Anoche

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Se miró las manos empapadas de sangre durante unos segundos antes de voltear a ver el cuerpo de Isaac destrozado por completo.

Se había asegurado, claro, de no tocar su hermoso rostro.

Observó fijamente la mirada vacía del cuerpo y soltó una suave risilla al percatarse que se podían atisbar pequeños rasgos de dolor en aquellos ojos marrones que habían quedado abiertos. Cuando pegó la primera puñalada, él había dado un grito de dolor aún atrapado entre las garras del sueño. Jane aún podía escuchar el desgarrador sonido y por alguna extraña razón, la satisfacción recorría su cuerpo haciendo que sus mejillas se estiraran y su sonrisa se ensanchara marcando esos curiosos hoyuelos que se le habían formado desde que era pequeña. No solía sonreír, pero esta vez le pareció una buena ocasión para hacerlo después de tanto tiempo.

Suavemente se inclinó y depositó un tierno beso en la mejilla, tibia y algo pálida del amor de su vida.

—Te amo. —susurró con suavidad.

La belleza del hombre con el cual había compartido ya casi cinco años de su vida, aún seguía sorprendiéndola como el primer día en que lo vio.

Ah, su cabello. Claro que no podía olvidar ese precioso cabello rizado. Tan bello que dolía. Tan bello que despertaba sus instintos de mujer celosa cada vez que alguna chica fijaba sus ojos en la cabellera de su hombre. Tan bello que incluso sentía dolor cada vez que él decidía cortarle las puntas.

Hijo de ...

No, se decía Jane a sí misma, tranquilízate.

¿Qué dijo él? "Aprende a controlarte, amor. No digas groserías que no se ven bien saliendo de tu dulce y pequeña boca."

Estaba bien ahora. Sabía controlarse mejor. Él la había ayudado con su temperamento. Él la había mejorado a través de los años. Estaba bien ahora.

Además, ¿qué más daba?

La única persona por la cual se descontrolaba era él. La única persona que le podía dar tales disgustos era él. Ya nadie sufriría más daños. Ni él, ni su hermosa cabellera, ni mucho menos ella.

Ella se había liberado de él. O él de ella. ¿Qué más daba?

Jane se encogió de hombros con una sonrisa iluminando su rostro mientras pasaba sus pequeños dedos entre aquella melena que tanto adoraba.

—Luces tan hermoso cuando callas —murmuró mirándolo. No podía parar de hacerlo.

Definitivamente aún estaba enamorada.

—Mmmh, ¿me esperas un momento, cariño? —le habló al cadáver antes de darle un suave beso en los labios tiesos y pararse de un salto—. Espérame. No te vayas a ir, ¿sí?

Caminó por el departamento con sus medias de tela blanca ahora invadidas por el líquido rojo que había expulsado el cuerpo de su amado cuando ella le demostraba su amor. Hizo un puchero al observar sus prendas sucias.

Ah, Jane odiaba ensuciarse. Bueno, no importaba, él la había ensuciado. La había ensuciado el alma, el corazón, la mente. ¿Qué más daba que ensuciara su ropa también?

Amaba todo de él, pensó mientras daba saltitos por el lugar en el que llevaban viviendo juntos ya un par de años.

Por todos los santos, es que realmente amaba todo de él. Sus ojos. Su cabello. Sus labios. Su forma de expresarse. Sus gestos. La manera en la que le mentía. La manera en la que a veces la ignoraba. Amaba la manera en la que le hablaba. La manera en la que él le contaba sus cosas. La manera en la que no escuchaba ni una palabra de lo que ella decía. Su mirada. Sus insultos. Su ceño fruncido cada vez que ella decía algo que a él le parecía tonto. Su caminar. Sus detalles inexistentes. Sus estúpidos celos.

INSOMNIOWhere stories live. Discover now