Una mordida de esa pequeña barra fue suficiente para partir como un rayo mi cotidianidad y traer a flote mí pasado, como en medio de una tormenta tempestuosa y caótica se crea un torbellino de recuerdos que azota con violencia mi pequeño refugio en medio de la noche, dilatando mis pupilas y acelerando los latidos de mi corazón.
El color más hermoso es el del chocolate puro, los ojos más bellos son de chocolate dulce, las narices pueden saber a chocolate pero no tanto como los pómulos del rostro.
Una tarde, después de aventuras silenciadas por su cotidianidad logré conseguir chocolate tan puro que se derretía en los dedos, cada cubito costaba un día de salario trabajando en una maquiladora, eran dos cubitos con alguna leyenda cusí que ya no recuerdo, convencí a aquella chica para dejarme dibujar sobre su pecho con uno de esos cubitos. Dibujé espirales y una casita, su calor corporal me permitía hacer una marca delgada y continua, el buen chocolate aunque sea robado nunca debe de desperdiciarse, chocolate y piel, piel de chocolate, no existe mejor sabor sobre este mundo.
En otro momento y en otra geografía aquella chica demostró como tantas otras veces soportar mi turbulento carácter y darme una alternativa, dolor y frustración, impotencia y bastante rabia, se hicieron añicos ante su gesto amoroso y autoritario de obligarme a visitar aquel molino de chocolate, hacia tanto calor que aquella molienda se derretía sin más, la llevamos a su casa e hicimos tabletas, yo quería comerlo todo pero sus regaños gentiles me hicieron entrar en disciplina, ese fin de año fue uno de los mejores de mi vida, esa tarde chocolatada fue inolvidable, labios, ojos, aromas y sonidos de chocolate, aún queda más que recordar pero todo termina con esa respiración tranquila sobre mi pecho que me arrulla para dormir.
El torbellino parece agotarse pero no es más que una trampa que me toma desprevenido y me deja abatido ante una nueva envestida, es imposible que algo termine así y mi mente trae mucho más de vuelta. Algunas mañanas despertaba a su lado, yo solía hablar incoherencias y ella sobre el futuro, el peor momento de la mañana era cuando se estiraba, extendía los brazos y movía la cabeza, ese maldito momento significaba que ella dejaría la cama y yo tendría que levantarme también, cuando descubrí eso encontré una solución muy simple pero efectiva, la abrazaba muy fuerte hasta que se le quitaban las ganas de estirarse y así quedarnos otro rato en cama, más tarde ella bebía chocolate con agua y yo un café con mucha azúcar.
Algunos años antes de eso le regalé una barrita a otra chica, su color de piel era aún más hermoso que el de la barrita. ¿Qué fue de mí al interpretar tarde sus señales? Solo recuerdo su frase “antes quería chocolate, ahora ya no”. Unos diez años después aún me costaba interpretar señales, incluso más que antes, tanto que no tengo idea de cómo pude conocer y salir con esa nueva chica, aquella de la mirada más hermosa que he tenido de cerca, su voz sonaba a chocolate casero sirviéndose en un jarrito de barro, tan placida que me impulsaba a transformarme en su manto para abrazarla con ganas de fundirme en ella, aquello duró muy poco, pero fue tan intenso como cada mordida a una barra de semi-amargo, tan efímero como un cuadrito de chocolate dulce y tan tierno como un bebe que se alimenta en el parque, de hecho, ella alguna vez me amamantó en un parque.
El torbellino de recuerdos continua y parece presentar un orden dentro del caos, danzan con vigor y sutileza, cada uno de ellos es fascinante, único y hermoso, de entre ellos resalta uno en particular sorprendente, no es extraño que ande por la vida sin dinero y aquel tiempo tampoco fue la excepción, las condiciones que determinaban mi vida habían cambiado y no era tan fácil conseguir regalos interesantes, queso de cabra en ceniza de alguna marca extranjera, pate de fua, chocolates suizos que no duraron tanto como la latita que los portaba, esa lata metálica labrada que se convirtió en la condonera mas inútil del mundo, carne ceca, especias y quesos diversos, juguetes tontos y puros o panetelas con sabores de chocolate y cereza, de todo un poco o más bien un poco del todo, arañar un pedazo del cielo para después caer al suelo, bueno ¿qué más da ahora? La fuente de esos obsequios terminó cuando se me encerró dentro de ese estúpido traje y corbata subvertidos por botas industriales y guantes de seguridad con los deditos rotos, en ese periodo comencé a salir con la chica que baila con esencia de chocolate, a veces es dura como una barra en invierno y otras se derrite como cuadrito entre manos amorosas, su bebida favorita era el chocolate frio incluso en invierno, ahora creo que le gusta tibio, el tiempo sigue su curso, yo solía recorrer mi nariz sobre sus cabellos largos con movimientos felinos, buen promedio, buena figura y un mejor sentido del humor, pero nada era tan sorprendente como esa habilidad única, recuerdo que cerca de aquella que fue mi casa vendían unos chocolates semi-amargos en bolitas, bastante buenos y baratos, la bolsita era compacta, lo que me permitía guardarla en algún bolcillo de mi pantalón o mi saco cuando iba a su encuentro, solía preguntarle ¿Qué tengo para ti?, ella meditaba un poco y con extraordinarias habilidades mágicas respondía como quien encuentra la solución a un acertijo “chocolate” su respuesta siempre me alegraba, me alejaba un poco de ella y con cara inexpresiva le preguntaba ¿Dónde está?, ella me miraba con su semblante tan tierno y después de meditar un poco, siempre, siempre adivinaba en que bolcillo tenía su chocolate, bueno eso no pasaba todo el tiempo, cuando le llevaba otra cosa ella después de mirarme me decía “no sé, pero no es chocolate”.
Se terminó la barrita que recién comía, el torbellino cesó y mi pluma dejo de tener sentido, de nuevo hace frio y la obscuridad lo cubre todo.
Ndareje 20/7/17
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CHOCOLATE
Non-Fictionuna tormenta de recuerdos surge al morder una barra de chocolate