¡Moriré si no lo como!

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Para MonMyeon.

¡Gracias por buscarme cuando necesitas SuLay! Eres un dulcesito, ¡por eso la temática de esta viñeta!~




Cuando Junmyeon encontró a su novio hundido entre sus colchas con una expresión fatal, esperó lo peor. Una enfermedad cancerígena, algo que fuese a matar al pelinegro en meses o un virus recién descubierto, ¡lo que sea!

—Tengo indicios de diabetes —lloriqueó haciendo un puchero.

El coreano no pudo evitar soltar una risa aliviada y bastante divertida, su novio era muy dramático.

—¿De qué te ríes? —frunció el ceño, ocultándose aún más entre los cobertores.

—Pensé que era algo más grave —explicó acercándose a la cama ajena, sentándose al borde del colchón, cerca del menor—, digo, acabas de volver de tus chequeos regulares en el hospital y tienes una expresión terrible.

Yixing asomó su rostro, acomodando su cabeza en el regazo de su pareja. Un suspiro se le escapó de los labios a medida que cerraba los ojos.

—Es que ya no puedo comer como acostumbro —lloriqueó, otra vez.

Oh, Junmyeon ahora comprendía el problema.

Su novio era glotón de nacimiento, toda persona que lo conociera lo había visto comer alguna vez en su vida, ya que siempre lo hacía. Snacks, dulces, fritos, ¡De todo! El estómago del chino parecía nunca saciarse. Intentar negarlo algo era motivo para desatar una tercera guerra mundial.

Entonces, ¿cómo iba a sobrevivir el pelinegro sin toda esa comida, no tan sana, que siempre consumía?

—Tengo que seguir una dieta estricta —sollozó—, ¡y mi mamá no pretende engreírme con algún pecado entre comidas!

Con solo pensar en ello su estómago rugía molesto. ¿Qué iba a hacer sin sus hamburguesas de los domingos? ¿Qué haría sin sus gaseosas heladas para el almuerzo? ¡No! ¿¡Qué haría sin sus pasteles de media tarde!? Seguro moriría antes por desnutrición que por la diabetes.

El mayor lo observó con ternura— Vas a mejorar, y cuando suceda, te compraré un enorme pastel de chocolate con vainilla.

—¡Ah! —gritó frustrado— ¡No hables de comida!

Definitivamente aquella travesía no sería fácil.

A la mamá del chino le gustaba bromear con que Junmyeon vivía con ellos, ya que casi siempre estaba en la casa para visitar a su novio. No lo veía como algo malo, ¡él era un chico ejemplar! Y, además, le gustó tenerlo cerca cuando se necesitó vigilancia sobre la comida no saludable.

—¡Hey!

Junmyeon corrió a quitarle la bolsa de frituras al menor, quien chilló cual niño de tres años al quitarle su juguete favorito.

—¡Tengo hambre! —dejó caer su gesto, bastante angustiado.

—Y ya va a salir la cena —le indicó—, sé paciente.

—Voy a morir —sollozó.

Pero, incluso con el cuidado del mayor, Yixing hallaba maneras de comer algunos de sus pecados. Su pareja lo descubrió cuando iba a la casa ajena, un poco más temprano de lo acostumbrado, que se escabullía a una pastelería cerca a alimentar al monstruo que se alojaba en su estómago.

—¡Yixing! —gritó perplejo.

El nombrado dejó de masticar de golpe, deteniendo también su mano que sostenía una cuchara con otro glorioso bocado de cheescake de fresa.

—P-Puedo explicarlo —habló luego de tragar el pastel con miedo, abandonando también el cubierto lleno sobre el plato.

—¿Qué vas a decir? —se cruzó de brazos, al frente de la mesita del local que el contrario había escogido.

—Todavía lo estoy pensando —se rio nervioso, sonriendo forzadamente.

Junmyeon se llevó a su novio de las orejas hasta su vivienda donde la señora Zhang lo esperaba con ensaladas y porciones reducidas.

—Esta comida no me emociona nadita —farfulló sin poder sostenerle la mirada a la sopa humeante frente a él.

—Si te esforzaras dejarías de comerlas cuanto antes —indicó haciéndole señas para que empezara.

—Está bien —sopló sin ánimos la sopa, llevándose un poco a la boca.

Y aunque el pelinegro quería esforzarse para dejar atrás esos peligros de diabetes, siempre estaban esas deliciosas tortas observándolo desde las vitrinas, diciéndole lentamente un cómenos que no lograba ignorar. ¡Y los dulces! Oh, los dulces. Ellos también parecían querer seducirlo, ¡ni qué decir de los fritos!

—¡YIXING!

Echó a correr en cuanto vio a su apuesto novio con la expresión enojada, caminando con gran velocidad hacia él, seguro para quitarle de las manos la hamburguesa que tenía apariencia de ser en extremo grasosa.

—¡YO NO FUI! —quitó asustado, siendo tacleado por el coreano a los pocos segundos.

Casi en cámara lenta, el menor pudo ver cómo el pan, la hamburguesa y las papas fritas se separaban en el aire antes de estrellarse en el suelo con un sonido que le partió el corazón.

—Listo, me voy a suicidar —lloriqueó al ver tan cruel masacre esparcida en la acera una vez que se puso en pie.

—Es por tu bien.

Junmyeon le dejó un pequeño beso en los labios, sintiendo el sabor de la carne frita que yacía en el suelo.

¡Bingo! ¡Había una solución a todo eso!

—¡Te juro que no estoy comiendo nada que no deba! —habló atropelladamente en cuanto el coreano ingresó a su habitación, levantando ambas manos como si fuesen a arrestarlo.

Soltó una risa ligera— No es eso.

No logró comprender la sonrisa segura y satisfecha de sí misma que llevaba, no hasta que lo besó con dulzura, ¡en todo sentido de la palabra! Sus labios no solo eran suaves y le transmitían un sentimiento de tranquilidad, sino que también sabían a los dulces de yogurt de fresa que tanto le gustaban y, dadas las circunstancias, ahora no podía comer.

—¿Qué...? —no completó la pregunta, suficientemente confundido con ello.

—No puedes comer dulces ni hamburguesas ni pasteles, nada que no esté en tu programa de alimentación, ¿cierto?

Asintió con la cabeza— Cierto, ¿y eso?

—Y no puedes evitar querer esos alimentos prohibidos, ¿cierto?

—Uhum —suspiró.

—Ya tengo la solución.

Volvió a besarlo, haciendo que comprendiera el compromiso que hacía el mayor de no darle ningún alimento fuera de su estricta diera, pero sin negarle una pequeña probada que calmara a su salvaje estómago.

Junmyeon empezaría a comer pasteles y frituras antes de ver a su novio para llevarle algo del rastro de esas comidas en los labios, incluso cuando él era más de ensaladas y frutas o que el dulce lo hostigara o si luego subiría de peso. Amaba lo suficiente al chino como para hacer esas concesiones.

Y Yixing amaba a su novio por hacer aquello, por cuidar siempre de él y su dieta estricta, tolerar sus berrinches por no querer tomar sus sopas y, ¡ah! También amaba esa pancita que ahora tenía el coreano.

DiabetesWhere stories live. Discover now