Una noche cualquiera

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«¡Buenas noches Ashen City! ¡El día de mañana amenaza ser prometedor, vientos favorables y un día soleado! —la engreída voz de un conductor de radio resonó por los vacíos pasillos—. ¡Recuerde ser amable y sonreír siempre!».

¡Splat!

—¡Ja! —un muchacho de veintidós años golpeó el trapeador en el piso para luego restregarlo con insistencia—. ¡Eso diles a mis padres! ¡Ah, espera! ¿Los tenía?

Limpió el sudor de su rostro mientras continuaba trapeando el piso de losa. Los últimos años de su vida pasaron por sus ojos.

¡Splat!

Comer en restaurantes de mala muerte nunca le sentó muy bien, peor aun cuando tuvo que verse obligado a vivir a las orillas del muelle en una casa de madera, con el frío calándole los huesos, quedándose hasta altas horas de la madrugada, estudiando para pasar el último ciclo de Administración. Cinco años de arduo trabajo, cinco años de fines de semana trasnochando en el museo como guardia, buscando sobrevivir en un mundo ajeno al suyo.

—¿Guardia? ¡Ja! —detuvo su labor, apoyó las manos sobre el palo de madera y simuló la voz fría de su jefe—. Tienes que cuidar y limpiar tu área de trabajo, es decir, todo el museo. Es un trabajo con buenas prestaciones, créeme que me hubiera gustado comenzar como tú. En mis tiempos... bla, bla, bla. ¡Negrero!

Miró su reloj. ¡Apenas era las dos de la madrugada! ¿Por qué el tiempo tendía a pasar tan lento? ¿Es que ni siquiera el tiempo estaba de su parte? Ni modo, continuó trabajando, en fin, sólo le faltaba terminar de limpiar los cien metros del corredor principal. Nada más.

«Y ahora, radioescucha, continuamos con la programación nocturna...»

En el uniforme negro del muchacho, una placa dorada brilló: Ira Astor. Detuvo su marcha, se retiró el gorro con el escudo de Ashen y se echó aire. Se preguntó si el trabajo era más cansado de lo normal o acaso la calefacción se había estropeado. Quizá ninguna de las dos, quizá ya estaba viejo y cansado de tanta porquería.

No. En realidad había calor y estaba volviéndose insoportable.

—Un día con suerte, ¿no, Ira? —volvió a ponerse el gorro, descorrió la linterna de su hombro y la sujetó en la mano derecha—. Felizmente aposté a los caballos.

Los lentos pasos del muchacho fueron resonando en el vacío recinto. Dejó atrás el área paleontológica, la colección de estatuas de cera, las pinturas acerca de la historia de Ashen, hasta que llegó al lugar que deseaba. La biblioteca antigua, patrimonio del mundo. No es que le interesara mucho leer, era sólo que detrás de ella estaba el cuarto de control y vigilancia. El lugar donde podría cerciorarse si el aire acondicionado presentaba alguna falla. Ya frente a la puerta, retiró las llaves de su bolsillo. A la par en la radio comenzó a sonar una canción que le agradaba mucho, retirándole poco a poco el amargo sabor de la vida real.

«I've tried to cut these corners. Try to take the easy way out. I coulda gave up then, but then again I couldn't have —una voz de miel, fue obligándole a seguir el ritmo de la canción—, 'cause I've traveled all this way for something. I kept on falling short on something».

I take it in but don't look down —cantó, cerrando los ojos por un instante, y dando un ágil giro, se sentó con todo su peso sobre el sillón de escritorio—. 'Cause I'm on top of the world...

Cuando su ánimo ya había cambiado, otra vez la realidad le tiró una bofetada en la cara. Un destello rojo intermitente le indicaba que la temperatura de la cámara de refrigeración estaba en un punto peligroso. Esto probablemente le haría perder el trabajo que tanto necesitaba.

Criaturas del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora