Con la primavera vinieron las flores, los colores, los olores y las tardes largas donde lo único que deseábamos hacer era ir a una plaza. Tan jóvenes y con altas expectativas para nuestras vidas queríamos aprovechar el último año de paz que nos quedaba. Creíamos que una vez que nos lanzáramos definitivamente a la vida adulta íbamos a morir para darle lugar a nuevas personalidades que estuvieran mejor adaptadas para el cambiante mundo que nos rodeaba. Disfrutábamos cada segundo que teníamos como orugas que no quieren convertirse en mariposas por el miedo a volar. Mis amigos y yo siempre fuimos un poco extraños, si bien éramos muy unidos al mismo tiempo también éramos completamente diferentes, como si cada uno de nosotros representara un polo opuesto. Pero esas diferencias solo hacían más placenteros los momentos donde por casualidad lográbamos coincidir. Esa primavera hace ya 7 años fue el punto que cerró el primer párrafo de mi historia y así como así, tuve que aprender a volar aun cuando mis alas no se habían desarrollado del todo. En una noche anormalmente calurosa para principios de primavera mis amigos me llamaron para invitarme a una fiesta. La existencia del evento era de mi conocimiento ya que venían hablando de eso hace semanas, pero trataba de esquivar el tema lo más posible para no tener que rechazarlos. Algo que nunca se me dio bien es decir "no", por eso cada vez que empezaba a planearse algo que no era de mi agrado simplemente me alejaba y esperaba a que pase. Pero esta vez no pude esconderme, luego de pensar en alguna excusa y no encontrarla me resigné a que tendría que ir. No es que no me guste salir, sino que esta fiesta era una de esas donde concurre todo el mundo, ir significaría encontrarse con vecinos y ex-compañeros del colegio y tener que mantener conversaciones con gente que no me interesaba en lo más mínimo. Al llegar a la fiesta me di cuenta que tenía razón, no podía voltear en ninguna dirección sin ver alguna cara conocida. Me escondí detrás de mi vaso y procuraba tomar un trago cada vez que alguien esté cerca de hacer contacto visual conmigo. En el caso de que alguien se me acerque sería tan simple como simular ebriedad e ignorar todo hasta que se alejen. Mi plan funcionaba a la perfección, logre pasar casi toda la noche esquivando gente mientras mis amigos que me habían obligado a ir se habían perdido intentando conseguir pareja mientras yo me encontraba solo a pesar de estar rodeado de gente. En esas épocas todavía no era tan adepto a la soledad como lo soy ahora pero tampoco me molestaba. Me alegraba poder encontrar un poco de paz entre tanta gente tratando de no irse a casa solos. Eso me hizo sentir que todos compartíamos algo. Y nadie se sentiría solo en un lugar donde todos lo están. La noche parecía estar llegando a su fin y el sol se empezaba a asomar por el horizonte cuando me percate de que llevaba un rato largo hablando con una mujer sentada a mi lado. No recuerdo su nombre ni su cara, era una de las pocas personas de la fiesta que me eran ajenas, lo que si recuerdo es que era única. Resaltaba de entre los demás sin tener ninguna característica remarcable. Era una de esas personas que portan un aura de calidez a donde quiera que vayan. Esa mujer logro hacerme olvidar de mis planes para evitar socializar con tanta destreza que no me di cuenta hasta que ya era demasiado tarde. Hablamos de la vida, de nuestras infancias y como habían sido tan similares, ambos veníamos de familias rotas con padres ausentes y nos criamos sin contacto con adultos. Ambos teníamos miedo del futuro y al mismo tiempo lo deseábamos con todas nuestras fuerzas. Hablando sobre cómo cambiar al mundo y nuestras comedias románticas favoritas se nos pasó la noche, tanto que ya ni siquiera era de noche. El sol ya se había despabilado y los pájaros anunciaban el comienzo de un nuevo día. Mis amigos se habían ido hacia horas y los de ella estaban durmiendo en el pasto. En ese momento me entere de que vivía bastante cerca de mi casa así que decidimos volver caminando juntos. Hablábamos sobre la belleza de ser joven y apenas veíamos a una persona yendo a trabajar cambiábamos de tema para hablar de lo que creíamos que nos deparaba el futuro. Nunca había conocido a alguien con tantas metas y sueños por cumplir. Al escucharla hablar en ningún momento se me hubiera cruzado por la cabeza creer que no los iba a lograr. Daba la impresión de tener al mundo entre sus manos. Un poco a propósito y un poco por accidente tomamos el camino más largo posible, deteniéndonos a observar cada grafiti y cada flor que nos encontrábamos en el camino. Analizábamos los colores, los aromas y todos esos detalles que generalmente estábamos muy ocupados para disfrutar. "Para la flor que crece en un cajón toda fuente de luz es el sol" esa fue una de las frases que más nos identificaba en ese momento, tan asombrados por lo que estaba al alcance de nuestra vista que no nos preocupamos por pensar si existía algo mejor. Éramos felices viviendo el momento. Sin embargo, el incesable paso del tiempo se encargó de recordarnos de la efimeridad de los momentos cuando llegamos a la puerta de su casa y nos despedimos con la promesa de volvernos a ver. A medida que los días se alargaban también lo hacia la cantidad de tiempo que pasábamos juntos. Al principio nos veíamos una vez por semana, luego se volvió algo extraño pasar más de dos días sin vernos. Y nuestras charlas se tornaban cada vez más largas y complejas, pero nunca menos disfrutables. Ahora analizábamos todo lo que veíamos y hablábamos sobre las partes de las cosas y cómo es que al unirlas se complementaban las unas a otras para hacer algo no más ni menos hermoso, sino diferente. Se podría decir que mirábamos todo con ojos de recién casados, podíamos encontrar la belleza en absolutamente todo lo que nos rodeaba y sabíamos disfrutarla sin la necesidad de compararla con nada más. Ya que, así como todo ser humano es único también lo son todos los aspectos del mundo que nos rodea. Nuestras alargadas reuniones y nuestros puntos de vista nos llevaron a entrar en un espiral cerrado en el cual poco a poco nos acercábamos cada vez más y como si fuésemos las únicas dos personas en el mundo empezamos a depender el uno del otro. Un día que nos juntamos surgió la pregunta: ¿Que es el amor? Nos costó bastante encontrarle una respuesta. Ambos amábamos todo lo que nos rodeaba y estábamos felices de existir en un mundo tan lleno de belleza. Pero al amar todo empezamos a darnos cuenta que no había cosas que amaramos más que a otras. Normalmente hubiéramos hablado de varios temas cada vez que nos veíamos cambiando radicalmente dependiendo de que nos hubiera llamado la atención en el momento, pero ese día solo hablamos de una cosa; el amor. A ambos nos costó bastante, pero llegamos a la conclusión de que si existe algo que es más bello y más merecedor de amor que el resto de las cosas éramos nosotros dos. No individualmente, sino los lazos que nos unían y nos hacían las personas más especiales del mundo ante nuestros ojos. Así, sin darnos cuenta nos enteramos que estábamos enamorados y empezamos a mantener una relación. Una relación que ya existía, pero estábamos tan ocupados disfrutándola que nunca nos detuvimos a ponerle nombre. El calor de diciembre nos quitaba las ganas de movernos. Pasábamos casi todo el tiempo acostados abajo del ventilador. Exhaustos pero felices, estar juntos solo logro amplificar el amor que le teníamos a todo lo demás y ahora estábamos más felices que nunca. Nos juntábamos todos los fines de semana con mis amigos a tomar algo y a compartirles nuestra visión del mundo al mismo tiempo que ellos nos compartían la suya y crecíamos cada vez más. Algunas semanas nos pasaban a visitar amigos de ella y entre charla y charla lograba obtener un vistazo de cómo es su vida cuando no está conmigo. Eran tan perfecta la manera en la que trataba a los demás y su habilidad para hacerse amigos a donde quiera que vaya que me hacía amarla un poco más cada día. A pesar de que habían pasado tres meses desde que nos declaramos nuestro amor mutuo todavía no nos habíamos besado ni una vez. Nunca nos dimos cuenta que eso era lo que se suponía que hagamos, pasábamos tanto tiempo hablando y amándonos que no quedaba espacio para otras cosas. Besarse significaba no poder hablar y nos habíamos enamorado de nuestras voces, no de nuestros cuerpos. Los primeros días de verano nos dedicamos a pensar que haríamos una vez que este termine. El nuevo año estaba a la vuelta de la esquina y teníamos que pensar que íbamos a hacer de nuestras vidas ahora que habíamos terminado el colegio. Ella tenía grandes planes e ideas nobles para hacer del mundo un lugar mejor y yo solo quería ver sus sueños cumplirse. En año nuevo nos juntamos a festejar con todos nuestros amigos, organizamos una reunión para celebrar que empezaban nuestras nuevas vidas y despedir a las viejas de la mejor manera posible, rodeados de amigos. Todos nuestros conocidos estaban ahí con nosotros, pero esta vez no tenía la necesidad de esconderme detrás de un vaso ni planear como escapar en el caso de que alguien me quisiera hablar. Al contrario, yo me encontraba iniciando charlas con gente que conocía poco, aprendía de sus vidas y genuinamente me interesaba, era algo que jamás me había pasado. Esa noche planeaba agradecerle a ella por inconscientemente haberme ayudado a convertirme en una persona más feliz y le iba a decir que tome mi decisión. Que iba a hacer todo lo necesario para ayudarla a cumplir sus sueños sin importar que. Cuando todos se fueron ebrios de felicidad y cansados de tanto bailar me dirigí hacia ella, ahora solos. Abrí la boca para empezar a recitar el discurso de agradecimiento que daba vueltas en mi cabeza desde hace semanas y no me dejaba dormir, pero las palabras nunca llegaron a salir, antes de que la primera silaba abandonara mi boca ella me abrazo más fuerte que nunca y sin decir una palabra me beso. Fue tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar, sin embargo, no lo necesite. Una parte de mi estaba preparada, como si ya hubiese sabido que eso iba a pasar y por primera vez desde que nos conocimos pudimos entendernos completamente sin usar las palabras. Con cada choque de piel contra piel nos conectábamos más y nos volvíamos uno. El sol ya había salido y los pájaros cantaban como aquel día en el que nos conocimos, pero esta vez no había necesidad de volver a casa. Ya había encontrado mi hogar y no tenía planes de dejarlo. A la mañana siguiente me desperté desnudo en mi cama. Ella ya se había ido, me sentí mal por no haber estado despierto para despedirla. Pase todo el día esperando a que me llame para hablar como lo hacíamos normalmente pero nunca paso. Quizás se enojó porque me quede dormido. Quizás le dio vergüenza hablarme después de lo que pasó la noche. Fuera cual fuese la razón me decidí ir a buscarla a su casa. Golpee la puerta, pero nadie me respondió. Pase por esa puerta y toque ese timbre todos los días durante un año, pero jamás recibí respuestas. Como si de un fantasma se tratara se desvaneció sin dejar ningún rastro y ni yo ni ninguno de sus amigos tenía idea de a donde había ido. La busque por todos los lugares donde habíamos planeado ir. La busque en cada oración, en cada palabra, en cada flor y en cada persona que me encontraba. Poco a poco mi imagen de ella fue perdiendo forma hasta que solo quedaron los rasgos de su personalidad. Eventualmente deje de pensar en ella, pero jamás la olvide. Todavía creo que un día nos vamos a encontrar en una avenida poblada y sin preguntarnos nada, como si el tiempo jamás hubiera pasado, vamos a retomar las cosas por donde las dejamos.
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Amapolas
Short StoryEste fragmento fue escrito en septiembre del año 2017 y es la primer parte de una trilogía que cuenta la historia de un hombre que se encuentra en la búsqueda de su propia libertad. El titulo de esta obra refiere a como la inmensa belleza de las cos...