Durante semanas decenas de doctores habían tratado a Cornelia sin éxito y, al agotar los medios físicos, recurrió a la religión para encontrar alguna cura; sin embargo, el resultado terminó siendo el mismo. Al final todos los diagnósticos coincidan en la inevitable muerte de la joven.

Bruno se negaba a aceptar tal resolución y con presteza fue a la biblioteca familiar para extraer cuatro volúmenes resguardados bajo llave. Depositó los ejemplares cuidadosamente en la cómoda de Cornelia y comenzó a estudiarlos. Conocía de antemano el contenido escrito en los libros y el destino al que se enfrentaban los que hacían uso de ellos, pero estaba dispuesto a hacer lo necesario para salvar a Cornelia.

Después de los preparativos necesarios la habitación de la joven lucía como si la tormenta se hubiera originado entre sus paredes. Los muebles se encontraban amontonados en un rincón y la cama estaba apoyada sobre un costado bloqueando las ventanas de la alcoba. La única fuente de luz disponible era el fuego de la chimenea y las escasas velas desperdigadas alrededor de la cómoda, que ahora lucía atiborrada de frascos de cristal y probetas con especias que Bruno había utilizado para formular la mezcla que era calentada por un mechero.

Entre los manojos de hierbas se encontraban abiertos los cuatro libros. Mostraban una serie de símbolos e ilustraciones que representaban el sello ritual que Bruno se encargó de reproducir con exactitud en suelo y sobre el cual depositó delicadamente a Cornelia. Le tomó el brazo derecho y con un cuchillo le provocó un corte para recolectar un poco de sangre y verterla en la mezcla del mechero. La agitó vigorosamente y el líquido se tornó de un color amberino que bebió de un solo trago y, casi de inmediato, sintió cómo su temperatura corporal descendía y a la par de su ritmo cardíaco.

El EmisarioWhere stories live. Discover now