El resto de la vida era a colores...
Un hilo de luz, tan notorio y lo único con vida, atravesó aquella gran ventana vestida de un tul que cubría el cristal para impedir la mirada de la aurora desvaneciendo las caricias de la noche que dormía hasta el espíritu más rebelde.
Una mano se elevó maniobrando una desconocida danza que irrumpió la actuación del silencio en la habitación, luego se elevó otra mano, y por último, un gesto de incomodidad en el rostro y un fuerte fruncido en los ojos dio brote a un bostezo. Ya había amanecido.
Simultáneamente, sonó aquel campaneo de lo que solamente Miranda podía odiar en ese momento: la alarma del despertador.
– ¡Rayos! ¿Por qué no me deshago de ti de una vez? ¡Ah, claro!, mamá comenzaría con el aburrido e irritante discurso: "No te levantas temprano y es necesario que siempre tengas uno..." – con un tono de encaprichada y mal-humor– ¡Por favor!, sé que no es cierto.
La sábana que la cubría terminó en el aire por un momento y luego empezó a caer suavemente sobre la cama, Miranda ya había desaparecido de esta. Estaba en frente del espejo del tocador, observando aquellos ojos hinchados que siempre la dejaban perpleja y preguntándose si era parte de lo que, según ella, esta metamorfosis de la adolescencia arrastraba consigo temporalmente.
Se entró al baño a tomar una ducha y, en un periquete, ya estaba lista y con las prendas apropiadas para aquel día, aunque al parecer su cuarto no compartía el mismo sino que ella, puesto que era el reflejo del caos de una adolescente que, en un sencillo trámite, lanza todo lo que no tolera por la ventana.
Salió de la habitación, dejando la puerta entreabierta.
– ¡Miranda!, ya está el desayuno – desde la cocina se escuchaba la voz de Rosly – Emmy te está esperando también. No la hagas esperar más, por favor.
– ¡Ya, ma'! ¡Ya estoy bajando!, no te alteres que te arrugas.
Emmy era la mejor amiga de Miranda desde que eran unas pequeñas lloronas en el jardín de infantes.
– Emmy, cariño, disculpa por la demora de Miranda – dibujando con los ojos una perfecta curva y con un tono de voz entrecortada – Esta niña nunca va a cambiar al parecer.
Un contacto visual dio paso a un par de risas con respecto al comentario.
Como quien corre a tal velocidad porque el metro ya va a dejar a uno en medio de la nada derrotado por el tiempo y el tráfico, Miranda bajaba por las escaleras.
Al llegar a la cocina, dio un beso a Rosly en la frente, tomó rápidamente el vaso con jugo de naranja, cogió las tostadas y sin dirigir una palabra, agarró del brazo a Emmy y, entre aquella indescifrable y maravillosa comunicación entre ojos y risas que solo existía en las complicidades de las que eran entonces las dos mejores amigas, salieron de casa. Al fin.
El eco del sonido, que dejó Miranda, al cerrar la puerta inundó la casa de una inevitable sensación: la soledad.
Rosly dejó su taza con té de jengibre, que siempre solía tomar todas las mañanas, sobre la mesa y se levantó dirigiéndose al pequeño cuarto de estudio que miraba con aquellas mamparas al yard que con tanto esmero luchó para que no sea un mero sueño que Roger, a costa de todo, quería borrarlo de la faz de su memoria.
Hacía ya dos semanas que Roger se había ido de la casa, o al menos cabría decir que fue puesto bajo orden de alejamiento hasta que se diera la próxima audiencia donde se daría por finalizado el divorcio oficial.
– Escuchar la suave brisa y sentir el sol tocando mis mejillas son un alivio – dio un suspiro –, pero al tocar las paredes, puertas y ventanas comienzo a escuchar las voces de aquel fantasma que me hizo vivir en un infierno que casi me destruye.
Destapó el lienzo que reposaba sobre un caballete que aún se conservaba a pesar de las constantes imperfecciones en su forma causadas por las polillas. Cogió el pincel, que se encontraba en un banco, con la mano derecha y luego sostuvo con la otra mano, la paleta. Empezó con un trazo que formaba una especie de naciente ola. Se detuvo por un momento.
– Los colores son hermosos, retratamos los momentos más hermosos en un simple lienzo. Los problemas o adversidades son de color blanco o negro. No importa, porque sabemos que fuera de ellos el resto de la vida es a colores.
Realiza otro trazo en el lienzo, pero, esta vez, lo hace en sentido contrario al primer trazo.
– Sin embargo, me doy cuenta que el pensar que el resto de la vida era a colores se disuelve en un pozo de lágrimas. Cuando cae una gota de pintura blanca o negro sobre otra de un color diferente, este pierde su tonalidad original. Así ha sido mi vida, ha perdido sus colores originales. Siento que los colores, que conozco, desaparecen y ya no hay más que blanco y negro para pintar. – Deja la paleta sobre la banca a su costado – Miranda, poco a poco, mi pequeña mariposa de colores, vas desprendiéndote de tu capullo. Solo espero, cariño, que alguien no destiña ni le quite el brillo a tus frágiles alas porque al final ya no hay colores que pinten la vida.
El mutismo reinó.
ESTÁS LEYENDO
Recuerdos ajenos
Misterio / SuspensoEl cielo ya había oscurecido y la Luna lloraba teniendo por testigo a las estrellas de lo que iría a suceder. Un golpe torpe en la puerta irrumpió el amiente que por un momento parecía un sueño que no terminaría... Pero el tiempo es inconmovible, in...