"Ya lo tengo casi, ya está", dijo con esfuerzo mientras con las pinzas de las cejas de su hermana tiraba de la esquina del papel ocre. "Solo un poco más". Nelson sacó la punta de la lengua, y como si con esto consiguiera hacer palanca, tiró y extrajo el papel de su escondite.
Su madre se lo había advertido: "Nelson quiero la casa impecable cuando vuelva de visitar a tu tía". Él asintió cándidamente, pero ya había organizado una fiesta de inauguración con sus amigos. No todos los días uno se muda a una casa como esa, una de las que no caben en las fotos de Instagram. Sus amigos le preguntaban cómo se podían permitir una casa así únicamente con el sueldo de su madre. Se encogió de hombros. Él solo sabía que era una oferta que ella había encontrado, algo relacionado con que el dueño tenía prisa por vender.
Esa tarde, tras echar a los últimos rezagados que dormitaban en la alfombra, Nelson se puso a limpiar su casa a conciencia. Movió todos los muebles, buscando vasos y restos de cigarros. Cuando retiró un par de colillas de la repisa de la chimenea de piedra, asomado a una esquina, lo vio. Un papel atrapado. Intentó sacarlo con los dedos, pero estaba bien agarrado. Con toda la paciencia que le caracterizaba, al final consiguió extraerlo de su escondrijo. Desdobló el arrugado papel y se dispuso a leer.
Y ahí está, mirándome en la oscuridad. Aunque no lo vea, lo percibo. Allá donde esté, lo siento. Me sigue con su mirada de cristal roto, sus ojos verde moho, su cara ajada por el tiempo, atravesada de grietas por la edad, por las inclemencias del tiempo.
Ahí está.
No se cae, nada podrá con él. Ningún terremoto. Ninguna demolición. Ningún incendio.
Ahí está.
Me persigue. Lo sé. Me observa, me vigila. Porque yo sé su secreto. Yo sé el secreto. Pero es un secreto, y no puedo revelarlo. No puedo, porque tengo miedo. Pero en las noches siento su mirada. Me estoy volviendo loco. No como. No duermo. No nada. Tengo que contarlo. Tengo que quitarme esta lápida de mármol que me aprisiona el cerebro.
Pero tú no me escuches. No sigas leyendo. Porque si lees, estás perdido. Si lees, tú también lo sabrás. Y entonces irá a por ti.
Insensato.
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Los ojos del Victoria
Short StoryEncontrar una nota vieja y arrugada detrás de la chimenea con un cuento de miedo podría ser una buena anécdota que contar a los amigos. A no ser que la nota te diga que no sigas leyendo,. Porque si lees, estás perdido. Si lees, tú también lo sabrás...