El Sol y la Tierra

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Sucedió un día cualquiera, nadie podía creerlo; de repente, la tierra se rebeló contra su amigo eterno, el Sol. Después de muchos miles y miles de años de verse mutua y diariamente, de ser entrañables amigos; un día, ese día. La señora Tierra se comportó diferente a todos los otros días de la existencia universal.


Por alguna razón desconocida ella amaneció molesta con el gran astro brillante. Parecía una niña malcriada y el Sol cada vez se desconcertaba más y más, hasta que por fin ella explico: "El señor Sol dijo, se escapa por muchas horas para llevar el día a una parte de mi esfera terrestre, mientras hunde la otra en una espesa oscuridad. Esto trae un constante y molestoso cambio en mi vida.

¡No quiero más cambios, no deseo que tus rayos cálidos toquen mi superficie!. Pero ¿qué te pasa querida tierra, porque no quieres que mis brillantes tentáculos acaricien tu áspera y sinuosa faz, si durante muchísimos años hemos convivido bien, por qué ahora te disgusta? La señora Tierra se quedó muda por un momento, se asombró tanto al oír al resplandeciente astro solar, era la primera vez que oía su varonil voz; sin embargo, muy pronto se recuperó y volvió a ser dueña de sí misma.

Ya te dije, deseo una ida estable, sin cambios de ninguna clase. No quiero ver ni sentir nunca más tus rayos luminosos. Apaga inmediatamente ese candente foco. Deseo que sólo exista la fría noche, ya no quiero más el sofocante calor de tus rayos me proporcionan. La noche es tan placentera, tan tranquila, tan refrescante...

No te preocupes, querida y respetada amiga, tus deseos serán cumplidos, no tendrás más motivos para quejarte, ni razones para estar disgustada. A partir de este momento sólo la noche existirá y desde hoy vivirás en las tinieblas. Retiraré esos rayos que tanto te molestan y los dirigiré hacia otras galaxias.

¡Qué horror, querido Sol, qué promesa has hecho! La conversación había sido escuchada por la señora Noche y el señor Día, y ambos personajes se encontraban sumamente preocupados, inquietos, alarmados y muy asustados. Gran coloso, dijeron al unisonó, no puedes complacer a la señora Tierra, ella está confundida, definitivamente equivocada. Tú deberás demostrarle cuán errada está. Todos nuestros amigos terrícolas, sus hijos, morirán. Todo ser viviente que habita la tierra perecerá irremediablemente. Piensa en nuestras palabras, tú no puedes convertirte en un asesino. ¡Por favor, no lo hagas!, dile que no puedes complacerla.

El astro Sol quedó absorto, ni por un momento había pensado en las consecuencias que su promesa traería a la humanidad. Sí, la señora Tierra tendría que entender el punto de vista de ellos. En ese momento el señor Sol resplandeció con mayor fuerza, con más vigor; sus gases incandescentes llegaron con fuerza hasta nuestra amiga Tierra, quien estupefacta escuchó lo que con decisión le decía su antiguo compañero: "Querida amiga no puedo complacerte, ya escuchaste a nuestros compañeros, me convertiría en un genocida si yo cumpliera tus deseos; ellos tienen razón, por tanto he decidido que todo continúe igual, la rutina persistirá por toda la eternidad.

El día como la noche perdurarán, reiteró con seguridad el señor Sol. La vida continuará su curso normal, concluyo." Ambos, con mucha alegría, dieron las gracias al señor Sol y con inmenso respeto se despidieron de la señora Tierra, quien había comprendido la magnitud del desastre que su capricho ocasionaría a la humanidad.

El señor Día y la señora Noche se despidieron mutuamente y emprendieron sus puestos y perennes caminos. El señor Sol siguió prodigando a la tierra sus luminosos y beneficios rayos; y la señora Tierra, reinicio la eterna amistad que le había unido al prodigioso y magnánimo astro solar.



Fin

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