Llueve sobre Córdoba, un frío gélido azota la ciudad. Algunos viejos de la zona especulan que podría haber sido la noche más helada y lluviosa que habían visto en toda su vida. Las calles parecen desnudas. Los chorros de agua, que caen desde el firmamento, que luce más gris de lo normal, rompen el silencio.
Hoy, un día hermoso pero gris y sombrío al mismo tiempo. Es 19 de noviembre, hace ya varios años el mundo me dio la bienvenida de la manera menos esperada para todos.
En una casa pequeña, no tan lejos, a quince minutos de la ciudad, vivían mi padre y mi madre. Ellos habían llegado a ese país para trabajar, pues la economía de Argentina era mejor que la de Perú. Sus planes no eran ser padres a tan corta edad, ambos tenían 21 años. Al tener ya un año y medio de estadía en ese país mi madre salió con la sorpresa de que iba a tener una hija, lo cual era una bendición de no ser por el hecho de que ellos fueron a trabajar para enviar dinero a sus familias respectivamente y no a tener una hija. Al enterarse de la noticia, mis abuelos, no podían hacer otra cosa que solo felicitarlos y aconsejarlos, desde tan lejos solo se comunicaban a través de cartas.
Así pasaron siete meses de tensión, mi madre ya no podía trabajar, mi padre se las ingenio para conseguir un puesto de trabajo en una fábrica de la ciudad. La paga no era mucha, pero era suficiente como para sustentar los gastos que demandaba estar a cargo de una familia. En ese tiempo mis abuelos ya habían aceptado la noticia, hasta le escribían a mis padres para preguntarles sobre cómo iba el embarazo. Ahora todos me esperaban con anhelo.
Aquel día tan gélido, mi madre esperaba a mi padre, quien había ido a trabajar por la mañana sin saber que una fuerte precipitación se acercaba. Eran ya las dos de la madrugada, mi madre preocupada pues mi padre aun no llegaba, intentó llamarlo pero su teléfono móvil se encontraba fuera de servicio. Carmen, como le decían a mi madre decidió levantarse del cómodo sofá en la esquina de la pequeña sala para ir a la cocina por un poco de agua. Sintió un fuerte dolor en la parte baja de su vientre. ¿Serían las pataditas que yo le propinaba por lo inquieta que era? Iba caminando, de pronto el dolor se empezaba a expandir por todo su vientre, era algo inexplicable. Entonces supe que no eran mis pequeñas pataditas, ya era hora de salir al nuevo mundo que me esperaba con ansias. Mi madre se apoyó en la pared que daba fin a la sala y comienzo a una estrecha cocina. El dolor era algo incomparable con los demás dolores que había sentido en toda su vida, ¡Cayó! Cayó al frío suelo de madera, yo también sentí el fuerte golpe. Mi madre se dio cuenta de que esos fuertes dolores que tenía eran las contracciones, las mismas que el doctor le había dicho que sentiría en el momento del parto, un dolor que solo sienten las mujeres, algo que no se puede explicar con unas simples palabras. Miró hacia su vientre y se sorprendió con la gran cantidad de sangre que se expandía por sus piernas, por su vestido y por el piso de madera.
Pero, solo eran siete meses los que me llevaba en su vientre; que se había convertido en todo el mundo para mí y el cual estaría a punto de abandonar para no volver jamás; siete hermosos meses en los que me brindaba amor y ternura. Madre dijo:
-No debería estar pasando esto, no ahora, no hoy, todavía no estoy lista, no hay nadie quien me auxilie. ¿Quién me podría ayudar?
-No te preocupes todo estará bien, yo estoy bien, no me siento mal creo que ya debo de salir, todo pasará y será una anécdota más que contar- le dije, sentí como si de alguna forma u otra ella me estaba escuchando y se tranquilizaba.
Mi madre lloraba hasta no poder más, lloró y lloró hasta desvanecerse de dolor. Gerver, mi padre, estaba allí, ha sido la primera persona que he vista al salir del vientre de mi madre. Sus dedos han atrapado mi cráneo, con forma de una pequeña uva, y luego me he encogido tranquila entre sus brazos, tan cálidos. Mi padre me dijo:
-Eres el vivo retrato de tu madre.- Llorando. Me quedé dormida.
Al despertar vi como mi padre me miraba a través del vidrio, desde lo lejos. Estaba en una incubadora, no lo entendía, si yo me sentía tan bien, quería estar entre los brazos de mis padres.
-¡Doctora! ¿Ya puedo pasar?
-Sí señor, pero solo por un momento.
Vi a mi padre acercarse, tenía el rostro cubierto de lágrimas. Tocó la incubadora y con zozobra dijo:
-Tu madre dio la vida por ti, te cuidaré siempre, con mi propia vida.
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Prematura
Short StoryMis padres no planearon tenerme, mi nacimiento fue justo el día más helado de todos. Mi madre dio su vida por mí, de seguro debo ser valiosa.