Pasiones de la abuela Alondra.

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LA GRAN PASIÓN

A los dos les gustaban mover los pies. Él pateando una pelotilla de esas duras, y ella, zapateando duro al piso de madera. Se conocieron por una desgracia, y terminaron convertidos en algo peor. ¿Quieren leer la historia? Apuesto a que quieren saber el final... Pero, ¿qué más da el final? Todos aquí ya sabemos que todas las historias de amor terminan doliendo, matando, aniquilando. Lo que nos importa es el camino que tuvieron que seguir, o construir, o simplemente, vivir.

La abuela Alondra pasó miles de aventuras con su primer amor, Joel. Y no se porque, siempre le contaba la misma aventura a su nieta curiosa y extrovertida. A veces cerraba los ojos o dejaba clavados sus ojitos cafés en su plato de sopa y se le salía una agüita sin color de los ojos. Su nieta no entendía porque y cuando preguntaba razones ella sólo contestaba "Es que los recuerdos se me salen, mija. Agradece que se me salen por ahí y no por otro lado" decía siempre.

-Abue- decía cuando se quitaba la agüita. -¿Por qué se te salen los recuerdos?

-Pues porque están bien pesados. Para acabarla, yo no soy muy fuerte que digamos.

-¿Que son que te pesan tanto? ¿Me cuentas? ¡Ay, andale!- decía Mariela con mucha emoción y curiosidad. Era igual que la abuela Alondra.

-Una vez estaba bajando las escaleras.- decía y se le volvía a salir ese líquido.- Tenía clase de danza, y yo ya estaba más que puesta. Pero él llegaba. Llegaba como si sólo estuviera yo. Y luego con su voz ronca y nada precisa me agarraba por detrás. "A que te cargo" "a que no puedes". Nos retábamos. Siempre me equivocaba yo. Porque siempre él podía. Luego mi nariz quedaba en su cuello y el olía a amor y a energía. Me paraba los pelos. Todos los pelos. Me hacia estremecer. Luego se reía porque se daba cuenta de que estaba loca... Por el. Y me dejaba ir. Así. Sin más. Después yo me ponía a hacer mis cosas y él las suyas. Éramos tan distintos y tan imanes. Nos atraíamos. Nos deseábamos. Pero nunca paso nada más que retos, que una que otra salida, y que una tomada de cafés. Ni siquiera un beso le pude plantar. El muy cabrón se fue por otros rumbos... Le llaman la vida de la vanidad. Más te vale que tu te pongas lista y no te agarres a uno como ese, y que tu no te vuelvas así. ¿Me entiendes, Mariela?- justo después la abuela suspiraba y volvía a echarle agua a la sopa. La salaba y al final ya no se la comía.

-Si, abue. Te lo prometo. Pero ya no llores, que no quiero que tus ojitos se te despinten.- y entonces la abuela dejaba de llorar.

ENOJOS SIN ENOJO

Era una noche de 1933. Las estrellas conspiraron para que Jovita y Antonio cruzaran sus miradas, sencillas, nobles, sinceras. Lo demás ya estaba pronosticado por algo llamado “Destino”. Ella tenía 16 y el iba a cumplir los 18, la edad adecuada, la edad perfecta para casarse. Obviamente no lo dudaron y en un abrir y cerrar de ojos ya dormían en la misma cama. Ella era una mujer fuerte, hermosa, noble, estricta. Él era cariñoso, alegre, autentico, y tremendamente guapo. Ambos muy trabajadores. Unos años después ya contaban con 6 hijas y 2 hijos. Mi abuela era una de esas hijas, y como todas las abuelas, me contaba historias cuando comíamos, cuando cenábamos, cuando íbamos pateando piedritas dirigiéndonos a comprar lo necesario para hacer la comida. Mi infancia estuvo llena de historias de la abuela, historias sobre sus padres, los cuales amaban simplemente por el placer de amar y con ello crearon historias que, sin saber, serian contadas generación tras generación. Hay una en especial, una que deja un mensaje, que deja algo en que pensar… “Sus enojos”.

Estábamos terminando de comer. Me estaba quejando porque mis papás solían gritarse apenas podían abrir la boca. Mi abuela- o “Abus” como solía decirle- me decía que eso era lo de menos. Que sus gritos no debían afectarme y que yo me dedicara a lo mío. No era mal consejo, pero vamos, eran mis padres y no podía ignorar tal situación. Nos la pasamos como 15 minutos discutiendo acerca de lo correcto y porque era correcto, hasta que se quedo callada. Su mirada de repente se perdió y la dejo clavada en el plato de sopa. A los pocos minutos hablo de ella y de mi abuelo, y de sus problemas. “No hay corazón que no tenga problema” repetía. Entre tanto y tanto llegamos hasta sus padres: Jovita y Antonio. Empezó su historia diciendo que sus enojos de ellos no entraban en la categoría de lo normal, o al menos no para esa época.

>>Sabia cuando estaban enojados. De repente estaba en la cocina con mi mamá. Ella estaba preparando la comida y yo estaba lavando los trastes, o haciendo algo. “Dile a tu padre que ya está la comida” decía cortante y enojada. “Papá, dice mi mama que ya está la comida” decían dos o tres hermanas en coro. “Díganle a su madre que no tengo hambre, que mas al rato comemos. Ven, hija. Vete a comprarme unos cigarros” Y ahí iba yo a comprar los dichosos cigarros y otras a decirle a mi mamá el recadito de mi papá. Después de un rato mi papá iba a la cocina, apagando su segundo o tercer cigarro. “Vieja, ya sírveles a las muchachas y vamos a comer, que vamos a ir con mi hermano, hace mucho que no lo vemos” Lo decía en un tono de orden pero nunca perdía esa carisma. Asi era él. Luego comíamos y mi mamá se iba a su cuarto, se ponía sus zapatos nuevos y su chal de seda color negro. Siempre traía dos trenzas largas, pero eso no le quitaba lo hermosa. “Uyy, la señora ahora si se arreglo, que preciosa” Decía mi papá en un tono gracioso, carismático, otra vez. “Cállate y ya vámonos” Mi mamá siempre había sido dura, pero nunca dude que no quisiera a mi papá, digo, no cualquiera le da 8 hijos a alguien y permanece con él hasta su muerte, ¿no? Después les rogábamos ir al cine que había en el pueblo, mi mamá dudosa, mandona. Y mi papá siempre nos consentía. Al final nos dieron permiso, gracias a mi papá. Y bueno, asi eran sus enojos. Nunca gritaban, nunca se miraban feo. Actuaban como niños a los que les habían robado un dulce, orgullosos… Pero no podían evitar que se les notara el amor, asi mi mamá fuera dura, asi mi papá fuera burlón. Si, claro que hablaban sobre los problemas. A veces nos mandaban a lavar, o a tender camas, o a algo, y ellos dos salían a regar sus plantas. A veces mi mamá se cruzaba de brazos y mi papá se los descruzaba. Luego se le iban las trenzas enfrente a mi mamá y mi papá se las hacía para atrás, como si solo quisiera ver su rostro. Duraron asi más de 40 años, criando hijos, haciendo quehacer, trabajando en el campo. Su casa siempre estaba llena. Mi mamá era muy noble, y aunque fuera frijoles, daba a todos de comer. Para todos alcanzaba. Mi papá era muy sabio y no se cansaba de dar consejos, o de ayudar a alguien cuando lo necesitaba. No eran personas de dinero, pero a pesar de eso, eran las personas más nobles, más sencillas y más cariñosas que he conocido. Mi papá le daba muchos consejos a tu mamá, los cuales debería seguirlos. En fin, asi era su vida y asi eran felices. Asi que más te vale que cuando te cases sigas los míos. Ya sabes cómo somos las abuelas<<

Y asi terminaba su historia. Como si no hubiera pasado nada volvía a su sopa. Yo de repente la miraba de reojo, y notaba cierta felicidad y orgullo en su mirada, en sus gestos. Estaba claro que no podía estar más orgullosa de sus padres. Y de alguna forma sabia, que a pesar de que ellos ya estuvieran haya en el universo, de alguna manera extraña, ellos la escuchaban contarme su historia, y poco a poco le susurraban en el oído “Gracias por hacernos caso, hija mía”.

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⏰ Última actualización: May 15, 2014 ⏰

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