¿Quiénes escaparon?

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Primero tuvimos lentes, luego interfaces directas al nervio óptico, finalmente contactos neuro-coaxiales en la corteza cerebral. Ahí descubrimos, como especie, el verdadero alcance de nuestro horror: de tanto pensar en que lo que más nos faltaba era tener experiencias profundas, significativas, pero por sobre todo reales, no caímos en cuenta en que lo que nos desbordaba era, a fin de cuentas, lo real. Ahí estaba la trampa. Y nos zambullimos en ella.

Pensábamos que tal vez nuestra imaginación nos salvaría. "La utopía y el imaginario" sería el nombre de nuestro último refugio. Deberíamos haberlo notado, al menos: nunca pensamos en el peligro que supone que fuera nuestra imaginación la que pusiera los límites en el desarrollo de esta nueva realidad. Hacia eso fuimos.

Los avances fueron paulatinos: cada año se agregaban al gran coro de la tecnología centros de convenciones, muestras mundiales, yotta corporaciones, nano institutos peridérmicos, gadgets inútiles.

Y entonces, el verdadero cambio de juego. Nuevas reglas.

El nombre de la fábula es Sinestesia. Mezcla de think tank político y agencia de publicidad, la compañía Sinestesia invirtió a lo largo de los años en conglomerados farmacéuticos, clínicas de experimentación, terapias de mantenimiento artificial, fundaciones de neurociencia cognitiva. Originalmente, solía resumirlo en la siguiente frase (ya con algunas copas encima) Oliver Campino, un tigre en la industria de la construcción y fundador de Sinestesia: buscaban "meter encuestas en pastillas". Poca cosa, si se piensa en relación a su verdadero avance. "Si se piensa", me escucho y me río solo.

A través de las terminales nerviosas que dictaminan lo que antes llamábamos "gusto" y "olfato", y hoy puerto U-SIN, encontraron una vía de acceso a los recuerdos de las personas. Los reprodujeron en entornos virtuales (dicen que algunos productos de la imaginación tomaron conciencia, y hay quienes aseguran que unos, incluso, escaparon), pero no se detuvieron ahí. Los sintetizaron. Los volvieron comestibles y los llamaron "Comentarios".

Hoy puedo ser todo lo que alguien haya vivido o imaginado. No existe más el ego, solo Sinestesia. Debería sentirme un dios. "Debería sentirme", digo y me río solo en mi camilla hasta que llegan -puntuales como siempre- los comentarios que absorbo por mi U-SIN. Todo indistinto, todo al mismo tiempo. 

Pájaros de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora