Señorita Mitzer

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Uno.

—¡NATHAN WILLIAMS! ¡LEVANTATE DE UNA BUENA VEZ!

Gruñí. Odiaba ese nombre.

— ¡Sí, Netan! ¡Levantate!

Me quejé al sentir un peso en mi espalda, me dolía de la noche de ayer. Unos saltos y una risa infantil me hicieron sonreír.

— Ya, ya. Estoy despierto, Garcito.

Los movimientos cesaron y el peso desapareció, abrí los ojos. Mi hermano me veía con reproche, sólo vestía unas bermudas para niños con un pequeño estampado de un autobús.

— ¡No me digas así, ya soy rande! Ya casi te alcanzo.

Alcé una ceja y él rió para luego correr, tan rápido como sus pequeñas piernas lo dejaron, perdiéndose por las escaleras. Me levanté apresuradamente, ignorando el mareo repentino por la brusquedad, para verificar que no se cayese y reprocharle, pero al llegar a las escaleras mi madre ya estaba en el pie de éstas.

—¡Cristian!

Mi pequeño hermano se giró a verme con los ojos abiertos de par en par, lo miré de la misma forma y fingí temblar. Mi madre fijó su mirada en mí y me fulminó, luego posó sus ojos en Cris.

Alguien no estaba de humor.

—¡No estaba corriendo, mami!

—¿Ah, no? —mi hermanito negó solemnemente. Ella alzó ambas cejas llevándose las manos a la cintura, los brazos en forma de jarra— ¿Y es que, a caso, estoy loca y creí verte correr?

Mi hermano bajó la cabeza y jugó con sus manitas.

—No, mami. No estás loca.

—No, no lo estoy —dejó caer los brazos a sus costados—. Pero si sigues bajando corriendo las escaleras, me volveré loca.

—Lo siento, mami.

—Está bien. Vamos a terminar de vestirte...

Dejé la escena para dirigirme a mi cuarto. Vi la hora en mi reloj de muñeca, era tarde para la primera clase. En media hora entraba.

Hice mi camino al baño para hacer mi rutina matutina. Me deshice del suéter que me puse para dormir, así mamá no notaría las marcas en mis brazos, abdomen y espalda, luego me deshice del resto de mi ropa, metiéndome a la ducha para un baño de diez minutos.

Salí y me viste con lo primero que encontré, asegurándome de esconder las marcas cerca de mis hombros. Sacudí mi cabello húmedo y bajé las escaleras.

Escuché a mi hermano de cinco años y a mi madre hablar; más bien Cris preguntaba y mamá respondía.

—Entonces si las ballenas hacen sonidos, ¿puedo ir al mar a verlas y escucharlas, mami?

Entré a la cocina. Mi mamá se encontraba inclinada viendo dentro del refrigerador con el ceño fruncido y maldiciendo bajo su aliento.

Le respondí a Cris antes de que la escuchara.

—Claro que sí, campeón. Cuando me llegues aquí —señalé mi mentón.

Hizo un puchero balanceando los pies sin zapatos. Se encontraba sentado en un banquito y no llegaba a tocar el piso.

Fruncí el ceño.

—¿Y tus zapatos, Garcito?

Cris iba a reprocharme pero bajó la mirada hacia sus pies, moviendo los dedos dentro de sus medias* grises.

Química ProhíbidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora