Ira quiso gritar, sacudirse ante el etéreo sufrimiento que estaba invadiendo, pero no pudo, aquella sensación aplastante era irrefrenable. Inclinado sobre sus manos y rodillas, observó la tierra desmoronarse bajo él como si fuera arena escurriéndose. No obstante, debajo no había nada más que una profunda oscuridad, un infinito agujero negro. El terror se multiplicó a la enésima potencia al sentir cómo sus sentidos eran absorbidos, arrancados de su ser con violencia. Ahora ni siquiera podía sentir su propio cuerpo, no sabía si estaba arriba o abajo, izquierda o derecha, como si su cuerpo se hubiera disuelto en una marea negra, lodosa y putrefacta. Quería llorar de terror, pero ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto, no veía nada, no palpaba nada, no escuchaba nada y no podía saborear ni su propia saliva. Luego de lo que pareció cien años, sus sentidos golpearon contra él, volviendo de improviso a su ser. Abrió los ojos y se vio en caída libre, sintió el aire golpeando con fuerza su rostro, pudo percibir su cuerpo, sus brazos abiertos a ambos costados, la nariz y la lengua percibieron lo que parecía ser un terroso sabor amargo, como si se tratara de ceniza. Los oídos se le destaparon como si hubiera estado sumergido a una gran profundidad y los murmullos amortiguados que había estado percibiendo, ahora eran gritos reverberantes de una furia intensa.
—¡Sangren padres míos! —una enloquecida voz, que parecía humana, aullaba rabiosa—. ¡Entréguenme su sufrimiento, un mar tan profundo como el que nace de mi corazón!
Ira abrió la boca en un grito que vació todo el aire de sus pulmones, el oscuro terreno se acercaba a él con una rapidez indescriptible, no quería morir, no así, no ahí. Situó las manos frente a su rostro y trató de prepararse al estrepitoso impacto. Para su sorpresa, golpeó el terreno con una suavidad tal que parecía haber impactado un colchón de plumas. La realidad bajo él se estiró como un chicle absorbiendo el golpe para luego regresar a su condición natural.
El joven guardián levantó su cuerpo, sus manos y rodillas estaban hundidas en una especie de terreno cenizo, carbón negro tan profuso como la arena, cubierto por una capa blanca de polvo. No tardó en sentir cuatro monstruosas presencias atrás, así que se impulsó para erguirse y girar hacia los causantes de tal locura. Sin embargo sus manos parecían enclavadas en el terreno, pronto, para su terror, comenzó a ser absorbido por éste.
—¡No! ¡NO! —gritaba, forcejeando inútilmente.
—¡Canten vuestras canciones de cuna! —la aterradora voz se escuchaba aún más cerca—. ¡Mientras vuestras esencias son absorbidas por el laberinto carmesí de la locura!
—¡Ayu...! —su grito de auxilio fue ahogado por la tierra que tapó su boca.
Silencio.
Paz.
—¡Qué hace con los ojos cerrados soldado raso! —un potente grito le hizo saltar de la impresión—. ¡No me diga que se ha hecho en los pantalones señorita Astor!
—¡No, sólo imaginaba cómo sería arrancarles el corazón con mis propias manos, señor!
Esa fue su voz, pero no era él, su cabeza estaba confundida en una maraña de pensamientos que, si bien los sentía familiares, no eran de él. Sentía un tremendo peso encima de su cuerpo y su visión era un rectángulo confuso de letras, rayas, ecuaciones y mensajes en amarillo y rojo. En las manos sentía el frío metal de algo pesado, quizá un arma, quizá algo más; no pudo saberlo, parecía atrapado en el cuerpo de otro, obligado a ser tan sólo un espectador. Cuando se hubo acostumbrado y su cerebro comenzaba a anular los mensajes luminosos, pudo observar que estaba lloviendo profuso, era de noche y una mujer, armada con un exoesqueleto, una mirada de hierro y un cabello rojizo, estaba situada frente a ellos, expresando una furiosa arenga.
ESTÁS LEYENDO
Criaturas del vacío
Mystery / ThrillerAshen era una ciudad tranquila, un lugar perfecto para el montañismo y los deportes de aventura. Ira era un joven que llevaba turnos partidos cuidando el museo. ¿Quién baticinaría que un misterioso robo convertiría en una ciudad fantasma? Ni siquier...