🌌

136 16 61
                                    

La tenue luz de luna se cola suavemente entre la delgada tela de una cortina; traspasando el velo como una mujer distinguida, elegante, vestida de platina; de tactos armoniosos ilumina la habitación, delicada, preciosa, fiel confidente de la brisa nocturna que, sin perder su gracia, recorre cada rincón.

El hogar está en silencio, hay algunas cosas regadas por el suelo, pero nada que no se pueda arreglar luego.

La oscuridad saluda al destello de la luna como si fuesen viejas amigas, se encuentran, se funden y mientras dejan que la calma las alcance esperan a que pronto la expectación las llene.

Es 24 de abril de 1994, un día único entre tantos.

La llegada del primer hijo siempre es una fiesta, sin embargo, esta vez pareciera ser que el universo entero lo celebra. Y es que ¿Cómo no hacerlo? Vale preguntar. Ha nacido un niño sin igual, único y especial.

Oh Sehun apenas sabía hablar cuando se sentaba en el regazo de su padre solo para oírle cantar. Con el tiempo sus preferencias cambiaron y en vez de una canción o una poesía, gustaba de aprender de a poco, acerca física y astronomía.

¿Por qué alguien tan pequeño se interesaría por tal ambrosía?

El pequeño era inteligente, curioso y hasta cierto punto enigmático. No era de hablar mucho, menos de jugar; con solo cinco años Sehun era todo lo que algún catedrático podría desear; centrado, obediente y más que todo, sumamente inteligente.

A sus cortos siete años había leído todas aquellas enciclopedias y documentos investigativos que su madre se había esforzado en estudiar mientras aún estaba en la universidad; el niño sabía un poco de ciencias, química y biología; algo más de letras debido al apoyo de su padre. Los cálculos se le daban bien, y aunque de momento no era necesario, podía medir distancias y precisar datos sin necesidad de algún otro instrumento más que él mismo.

¿Por qué entonces, la preocupación de su madre?

Pues, Sehun todavía era un niño y a pesar de tener una memoria excepcional, sus habilidades sociales siempre dejaban mucho que desear. No era capaz de hablar con los niños de su edad y el estar en un entorno plagado de personas le hacía sentir ansiedad. Ni hablar de la vez que intentaron llevarlo a una exposición de música clásica, con cientos de personas y un ruido constante que no lo dejaron estar en paz. Desde ahí hasta por siempre, nada de música, nunca más.

El tiempo pasó. Cercano al décimo cumpleaños de Sehun, algo nuevo apareció. O más que algo, alguien.

Zhang Yixing había llegado desde China hace casi un año. Sehun le conocía y aunque era consciente de la existencia del niño dos años mayor, no le importó. ¿Para qué tener que prestarle atención cuando él estaba muy bien en su habitación, mirando por su telescopio cuando la noche caía y las estrellas se mostraban como diminutos puntos brillantes bordados en el extenso telar azul nocturno? No tenía caso, incluso él sabía que Yixing lo miraba como si fuese un bicho raro.

Sin embargo, y aunque Sehun pudo declinar el empatizar con el chino, no se negó. Su madre estaba haciendo esfuerzos aun por hacer de su vida algo más normal y aunque a ambos les costó, finalmente el niño cedió.

No era como si desde ahora, Sehun fuera el ser más sociable de la cuidad, pero al menos había alguien más o menos de su edad; con quien podía desenvolverse dejando atrás esa careta de petulancia y osca vanidad.

La escuela nunca fue una preocupación necesaria. Sehun siempre había tenido profesores en casa y el periodo que cursó en una secundaria real y externa a su espacio de comodidad, no supuso grandes problemas más allá de la ansiedad social. Sehun ya no era un niño y como tal, había veces en la que estaba obligado a hablar más de lo que a él le acomodara. Que Yixing fuera su compañero de curso le ayudaba, pero no como él quisiera que fuera.

Infinite as the universe; «sebaek»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora