Rojo Pasión

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Miro embelesada las flores sobre mi mesita de noche, suspirando con emoción. Son rosas rojas, mis preferidas, y gozan de un aroma enternecedor. Sus pétalos tan vivos y frescos me inspiran felicidad, su tallo tan firme y elegante, fortaleza, y sus espinas tan punzantes, un dolor difícil de descifrar cada vez que mis dedos las rozan. Pero es inevitable, son tan hermosas que nos las puedo dejar de tocar.

Me levanto de la cama, posando mis pies sobre las baldosas del suelo. Están frías, pero la sensación no me desagrada en absoluto. En muchas ocasiones he tenido que caminar descalza por los callejones, sin ningún tipo de calzado, pisando los desperdicios que la gente ha desechado. Y eso, sin duda, es mucho peor.

Ahora todo es muy distinto. Ya no tengo que dormir bajos los puentes, ni pedir limosna a las personas que caminan por las calles, ni robar comida de los puestos ambulantes. Mi vida ha cambiado radicalmente; desde que ese chico llegó en mi ayuda, nada ha vuelto a ser deprimente.

Me dirijo hacia el espejo, mirándome a través de él. Mis azulados ojos son tan intensos como las aguas del mar, y mis cabellos tan rubios como el mismo oro en mineral. Unas ligeras pecas adornan mis mejillas, iluminando mi blanca tez, y una cadena hermosa rodea mi cuello con calidez.

Salgo de la habitación, caminando lentamente hasta llegar a la puerta de salida y encontrándome con el paisaje que tanto me anima. Es un jardín inmenso, verdoso, lleno de flores naturales que me encantan. Los árboles frutales también abundan, al igual que los pequeños insectos que buscan algo que comer, y el sonido de los pájaros cantando es una armoniosa melodía que puedo deleitar cada mañana antes de comer.

Me fascina, el nuevo ambiente en el que vivo me llena de alegría.

Me tumbo sobre el césped, mirando hacia el cielo. El sol es tan brillante que me hace sentir bien, y un aire puro y completamente limpio me indica el inicio del amanecer. No hay un solo ruido, no hay nadie, todo es mío sin posibilidad de que me lo arrebaten.

—Buenos días, Alice —me saluda una voz extremadamente dulce—. ¿Ya estás despierta?

Me levanto de golpe, quedándome sentada sobre las hierbas del suelo mientras mis ojos buscan los suyos.

—Sí, hace una hora que desperté —afirmo con entereza—. Me gusta mucho caminar por este jardín, sentir el aroma de las plantas y tomar las frutas de los árboles. —lo miro con timidez—. Muchas gracias por dejarme vivir contigo.

El chico sonríe con amabilidad, agachándose a mi altura.

—No tienes nada que agradecer, Alice —me dice en un susurro—. La casa y el jardín estarán siempre a tu disposición, así que puedes quedarte todo el tiempo que desees.

—Gracias —vuelvo a decir, sonriendo levemente—. Eres muy amable, de verdad te lo agradezco mucho.

El chico me mira con una especie de dulzura indescifrable, provocando que mis mejillas se sonrojen. Luego, sin previo aviso, acerca una de sus manos hasta mi cabello, acariciándolo con suavidad.

—Alice... —me dice con una voz tan apagada como triste— ¿De verdad no me recuerdas, realmente no sabes quién soy?

Bajo la mirada hasta el suelo, dejando que un suspiro profundo salga de mis labios. Esa pregunta era formulada todos los días, pero yo nunca encontraba palabras para responderla.

—No te preocupes, un día recordarás todo... —asegura, tornando una sonrisa algo amarga— Pero, mientras eso ocurre... ¿podrías llamarme por mi nombre?

Me quedo callada ante su pregunta, sin saber cómo responder.

—Por favor... —vuelve a mirarme con insistencia, con dolor—, llámame Nick. Hazlo como tantas veces lo hiciste antes de que tus recuerdos se desvaneciesen.

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⏰ Última actualización: Dec 22, 2018 ⏰

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