NO OLVIDAR

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Acaba de amanecer, se revelan los rostros. No sabía que el sol era tan bello, tan prominente e inmenso, es algo sublime, mágico y alucinógeno. El día es espléndido, treinta grados, despejado, calles vacías, barrio desértico, paisaje maldito.

Suspiro incansablemente, me siento un poco enfermo, quizás sea el estrés de trabajar arduamente por cuidar a mi dama, un ente radiante de felicidad, y a mis hijos, súbditos de la alegría. Pero ello no me quita las energías, el insomnio no se apodera de mí, la vitalidad me secuestra y me mantiene cautivo, me alegro mucho de ello.

Estoy sentado de frente a la ventana cristalina, oscura y realista, aunque yo no le creo nada, imposible. Detengo mi mirada en esas calles pavimentadas, grises, sumisas, firmes testigos. El árbol de la esquina, desbordando su copa verde, y un tronco macizo desgastado como el tiempo de lo paulatino, invisible. Cerca del quiosco de la otra cuadra, una señora se asoma a la calle y cierra la puerta de su guarida. Mira indecisa los lados de su longevidad y se dirige hacia el quiosco, en el barrio desértico, del paisaje maldito.

Mientras tanto, aqui me encuentro, atando cabos indescifrables, al frente de una ventana mentirosa, porque no le creo nada. Y mi familia, durmiendo plácidamente en sus habitaciones. Mi mujer con su camisón de seda, desbordando sus inocentes pechos y su implacable sonrisa. Mi hijo en su habitación verde, roncando, soñando la realidad. Y mi hija, habitación blanca, llorando por una pesadilla; no importa, estará bien.

Continuemos con el proceso social. Pondré el agua y me cebaré unos mates, la tostadora cubierta de pan, más testigos. ¿Testigos de qué? Aquí no pasó nada, no. Me siento y espero.

Cierro mis ojos, un reloj negro invade mi conciencia y con su tortuoso tic tac no me deja olvidar. Debo olvidar, nada existe, solo el agua, el pan, la ventana y yo. Lo demás es paisaje maldito, hay que olvidar.

Abro los ojos. Vuelvo a mi realidad. El agua hierve, el pan se quema, no me inmuto. Me pongo de pie, arrastro mi alma hacia la ventana, continúa mintiéndome, y el tic tac se apodera de mi mente con una horrorosa alarma que no me permite olvidar, pero tengo que hacerlo, por favor, déjame olvidar.

Subo las escaleras espirales y arrastro mis pies hacia mi habitación. Mi mujer no está en la cama, probablemente esté en el baño, no me inmuto. A continuación voy hacia la habitación de mi hijo, no está en su cama, seguramente esté en el baño, no me inmuto. La habitación de mi hija, vacía, seguro que está en el baño, tampoco me inmuto.

Bajo las escaleras, sintiendo una pesadez insoportable en mis pies, mis raíces de la realidad, la mentira. Mucho humo en la cocina, el ruido taladrante de la pava hirviendo, el olor pútrido de la tostada muerta, no me molesta, me permite olvidar.

Camino hacia el baño, toco la puerta, nada más que el silencio, mi realidad. Giro el picaporte y se desliza seductora ante el frenesí de mis ojos, vacío. La pava dejó de hervir, las tostadas dejaron de morir, el tic tac de la permanencia regresó y aún más intenso que antes. Me arrodillé en el piso, ante el juez de lo verosímil, tomé mi cabeza con mis manos y grité, lo que quería olvidar era imposible olvidarlo, fracaso de negación.

Me arrastré por el suelo, convenciendo mi utopía, dirigiéndome hacia la ventana cristalina, oscura y realista, clamando piedad. Mis manos se posan sobre la ventana, deslizo mis ojos hacia el paisaje maldito, la señora del quiosco me señala con odio desde la calle, me dice que no lo he olvidado, no pude hacerlo. Ante el reflejo del cristal, mi familia dormía armoniosamente en el suelo, cubiertos con sábanas y frasadas rojas, chorreantes, sínicas. La habitación ya no era verde, tampoco blanca, era roja.

Lo cotidiano reanudó su proceso, las tostadas agonizando, el agua ya hervida, mi rostro destruído, lloroso e inmóvil, no pude olvidarlo, no pude.

No OlvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora