Prólogo

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Por favor, no me dejes... Abrázame

Aquellas risillas eran suficiente para llenar el mundo de una desbordante felicidad. Esos delicados rostros de niños corriendo de un lado a otro, soñando a ser héroes, princesas, magos... El parque de la rue Rivoli era casi mágico. Uno a uno se llamaban por su nombre y reían con la inocencia más pura. Allí estaba Sandra, con sus rubios cabellos jugando entre sus hombros, dando livianos saltos como si bailara con la brisa que rozaba sus mejillas.

–¡Eso no vale, es trampa!– dijo uno de los niños con los ojos saltones.

–¡No es verdad!, yo ya había sido desencantada– con el rostro sonrojado, respondió Sandra.

La tarde comenzaba a despedirse con los últimos rayos más resplandecientes del sol y con una brisa que comenzaba a acariciar los árboles, cuyas hojas temblaban fébrilmente. Aquel gran juego de vivientes lucecillas comenzaba a disiparse...

–Sandra, cariño, regresa a casa, ya se hace noche– con suavidad en las palabras, Amy Whittenson llamaba a su hija.

–¡Ya, mamá, estoy yendo!– resondió Sandra.

Llegó corriendo a casa y, de un brinco casi imperceptible, terminó en brazos de Amy con un beso cálido en la mejilla. Amy se acercó con tanta facilidad al oído de Sandra susurrándole que en la mesa se encontraba un vaso de leche junto a un tarta de fresa –su merienda preferida– esperándola. Sandra dio un débil suspiro, apretó un poco los brazos puestos en Amy aún, y de un salto, cantando, fue al comedor. Jugaba con sus manos y no sabía cómo expresar tanta satisfacción. Era como si el tiempo se hubiese detenido, ya no fluyese más... Pero el tiempo es inconmovible, insesible, cruel y no espera.

El cielo ya había oscurecido y la Luna lloraba teniendo por testigo a las estrellas de lo que iría a suceder. Un golpe torpe en la puerta irrumpió el ambiente que por un momento parecía un sueño que no terminaría (era mentira). Fue entonces cuando ingresó como una sombra...

–¡Amy, Amy!... ¿Dónde demonios estás?– aquel grito se acrecentaba.

Amy, por un momento, quedó paralizada y muda por varios minutos. La sonrisa en su rostro desapareció, sus pensamientos comenzaron a evocar recuerdos que trajeron, consigo, el miedo que una vez sintió. Sandra notó un pequeño repentino cambio en la mirada de Amy; se bajó de la silla en la que estaba y, con una sonrisa, le preguntó si estaba bien. Amy la miró fijamente a los ojos y, dismulando una furtiva lágrima, la tomó de las manos.

–Ven, amor, ya es hora de irse a acostar– a Amy le temblaba la voz.

–Mami, ¿quién grita tanto?– Sandra abrazó la pierna de Amy –Tengo miedo.

Amy la cargó y rápidamente, con pasos ligeros, subió las escaleras y acostó a la nena; y fue cuando se escuchó otra vez aquella punzante voz en gritos...

Un tempestuoso golpe en la cabeza hizo que Amy cayera al suelo, pero logró levantarse sin esfuerzo. Amy sabía que Sandra estaba en peligro... Solo importaba ella. Empezó una extraña escena entre golpes y gritos: era la necesidad de sobrevivir; gritos que, como hilos, atrajeron a ella. Cuando salió de la habitación, Sandra vio a Amy contra la pared, prisionera de aquella figura tan irreconocible; la blusa blanca que Amy llevaba puesta había, había perdido su color. Sandra, en una situación de instinto, se lanzó contra aquella sombra que había lastimado a Amy. Un golpe, un golpe. Eso fue suficiente para que Sandra tropezara y cayera por las escaleras hasta quedar tendida en el suelo con una mirada perdida. Amy, incomprensiblemente, se liberó de la sombra  y corrió hasta donde estaba Sandra...

La abrazó, pero aquel ser volvió y arrastró a Amy a otro lado. Amy solo quería ver el rostro de su hija y delinearlo en su mente antes que se desvanezca como siluetas de humo.

–¿Mami?... ¿mami? ¿Qué sucede? Tengo miedo... ¿Mami?, no me dejes– sus ojos comenzaban a lagrimear y su voz a temblar –¡Mami!... abrázame– cada palabra en decadencia era... Cerró los ojos.


                                                                                                                                     ... Yo también te quiero Sandra;                                                                                                                                           mi pequeña Sandra.

Recuerdos ajenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora