Ella era una chica de ahí, una mujer tan bella con una sonrisa perfecta y una mirada tierna e inocente. Era tan hermosa que nadie se preocupaba por conocerla, como un libro comprado por la portada, sin poder leer su contenido, nunca nadie le dijo que la belleza podía ser su maldición.
Pasaban los años y los amores, ella se sentía usada; presumida, cual si fuera un trofeo. Ningún hombre se preocupaba por sus pasiones, pensamientos o miedos; y en su interior crecían dudas sobre si en verdad ella era más que una linda fachada.
Fue entonces cuando la casualidad de la vida nos hizo coincidir. Una noche donde el destino tejió una unión espontanea entre dos polos opuestos.
Yo menor que ella, un escritor que buscaba ser inmortal a través de sus letras.
Cuando la mire a los ojos, sentí el martilleo en mi corazón y a segundos de caer en la trampa de su belleza, me detuve. Pude ver, dentro de esos ojos marrones cristalinos a una mujer, que sin tocarme me desordenaba la vida, de esas que no querías soltar nunca y que desearías volverla a ver.Mientras caminábamos por el parque, bajo la lluvia, a lo lejos la veía sonreír, me daba cuenta lo bonita que era, no era esa belleza que tienes cerca y te provoca suspirar; la suya era una belleza que cuando lo tienes lejos, te cuesta respirar.Le seguí mirando y explorando a profundidad; día a día la encontraba con una nueva manía o defecto que ante mis ojos la hacían cada vez más hermosa y única.
Había descubierto una belleza... que jamás se acabaría.
