Escupo palabras, de a montones.
Algunas se unen y forman una idea coherente.
Otras simplemente salen de mi, una tras otra,
sin saber a donde van o cuál será su final.
Me expreso, saco todo de adentro mío,
pero mi boca permanece callada.
Hay cosas que no se pueden hablar.
Hay palabras que se aferran a la campanilla de la garganta,
y se niegan a salir.
Temen lo peor, o quizás lo mejor.
Por más que quiera no salen por mi boca,
es por ello que me veo en la obligación de al menos escribirlas.