La tormenta había cesado dejando tras de sí una densa neblina que se extendía a través de la ciudad. Bruno y Cornelia caminaban con apremio por las calles; Seguían de forma mecánica al Emisario, con sus mentes confundidas entre la conmoción del retorno y el aturdimiento ante los estímulos que les ocasionaba su nuevo estado.
El Emisario los miraba de vez en cuando intentando disimular su interés. Aquellos chicos lograban espabilar su memoria con recuerdos que creía extintos, imágenes del pasado que lo transportaban al tiempo en que la vida fluía por cada poro de su cuerpo, real, de carne y hueso. Una época donde el Emisario respondía al nombre de Baltazar.
En ese entonces desconocía lo que sucedía después de la muerte y sobretodo ignoraba la verdadera naturaleza de dios. Esta condición le permitió aceptar alegremente a la figura religiosa y, llegado el momento, ordenarse como sacerdote de la clase errante dedicado a la misión de pregonar la doctrina ciudad por ciudad.
Solía realizar sus viajes en soledad, salvo aquellos considerados inseguros por la arquidiócesis y en los cuales la compañía era necesaria. Fue precisamente uno de esos viajes el que cambio la ruta de su destino y le mostró la verdad a la que estaban sometidos.
La misión asignada tenía una duración de seis meses en los cuales se debía evangelizar a las comunidades agrícolas asentadas en los lindes del camino real. Al ser una ruta particularmente conflictiva se le asignaron como compañeros al hermano Grégor y a la hermana Kiara.
Los tres partieron a la mañana siguiente de la notificación y pronto descubrieron que hacían buen equipo. El hermano Grégor tenía un sentido del humor inigualable que chocaba continuamente con el sentido del deber de la hermana Kiara y que al final, de una manera especial, casi mágica, terminaron complementándose entre sí.
El viaje era largo, pero los tres trabajaron juntos y lograron crear una atmósfera fraternal que poco a poco eliminó las limitaciones de la jerarquía secular y los transformó en buenos amigos; en hermanos no sólo de título, sino de corazón.
En el cuarto mes de viaje su caravana fue asaltada en mitad de la noche. Grégor fue el primero en morir, degollado cuando intentaba impedir que los bandidos se llevaran a Kiara al bosque.
Baltazar fue sometido por dos hombres mientras otro grupo se dedicaba a saquear sus pertenencias personales en busca de objetos de valor. No encontraron nada y los ánimos se calentaron. Enviaron a un chico en busca de sus compañeros y volvió en compañía de tres hombres cubiertos de sangre. No había rastro de Kiara.
Los bandidos discutieron unos minutos y llegaron a la conclusión de asaltar una nueva caravana antes del alba. Terminaron de comer lo que quedaba de la cena de los sacerdotes y apuñalaron a Baltazar en la espalda antes de abandonar el campamento.
Los tres hermanos despertaron en el limbo, justo al centro de un grupo de ángeles vestidos peculiarmente, portaban un peto de metal sobre sus ropajes blancos y mantenían sus rostros ocultos por un casco de forma piramidal, pulcramente pulido y tan brillante como las alas níveas que se agitaban en sus espaldas. A su vez, Baltazar reparó en que sus ropas, tanto como las de Grégor y Kiara, habían desaparecido y en cambio portaban un ligero camisón blanco que ondeaba y se deslizaba suavemente alrededor de sus cuerpos que flotaban a través del espacio vacío del túnel de las almas.
Marcharon en silencio sin parar de reflexionar en cada instante significativo que experimentaron en vida. El negro infinito que los rodeaba se transformaba en los rostros tanto de las personas que odiaron, como de aquellas que amaron; un flujo de imágenes e historias que se reproducía frente a ellos mostrando la versión del mundo que percibieron y que constituía la balanza del juicio final hacia sus almas.
El cortejo de ángeles se detuvo ante una grieta en la oscuridad, una abertura a través de la cual se filtraba un resplandor cálido y reconfortante que lentamente se extendía alrededor de ellos. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, se encontraron en un nuevo lugar totalmente distinto al purgatorio.
A sus pies se extendía un inmenso jardín que se perdía en el horizonte. Estaba repleto de flores de distintas variedades y colores, que se esparcían salvajemente entre árboles y colinas teñidos de verde intenso. Había una serie de riachuelos de agua cristalina que recorrían el lugar hasta desembocar en un lago de grandes dimensiones que resplandecía, como si de un zafiro se tratara.
Sobre el lago se elevaba una criatura de una belleza indescriptible; tenía un rostro varonil de rasgos afilados y mandíbula prominente, y un cuerpo femenino, sensual y voluptuoso. Reunía para sí mismo los atractivos de ambos géneros humanos y los coronaba con una colosal cabellera rubia que ondeaba perezosamente suspendida en el aire, emanando un aura dorada y divina a su alrededor.
Se encontraban frente a frente con el ser todopoderoso, el dios de la luz, el amor y la protección. Después de una vida dedicada completamente a su servicio y el haber padecido un final tan doloroso, esa imagen cobraba un significado especial, de consuelo y redención.
Baltazar sentía cómo la alegría afloraba directo de su corazón, una emanación pura de amor y respeto que lo alentaba a reunirse y formar parte de aquél ser maravilloso, sin embargo, la dicha eligió a Kiara en primer lugar cuando su se elevó entre los aires y lentamente fue deslizándose en dirección a la divinidad que la esperaba con los brazos abiertos.
Kiara se encontraba eufórica, tan perdida en el éxtasis del momento que no se percató del mechón dorado que se enganchaba en su cintura y se multiplicaba alrededor de su cuerpo. Los mechones la estrujaban con fuerza, arrebatándole la sonrisa de la cara. La mujer miró extrañada al ser divino y lo que vio la dejó helada.
Dios la contemplaba lascivamente, con la mandíbula desencajada en un rictus que dejaba a la vista miles de colmillos afilados en unas encías supurantes de un líquido negro que iba derramándose por las comisuras de su boca.
Kiara fue arrastrada hacía las fauces de la criatura que se clavaron en su cabeza y la succionaron con avidez. Sus gemidos fueron silenciados a medida que su cuerpo se contraía hasta desaparecer en medio de un estallido de plasma sanguinolento.
Baltazar miró estupefacto a Grégor. Su cerebro no terminaba de procesar lo que acababa de ver y el shock fue tan profundo que cuando pudo reaccionar, su amigo ya se encontraba en ascenso.
Grégor se debatía entre gritos y jaleos con la intención de alejarse de aquél monstruo, pero otro mechón logró sujetarle el tobillo y lo arrastró con ímpetu hacia la boca del dios. Baltazar apartó la mirada cuando las mandíbulas se cerraron de nuevo.
El impulso de supervivencia le llevó a salir disparado rumbo a la oscuridad. Prefería pasar la eternidad errando en el limbo a que su alma se desvaneciera por completo.
Los ángeles reaccionaroncon agilidad. Uno de ellos se lanzó sobre él tirándolo al suelo y cuatro más losujetaron y dejaron que la cabellera rubia se enmarañara de sus brazos ypiernas para arrastrarlo hacia las entrañas del creador del universo.
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El Emisario
FantasiBruno busca una manera de sanar a Cornelia y como última opción realiza un ritual que los deja atrapados entre fuerzas que han estado en disputa desde el inicio de los tiempos.