En el estrecho cañón mas allá del emplazamiento actual de la Ciudad del Oro, una extraña criatura se asoma desde sus profundas y recónditas cuevas, deslumbrando con su mirada el pasado de Hyperdune, verde, fresco y con vida. Los altos arboles impiden ver mas allá de sus copas y la espesa maleza en el suelo prohíbe la vista de la oscura tierra.
El devarth Isome Babor mira la bulliciosa ciudad justo antes de entrar por su vía empedrada en la cual se consiguen todo tipo de vendedores con sus diversas mercancías como gusanos de Vevar, juncos de Fungi o pajorros rojos. Pero Isome Babor no viene por nada de eso, viene por un viejo amigo, con el cual tiene una vieja deuda, una deuda que debe pagar por conveniencia. Pensó fugazmente en el ocio y diversión de la ciudad: cacería, obras de teatro, danza en la plaza principal. Pero el recuerdo de su hija agonizante y la amenaza de los Totlann es una carga muy delicada como para dejarla por ocio, solo su amigo Tyanoc Quebor le puede ayudar.
Para llegar a la casa de Tyanoc debía pasar por toda Petarr, pues no había otra vía. Al llegar a la plaza principal, el inmenso y maravilloso templo de Focepetai se erguía a lo ancho del cañón, esculpido en la piedra magra. Isome hizo una reverencia en señal de respeto, pues Focepetai era el señor todo poderoso de los Siete Reinos de Volairan, no hacer una reverencia frente a su templo era como blasfemar en su contra.
Al llegar a la casa de Tyanoc, su mujer le saludo alegremente con un beso en la mejilla. Isome, al verla salir, supo que Tyanoc no estaba, por que ella solo sale cuando su esposo no esta o sale con él, pero por lo demás, se queda en casa haciendo sus labores como preparar la fajalita para la cena del ultimo div o barriendo la casa.
―Me imagino que no esta Tyanoc, Kiliam― dijo Isome.
―Estas en lo correcto, Isome― respondió ella.
― ¿Dónde esta?
―Haciendo el goran de la tarde en el templo― respondió ella.
― ¿Y porque no le acompañaron?
―Dijo que iría solo―respondió Queia, la cuarta hija de Tyanoc―, que llevaría nuestros dijes de presencia al templo para que no nos molestáramos.
Isome quedo anonadado, sus padres no le habían enseñado eso en sus años de infante, ni en el Durai había oído de eso; la costumbre es llevar a toda la familia a hacer el goran todos los días en la mañana y en la tarde, solo si un integrante de la familia estaba enfermo hacían en goran en l casa con la estatuilla de Focepetai que deben tener en la estancia.
―Coincidentemente, yo pase por el templo―aclaro Isome―. ¡Que raro que no le vi!
―De todos modos, debe volver en lo pronto―replico Kiliam.
Inmediatamente, Kiliam se despidió de Isome, despareciendo de la vista. Al rato, Tereia, la hija mayor de Tyanoc, llego.
―Hola, Isome―dijo penosamente― ¿Cómo esta?
―Angustiado.
Tereia, a pesar de ser mayor y tener un nivel de comprensión capaz de detectar las emociones y ser muy sagaz, era atrevida y preguntaba de todo a pesar de conocer la situación. Por ende, Isome se irrito con ella, pues ella sabia de lo que pasaba por las cartas que le enviaba a su padre, además, él las leía para toda la familia en las noches.
― ¿Cómo esta Leya, tu hija?
Isome no le iba a responder, pero no quería ser grosero con ella.
―Bien―respondió finalmente.
En la cara de Tereia, una siniestra sonrisa se orquestaba en su juvenil rostro. Quería molestar a Isome, pues no le caía bien, lo veia como un intruso ponsoñozo en su casa que debia alejar. Pero Isome solo la veía como un simple pellizco en la mejilla, molesto y constante, pero minúsculo y tonto. Isome intento hablar de otra cosa y Tereia, extrañamente le siguió la cuerda en vez de retirarse o insistir con el tema. Hablaron durante quince minutos, puesto que Tyanoc lego en lo pronto.