EL DÍA DE UNA LEUCÉMICA

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 Despierto nuevamente, mis párpados pesan, casi no puedo abrir mis ojos y cuando lo hago, veo de nuevo aquel techo que conozco tan bien, bajo mi mirada y veo las jeringas atravesando nuevamente mis venas, el medicamento a mi lado y mi cortina cerrada, de seguro me medicaron cuando estaba dormida ya que es una sesión dolorosa, escucho a mi doctor y a la enfermera viniendo hacia mi, la cortina abre y efectivamente eran ellos, saludaron sin recibir mi respuesta, revisaron mi estado y se fueron nuevamente, volteo mi cabeza y en la silla al lado de mi camilla veo una chaqueta, la reconozco bien, es de mi hermano, seguro la dejó la noche anterior antes de irse, debería estar por llegar, todos lo días me visita por la mañana y por la noche, eh tratado de desahogarme con él, pero no lo consigo, lo amo y es a el único que tengo, pero siento que ya soy suficiente carga, mis problemas deben ser solo míos, y si necesito un hombro en el cual llorar, tengo dos.
El dolor en mi cuerpo es monótono, la boca del estomago y cada una de mis extremidades arden y duelen, pero ya no me importa, ese dolor se ah echo mi mano derecha, ya que siempre me acompaña, en las noches en las que lloro sin consolación y los días donde sonrío para disimular.
Llega mi hermano, la misma mirada de preocupación de siempre, la misma sonrisa forzada, las mismas lagrimas ocultas, el mismo dolor, trato de distraerlo, hacerle entender que aunque cada fibra de mi cuerpo duela, estaré ahí, me duele verlo así, y saber que yo soy la causa, se despide de mi con el beso en la frente para ir a trabajar, me quedo aquí, en esta camilla nuevamente mirando a la ventana, viendo como las personas caminan aquí y allá, unas siendo feliz, otras discutiendo, escuchando música, siendo hipócritas con sigo mismos y veo personas como yo, que se guardan el sufrimiento esperando algo, sin saber que es.
Llega nuevamente el doctor, me revisa, saca muestras de sangre y se va. Sin darme cuenta llega la noche, mi cuerpo duele demasiado, más de lo normal, pero prefiero ya no darle importancia, llega mi hermano, lo saludo, jugamos un rato, lo animo, y se va, estoy en la camilla, siento el frío del hospital, miro a mi amiga luna y charlamos, ella me cuenta de su amor prohibido con el sol y yo la escucho, no hay nada que decir, solo escucho, me doy la vuelta, miro la silla que cada día ocupa mi hermano, y lloro, porque al otro día, cuando amanezca, sabré que es otro día de lucha, y otro día de sufrimiento, para él, y para mi.

El día de una leucemicaWhere stories live. Discover now