Son tiempos difíciles, es la época del siglo XIV, las personas creen en dios y se cree que la religión concederá libertad a todos aquellos que se sienten atrapados en un pueblo donde la magia, dicen, los ha invadido. Docenas de personas son quemadas en la hoguera por ser, posiblemente, magos y hechiceros, practicantes de aquello repugnante para ese dios que ellos adoran. El entero pueblo no ha cifrado su confianza en nadie salvo en aquello que diga aquél papel, conocido por disimiles nombres, oculto e intocable para aquellos de comprensión innocua: El Libro Secreto.
Transcurría la mañana de ese corto mes de febrero, Hanna iba a casa de la esposa del gobernador del pueblo, una familia con dos hijos, dos hembras, ninguna de ellas vivían allí dado que se habían casado y se marcharon a vivir con sus respectivos esposos.
A caso contrario y a pesar de la suficiente edad de Hanna para el casamiento ella había decidido quedarse con sus padres en casa cuidando de ellos y de sus pequeños hermanos. Solía ir a casa del gobernador con algo de frecuencia y mucho más cuando se acercaba alguna fiesta dado que era una de las principales invitadas y una de las personas que decidía cómo iría la decoración del lugar.
Isabel, la esposa del gobernador, decidió mandarla a llamar un día antes para hacer todos los preparativos que se requerían para hacer una sublime velada tanto para ellas como para sus delicados invitados. Hanna nunca había observado por completo los alrededores de la granja que ella siempre iba a visitar hasta que, por la ventana de su carruaje vio de manera detallada el paisaje que tenía al lado de ella.
Iba sola y pensativa, sus pensamientos se distrajeron entre la calidad del vino que se serviría y la clase y cantidad de comida que podría encontrarse y comerse el día siguiente al actual en el que, a pesar de ser una dama con refinados modales, poseía un estomago que aunque no era refinado sí era muy amplio y para quedar satisfecho gran cantidad de alimento debía ingerir.
Hizo sus pensamientos a un lado, esperando encontrar un gran banquete cuando llegara y a su vez empezó a detallar aquella pradera, con fuertes cercos, uno que otro animal dispersado por el lugar y verdes pastos; nada que le llamara fuertemente la atención, siguió observando y se perdió entre aquél paisaje donde la naturaleza era completamente hermosa y su esplendor se mostraba a cabalidad.
– Madam. – Dijo el cochero cuando llegaron al lugar, después de abrirle la puerta y extenderle su mano para que posara un pie en la escalera a lo que esta se levantó y se apoyó en él para tocar tierra firme.
Cuando ya estaba abajo se deslumbró un gran vestido de color amarillo claro con encajes blancos y zapatillas del mismo color. Su piel era blanca y suave como la seda, con labios pequeños, ojos color marrón igual que de cabello que, el mismo, lo traía recogido en una muy agraciada trenza.
– Gracias. – Dijo luego de recoger la coleta de su vestido y dar pasos firmes hacia la casa. El cochero inmediatamente partió.
Isabel estaba en la puerta de su casa con un muy elegante vestido gris perlado, su gran cabello marrón suelto, lo cual resaltaba debido a que ella era blanca como la nieve, además su hermosa sonrisa se manifestaba con gran esplendor.
Su sonrisa alumbraba su rostro tal como el sol alumbraba aquella ciudad: con fuerza e intensidad.
Hanna no hizo otra cosa que apresurarse a su encuentro y con un gran abrazo y dos besos en la mejilla saludó de manera afectuosa a Isabel, ambas estaban muy emotivas por su encuentro.
En seguida se pusieron a acomodar y dar las instrucciones necesarias para que la fiesta del día siguiente fuera un espectáculo al cual era digno de acudir. Al cabo de un rato Hanna hizo una pregunta inquietante:
YOU ARE READING
Cientos de veces
Short Story- Perdóname. - Dijo ella a lo que pareció un susurro. Sus ojos estaban vidriosos y una lágrima casi sale de su rostro. - Las caras y cuerpos de ángeles fueron dadas a los demonios. - Su voz fue fuerte y áspera - Debiste haber hecho lo correcto.