Al fin es primavera. El odioso frío del invierno desaparece y viene la abrazadora y cálida sensación de este. El tedioso blanco de la nieve se va derritiendose y aparece el pasto verde más vivo que nunca. Las hojas de los árboles vuelven a crecer en un color rosado peculiar. Incluso las flores vuelven a decorar la ciudad. Todo está volviendo pero tú te vas.
Quiero llorar, al saber que probablemente no vuelvas. Me siento imponente al no poder hacer nada. Estamos prometiendo cosas que no sabemos si pasarán y sólo pensar en eso es como rascar en una herida que se hace más profunda, en donde sólo salen lágrimas y un dolor en el corazón que no sabes cómo se quita.
Te acompaño a la estación, para despedirte aunque ya lo habíamos hecho un montón de veces en los últimos días. Ésta vez es real aunque quiera negar la realidad. Sólo desearía volver a atrás, cuando éramos sólo niños quizá, donde no sabíamos la noción de la vida entera porque éramos muy inocentes para saberlo. Eras más pequeño que yo y pensé que siempre te iba a cubrir la espalda por todo, pero te vas. Así como escapábamos de alguna travesura cuando éramos unos adolescentes, pero ahora es sin mí. Ahora es la realidad, y las versiones de adulto de nosotros tienen que aceptarla. Te miro con una cara triste y te pido que me prometas que volverás, que prometas que yo te volveré a ver y podré estrecharte en mis brazos de nuevo. Pero es inútil, ni eso ni bromeando hace que mi estado de ánimo mejore, de hecho, cada segundo es peor, lo único que faltan son minutos, minutos a que pierda el sentido de la vida, el de seguir en esta ciudad. Porque eras el alma, Dios... ¿cómo voy a seguir aquí enfrentando el hecho de que no será igual? Sólo me quedaré, por ti, porque te esperaré hasta nuestro reencuentro.
Las cosas se ponen peor cuando ya están anunciando tu partida. Siento que voy a empezar a llorar, tú estás a mi lado con tu cara de pena, no sabes qué hacer para que yo me sienta mejor ante todo esto, pero no me detienes ni tampoco lo tratas, sólo me abrazas en consuelo, como si yo fuese un niño que se acaba de raspar la rodilla jugando y corrió hacia su mamá en busca de amor y cariño, para que le cure su herida a base de ternura y cuidado. Me miras con una cara enternecida; tienes los ojos brillantes, también quieres llorar pero te estás haciendo el fuerte por los dos antes de que me derrumbe completamente.
—Ya tengo que irme, Namjoon. —vocifera Jimin con un deje de tristeza. Ni siquiera le regaño por no usar el honorífico. Su cabeza estaba reposada en mi hombro mientras nos abrazábamos y no pude evitar tratar de grabar esa sensación que sabía que me faltaría por un buen tiempo. La quita de ahí pero no se separa, se agarra más a mí para colocarse en puntillas y yo por inercia bajé mi cabeza, me había dado un beso en la frente.
—Lo sé —solté un suspiro, probablemente estoy empezando a llorar porque mi nariz pica y mis ojos se humedecen mucho más rápido—, recuerda que... tienes que llamarme todos los días y... enviarme mensajes, eso, cartas, lo que sea, tú sabes. —su tono desesperado le hace gracia al menor.
—Hasta sabes que soy capaz de enviar señales de humo o enviarte palomas mensajeras. —la risa de Jimin retumba en su interior y le hace cosquillas. Siente que se transmite como una sensación cálida que se esparce en todo su interior, llenándolo de vida en pocos segundos.
Ambos se quedan así, estáticos, absortos en su mundo sin noción de afuera, sin importar que alguien los esté viendo de manera extraña. Se miran con cariño y amor acumulado por muchos años. El menor decide ponerse de puntillas y besarle finalmente, no como pareja, ni con segundas intenciones. Sólo quería expresarle cuánto lo amaba como un hermano, como un amigo, como su alma gemela o como su compañero de por vida, eso, expresarle el cariño que no podía explicarlo con palabras y que con un abrazo era incapaz de decirlo todo.
Piensa que el beso duró demasiado poco para su gusto y se tienen que separar. Ambos con sonrojos notables de lo anterior; tímidos como para decir algo más. Jimin recoge sus pertenencias del suelo y las agarra con firmeza.
—Nos vemos, hyung. Sabes que siempre te voy a extrañar.
—Oh no, yo soy el que te va a extrañar más. Mira, que ni siquiera te has montado en el tren y ya te extraño.
Jimin se ríe. —Ya. Eres muy cursi, hyung.
—Lo sé —mira al tren, cómo las personas ya están terminando de entrar—. Ya te tienes que ir Chim, nos... vemos..., sí.
Jimin asiente con tristeza y nostalgia antes de voltearse y caminar hacia el tren. Le sigue con la mirada y puede ver cómo es que entrega el billete de pasaje y entra no sin antes de hacerle una pequeña inclinación al empleado. Se acerca un poco hasta el límite para seguirlo y seguir viendo cómo se aloja en su asiento. Sólo quedan minutos para que oficialmente parta el tren. Puede hasta escuchar el grito del señor diciendo que ya estaban por cerrar las puertas para partir. Tampoco es el único cerca del límite, hay más personas del mismo modo que él.
El tren empieza a andar e institivamente empieza a moverse con él, hasta el punto en que llega a correr tratando de perseguir algo que no podrá alcanzar, siempre mirando cómo Jimin le despide con su mano pequeña y gordita, y con una sonrisa acompañada de lágrimas en sus medialunas.
El tren se va, junto con su mejor compañero. El tren se va, y sus recuerdos juntos lo persiguen, como si fuese una cinta que no acaba. Empieza a llorar verdaderamente porque todo le abruma, no le importa que se vea muy extraño. El tren se va y él también tendrá que irse de ahí muy pronto. Mirando cómo se vuelve un punto lejano y desea de corazón que pase el tiempo muy rápido para poder volver a verlo.
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minjoon: spring day (one shot).
Short StoryPromete que volverás. Promete que te volveré a ver.