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Y entonces te dejé ir. En una visita nocturna al museo de mis pensamientos que supone el releer mis textos pasados, determino que me besaste poco y te versé demasiado. Juro y prometo entonces que será esta la vez última que te piense en poema. Hice bien en terminar todo aquello, tú no entendías la palabra amor; y ninguno de los dos éramos Nerón para continuar incendiando Roma. Hoy te dejo porque no aguanto escuchar a tu corazón amar a otro más, mi sangre hirviendo o la respiración agitada que surgía al notar tu indiferencia; tan solo el recuerdo de haber sido tu juguete preferido, y, afortunadamente, eso me ayuda a alejarme de ti.

Cuando te paras frente a mí... veo las maravillas del mundo. No veo a un niño. Veo monumentos arqueológicos. No veo un cuerpo. Veo el paraíso y los jardines. A los vidrios no se les puede limpiar por un solo lado, hay que hacerlo al derecho y al revés, pero lo que parece curioso al respecto del vidrio es que la cultura desde siempre había concebido la transparencia para mirar a través de ella, el vidrio frío de tu corazón. Esta vez he decidido tomarlo con calma, tomar tu partida lentamente, beberla de dos tragos y poner el vaso boca abajo cuando la ultima sílaba de tu nombre termine de pasar por mi garganta, escribirte cuatrocientos poemas de ser necesario, vendar y cuidar la herida que dejaste hasta que sane, y por ultimo visitar aquel museo donde lo nuestro nació y murió como despedida.

Y te veo allí, frente a él. Buscando otra obra a quien admirar.

MUSEUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora