Tiré los vasos de plástico de los cafés que me había bebido durante el día, me puse el abrigo, y tras despedirme de mi jefe, salí de comisaría.
Una corriente de aire frío me abofeteó justo cuando puse un pie fuera. Escondí la nariz dentro de la bufanda, y metiendo las manos en los bolsillos, fui a mi casa.
Me quité los tacones, suspirando de alivio al colocarse los huesos en su lugar, y me puse las zapatillas de estar en casa.
No pasaron ni diez minutos cuando sonó el porterillo tres veces. Mis amigas. Me quejé de mi existencia. Había pasado todo el día trabajando y me apetecía quedarme en casa. Me puse de nuevo los tacones, entre muecas de dolor, cogí un abrigo más arreglado y salí de casa.
Me esperaban con las narices rojas debido al frío, y con sonrisas pegadas en las comisuras de sus labios, esperando la noche que se nos venía encima.
Entre conversaciones y risas llegamos a un local. Alcé la vista y miré el letrero, que rezaba: Medusa.
Un escalofrío recorrió mi espalda, pero no hice caso y entré con mis amigas. Ya desde fuera se oía la música, pero una vez dentro, me golpeó los oídos.
No sé cuanto tiempo estuvimos bailando, pero mis pies no daban más de sí, y me senté en un taburete de la barra.
Pedí ginebra y esperé a que el camarero me la trajese. Centré la vista en la pista, mis amigas seguían gastando sus energías, ajenas a dolores de pies.
El camarero me trajo mi bebida en una copa triangular y yo bebí de ella.
—Ya está pagada —me dijo señalando a mis espaldas.
—Vienes mucho por aquí ¿no? —dijo una voz masculina detrás de mí.
Di media vuelta y me encontré con unos ojos azules chispeantes y una sonrisa de medio lado.
—Puede —respondí centrándome en mi bebida.
Apoyó el codo en la barra y se pidió una Coca cola.
—¿Te has enterado de las recientes desapariciones de esos muchachos? —continuó.
No era una conversación normal en un bar, y mucho menos con ese tema tan delicado. No me daba buena espina, y decidí no responder.
—Es una pena —continuó.
Los párpados comenzaron a pesarme, y la música la oía lejana, como si estuviese metida en un túnel. Lo último que vi fueron unos ojos azules.
YOU ARE READING
Pensamientos rotos
Short Story¿Alguna vez has dudado de tu propia mente? Appia comienza su día como todos los demás, yendo a trabajar a la comisaría, pero tal vez esa noche cambie todo el transcurso de su vida... y la imagen mental que tenía de ella misma.