Capítulo 1: La revista pornográfica de Yoat

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Mirábamos atentos cada centímetro del papel de la bendita página que lograba ser hojeada por las manos torpes y pequeñas, de un grupo amontonado conformado por mocosos infelices. No lograba del todo entender la función de ciertas partes anatómicas de los modelos, mujeres maduras desnudas, hombres que hundían su hombría hasta final de la cueva femenina.

-Oye... ¿Sabes que si tu hermano se entera que estamos aquí, en plena calle, leyendo sus revistas prohibidas, no solo te matará a ti, verdad? - Entre esa extraña sensación que invadía mis pantalones y la conciencia, logré babeando tratar de rescatar lo poco que nos quedaba de dignidad.

-Ya deja de estar de aguado y disfruta de estas nenas en cueros, Yosiel.

Nadie sabe mi nombre de pila, además de mis padres fallecidos y mi tía. Mantendré este secreto resguardado, al igual que la pila de variadísimos tazos debajo de mi cama. Solo era un niño de 12 años que trataba de mantenerse al margen de la adolescencia en camino, al lado de unos cuantos idiotas que podrían pasar por primates en una autopsia forense, si es que muriéramos todos efecto gracias a la sarta de estupideces que se nos ocurren día tras día

-¿Qué son esos puntos que tiene en el pecho?- cuestionó el hermano menor de Yoat, secuestrador y ávido creador de travesuras. Siempre era mi casa objeto de planes, intentos, fallos o acciones de las cuales ambos hermanos no se atreverían a efectuar en la suya.

-Ya me aburrió... es la misma modelo en posiciones diferentes. ¿No tienes otras?- Me quejé rodando una piedra con el zapato, el cielo se veía ya nublado sobre el manto tierno de los tonos anaranjados, que predecían la caída de la luna. Un trueno activó la alerta natural de cada niño: corre lo más rápido que puedas hasta el techo de tu casa. Con las primeras gotas del cielo, pareciera que en lugar de piernas nos habían implementado cohetes. Sin aviso ni despedidas dimos a atinar al techo de cada respectivo hogar.

Mi casa no era diferente, ni especial, ni hogareña ni, ni mu amplia ni muy pequeña, ni muy fría ni muy cálida. Pareciera entre las paredes, ni muy altas ni muy bajas, que se perdiera el color de la vida que podía incluso aspirar al pisar el concreto del "afuera".

Inclusive la peste descompuesta de señora se adueñaba de la casa. Mi tía Rosita se enjarraba el cuello y las muñecas de pomadas, perfumes o lociones olorosas cada 15 minutos. Los conté un día que me castigó mis añoradas salidas a la calle.

Cuadros con marcos de oro barato, muebles de madera viejos y vasijas carísimas -las cuales obviamente tenía prohibido tocar- así como fundas a crochet para, pareciera, cada objeto de la habitación.

La cocina era para ella lo que para mí la calle. Su santuario, su oratorio de vieja desquehacereada. Gastaba cada centavo de su pensión, pues era viuda y contaba con los recursos de adultos mayores, en pomos para sus especias, cuchillos, tablas de cortar y cuantos más artefactos inútiles.

Rechinaba el sillón individual que se colocaba cansado en la sala, donde veía la telenovela de las 8 en punto. No me molesté en saludarla, y me adentré en el único espacio que parecía no perder la vida ni el color en ese recinto decrepito.

Mi habitación era un cuadro pequeño, de 4 x 4 con un colchón deteriorado, armario de pino y el escritorio más barato del mercado. Me dejé caer graciosamente sobre la cama después de quitarme estorbosa tela de mi cuerpo, quedándome simplemente en ropa interior. Dejé de lado la gorra reglamentaria para salir, recordando indecoroso el brillo de los pechos extrañamente voluminosos de la modelo de aquella revista... revista...

¡La revista está en la entrada de mi casa! Y claro, ¿A quién le van a echar la culpa de pervertir a los inocentes chiquillos de la cuadra si encuentran una revista pornográfica en la entrada de la casa #24? Claro que la respuesta es innecesaria.

Salí como rayo en plena tormenta hacia la lluvia, irónicamente. Tomé la empapada masa de papel, exprimiéndola entre mis manos mientras el agua comenzaba a recorrer mi cuerpo friolento y casi desnudo. Mi cabello se sentía pesado a cada segundo que pasaba.

Caía sobre mis hombros, y mis pechos cuyos pezones empezaban a erguirse.

Abrí los ojos aterrado, pues a pesar de ser altas horas de la noche, cualquiera podría notar mis pechos en crecimiento desde una ventana semi abierta, o divisar mi cabellera ondulada deslizándose por mi cuello.

Ahí, en la entrada de mi casa con los calzones mojados, vi esos ojos negros mirarme desde la ventana de la casa de enfrente.  

Ventana de tulipanesWhere stories live. Discover now