El chico nunca había dicho exactamente qué había pasado esa noche, todo había quedado en que se había dormido sin querer en alguno de sus escondites. Nadie le creía, no era la primera vez que les guardaba un secreto a los demás después de todo, pero no lo obligaron a hablar, la verdad tendría que salir algún día.
En la familia estaban de acuerdo que lo que fuera que había ocurrido el año pasado había cambiado a Miguel, quizás no lo percibían de la misma manera que ella, pero era indudable que algo de esa noche de Día de Muertos había dejado una fuerte huella en su primo; tampoco negaba que lo había hecho con todos en la casa y la forma en la que futuras generaciones de Riveras serian educados, aun así no era como con el chico de doce años; se sentía diferente y podía apostar el negocio familiar a que era diferente y sumamente extraño.
— Es solo la emoción de al fin poder escuchar música sin la necesidad de buscar un escondite o ir a la plaza a escuchar los mariachis, si míralo que feliz anda de un lado pa' al otro con esa guitarra —decía su tía.
— El muchacho está obsesionado por su nuevo ídolo, seguro está encantado de encontrar a alguien en la familia que también hubiera gustado de la música tanto como él. No deja de mirar esa foto como si viera su futuro en ella. Se le pasara en un tiempo, mija, no se preocupe por eso —pensaba su padre Berto.
A la abuela Elena parecía importarle muy poco mientras su nieto no dejara de lado a la familia y siguiera un buen camino.
Ella tenía sus sospechas, era una idea tan trillada y estaba segura que era raíz de muchos problemas que estuvo mucho tiempo negándolo, había ido incluso varias veces a rezar frente a la cruz en su casa por imaginar tales barbaridades; pero la forma dulce en la que hablaba de papá Héctor y esa pequeña luz en sus pupilas al ver la foto en el marco le hacían tan difícil desistir en sus conclusiones, quizás su primo no se daba cuenta de ello y se estaba metiendo sin querer en un lio bastante gordo.
Miguel se empeñaba tanto en mantener la memoria de Héctor. Cada noche, a la hora de la cena cuando todos en la familia se encontraban sentados y bendiciendo los alimentos, Miguel insistía que mamá Coco contara historias acerca de su padre y nadie en la mesa tenía el corazón para detenerlo pues aquello parecía sacarle sonrisas a Coco, y si mamá Coco era feliz el resto de la casa lo era también.
Al inicio pensó que era algo normal tener curiosidad sobre alguien a quien apenas conocías después de todo ella también disfrutaba de la nueva información, aquello no hubiera llamado su atención si no fuera porque su primo solía aparte agregar uno que otro comentario o dato al relato, como si hubiera conocido a su tatarabuelo de toda la vida como un viejo amigo. Era extraño, ¿no?, pasar de no saber ni el nombre de alguien a hablar de esa persona con toda seguridad en tan solo un par de noche.
Y la cadena de comportamientos raros no había parado ahí. Era tanto el esfuerzo que el chiquillo le daba a que el resto conociera sobre el ya difunto señor que incluso, semanas después de que las cosas en casa tomaran otro rumbo y la antigua regla se eliminara, puso manos a la obra y una pequeña parte de su tiempo se basaba en defender con todo lo que tenía las canciones de papá Héctor incluso cuando su tío había advertido que eso incluía meterse en asuntos legales y ellos no tenían el dinero suficiente para pagar en caso de perder frente a un tribunal.
Era poco decir que Miguel se había pasado esa advertencia por donde menos le importaba, nadie pudo detenerle y poco a poco el niño iba logrando su objetivo usando las cartas de mamá Coco cada vez que iba a defender los derechos de su tatarabuelo. Al parecer le habían servido como evidencia porque el pueblo de Santa Cecilia no dudo en olvidar con el tiempo al tal "Ernesto de la Cruz" (seguía sin saber quién era ese señor) y comenzar a preguntarle a la familia sobre el verdadero autor de las canciones. La información se esparció al mundo como un relámpago y para la mitad del año la casa se veía llena de turistas y reporteros que estaban ansiosos de ver las cartas y como extra comprar un par de zapatos de la familia Rivera.
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El latido de mi corazón [Riveracest]
FanfictionDespués del luto se había dispuesto a escuchar un par de canciones que la tienda a unas cuadras más adelante tenia disponible; una de ellas le había llamado mucho la atención... "(...) no permite le quieran consolar. Dicen que alguien ya vino y se...