Decepción

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Lantis se quedó varado, contemplando como la imagen de la joven ojos carmesí se perdí­a entre los tantos viajeros del aeropuerto. Un efusivo "gracias" aunado a una despedida solemne; agitando la mano como si se despidiera de la mismí­sima Reina Isabel, habí­a recibido sólo por brindar el tiempo. Para cualquier otro eso hubiese sido más que suficiente pero no para él quien ya se sentía prendido ante esa aura animosa y llena de energía. Tal era su punto, que sus pies se movilizaron por cuenta propia y al paso de unos segundos se vio atrapado entre la multitud, buscándola.

Lucy se había debatido entre emociones. Todas ellas ubicadas en el mismo centro. Su estómago. Primero, estaba la vergüenza, por el horrendo gruñido que segundos atrás ese órgano se empecino en bramar. Poco después este salió botado como borracho en pleno cierre de cantina para ser reemplazado por un despliegue de mariposas a punto de migrar. Era tal el cosquilleo que el joven de enfrente le provocaba que Lucy optó por alejarse lo más pronto posible antes de que su físico designara cometer otra atrocidad más.

En la ventanilla le confirmaron lo que ya se imaginaba. El vuelo estaba retrasado. Por dos horas. El clima no parecía mejorar y la espera seguiría en "veremos" hasta nuevo aviso. A decir verdad, el hecho lo consideró afortunado, después de meterse en tantos líos para poder arribar. Encontrarse, con un panorama de retraso a causa de fuerzas naturales era idí­lico a comparación de tener que brindar excusas poco satisfactorias a sus hermanos. Buscó alrededor una toma de corriente para poner a cargar el celular y darles aviso, pero su estómago se adelantó recordándole que seguía ahí­, en pie, al borde del colapso sino ingería algo. Se llevó una mano al vientre para silenciar tanto rugir, mientras rebuscaba por todos lados un lugar apropiado para comer.

Lantis busco en cada ventanilla de las aerolíneas. Paso a paso. Reprochándose el no haberle dicho a la joven que todos los vuelos estaban atrasados hasta nuevo aviso. Esa hubiese sido la excusa perfecta para pasar la espera juntos y quizás conocerse un poco más. Sin embargo, todo se había ido al caño cuando su mente ensordecida no generó un solo pensamiento. Ni siquiera para reaccionar.  Y, ahora, que quería recomponer el fallido escenario no la encontraba. Por lo contrario, se veía envuelto entre miles de personas desconocidas con caras alargadas. El mero hecho le recordó su anterior estado de ánimo. Tan agrio. Tan apático. ¿acaso la chica también se percataría en ello y por eso salió huyendo? Una vez más los pensamientos le jugaban una mala pasada. Se llevó una mano al cabello para echarlo atrás y así­ apartarlo de su vista cuando escuchó un rayo que caí­a a escasos metros de la pista de aterrizaje dejando al recinto en un oscuro absoluto...

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Cuarto para las doceWhere stories live. Discover now